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En Olavarría la campaña de vacunación avanza a pasos acelerados, al punto que fue declarada por el gobierno provincial (junto a otros casi 70 distritos) "Ciudad protegida", por superar el 95 por ciento de los vacunados entre inscriptos para recibir la vacuna contra el coronavirus.

Con uno o dos pinchazos en el músculo deltoides, ahora a los vacunados los asalta otro interrogante: ¿cuánto puede durar la inmunidad?

La ciencia aún no dispone de una respuesta basada en la evidencia, puesto que no ha pasado el tiempo suficiente desde el inicio de la enfermedad, pero un informe publicado por el sitio "The Conversation" afirma que ya existen algunos hallazgos alentadores.

El trabajo fue hecho por el doctor Ignacio J. Molina Pineda, catedrático de inmunología en el Centro de Investigación Biomédica de la Universidad de Granada.

Aunque todavía no se sabe cuánto va a durar exactamente la inmunidad frente al SARS-CoV-2, las perspectivas son ahora más halagüeñas que hace unos meses, gracias a un cúmulo de hallazgos.

En primer lugar, se comprobó que los anticuerpos anti SARS-CoV-2 permanecían en el suero de pacientes que habían sufrido la enfermedad durante al menos 8 meses, y que iban disminuyendo a una velocidad inferior a la inicialmente temida.

En segundo lugar, las células memoria productoras de anticuerpos se mantenían muy activas y en niveles muy altos a lo largo de esos 8 meses, por lo que podría suponerse que conferirían protección durante algunos años.

Estudios muy recientes han elevado esta protección hasta, al menos, 12 meses con una aparente selección hacia aquellas células memoria más eficaces.

Y lo que es más importante: esta protección aumentaba notablemente en individuos que habían pasado la enfermedad y que posteriormente habían recibido una dosis de vacuna. Otra razón más para vacunarse.

En tercer lugar, en aquellos sujetos que, por haber pasado una enfermedad leve, no se encontraban estas células B memoria, sí que presentaban una muy robusta respuesta a cargo de las células T memoria, responsables de la inmunidad celular.

En cuarto lugar, la respuesta a las vacunas induce una potente formación de células plasmáticas en los llamados centros germinales, un requisito fundamental para que se produzcan estas células B memoria.

Hasta ahora, todas buenas noticias. Pero hay más.

Los investigadores se sorprendieron de que el descenso en la concentración de anticuerpos tras sufrir la enfermedad tenía dos fases: una primera, en la que decaían rápidamente, y otra a partir de la cual se mantenían estables.

Este patrón sugería que las células plasmáticas de larga vida podrían ser responsables de mantener estos anticuerpos.

La hipótesis se demostró correcta, puesto que fue posible aislar y purificar estas células plasmáticas de larga vida, que habían encontrado su nicho en la médula ósea, 11 meses tras sufrir la enfermedad. Una noticia estupenda.

Y lo es porque indica que, además de tener una vigorosa respuesta a largo plazo de células memoria T y B, también se cuenta con células plasmáticas que estarán produciendo anticuerpos frente al virus durante, probablemente, muchos años.

La memoria inmunológica

Cuando el sistema inmunitario entra en contacto con un antígeno por primera vez, los componentes de la respuesta específica tardan algunos días en activarse completamente.

Como resultado de este encuentro se generan células memoria, que tienen larga vida y que guardan la información sobre cómo destruir al antígeno.

Si se vuelve a encontrar la respuesta secundaria será mucho más rápida, potente y eficaz gracias a la activación de esas células memoria.

Por eso, la necesidad de vacunarse, para generar células memoria que sean capaces de controlar a ese patógeno si se produjese la infección a través de un contagio.

Células plasmáticas de larga vida

Si nos hacemos un análisis probablemente todavía tengamos anticuerpos frente a enfermedades típicas de la infancia, como el sarampión o las paperas, aun cuando hayan transcurrido muchos años desde que sufrimos esa enfermedad y no hayamos vuelto a tener contacto con el antígeno.

¿Cómo es posible esto, si tenemos en cuenta que la activación de las células memoria requiere un nuevo encuentro con el patógeno? ¿Cómo pueden durar tanto los anticuerpos?

Porque, además de las células memoria, tenemos otro importante aliado para protegernos. Cuando el linfocito B se activa tras reconocer al antígeno, se convierte en una célula, llamada plasmática, que es la que realmente produce anticuerpos.

La mayoría de estas células mueren cuando acaba la infección, y son las llamadas células plasmáticas de corta vida.

Pero, en determinadas ocasiones, se generan otras células muy peculiares que se encuentran en unos nichos especiales en la médula ósea, y que son las llamadas células plasmáticas de larga vida. A veces, de vida eterna.

Nubarrones en el horizonte: las nuevas variantes

Es muy posible que haya que administrar dosis para reforzar la inmunidad en algún momento, si se observase que esta declina.

Toda esta inmunidad es la generada frente al virus original, que es el contenido en las vacunas que se administran.

No se puede excluir que surjan nuevas variantes, lo suficientemente diferentes de la original, como para que consigan escapar a las células memoria, que sólo recuerdan lo que ya han visto.

Y, en este caso, habrá que administrar vacunas dirigidas frente a estas nuevas variantes.

Por eso, y a pesar del clima actual de mayor optimismo de la comunidad científica, no hay que bajar la guardia.

La humanidad convivirá durante muchos años con el virus, por lo que tendrá que vigilarlo estrechamente. No se puede repetir la historia.