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No sólo se les llama, desde el púlpito de la superioridad, brasucas a los brasileños, bolitas a los bolivianos, perucas a los peruanos, chilotes a los chilenos. La tilinguería porteña se apropió de la verborragia presidencial –que cada vez le da más dolores de cabeza, pobre Alberto- y le hizo decir cosas tremendas de las que siguen alejando a Buenos Aires de la patria grande, de la América Latina profunda y postergada. Pero no sólo: Alberto dijo que los brasileños salen de la selva, los mexicanos de los indios pero nosotros, que somos blancos y limpitos, bajamos de los barcos. Y lo dijo en la conferencia de prensa con el presidente español. Los conquistados compartiendo con el conquistador el humor de los que ganan. 530 años después y un genocidio de 60 millones de originarios después, una parte central de los argentinos –los que se acomodan en el ombligo del mundo- sigue negando su origen. Y cree que estos pies del mundo son un desprendimiento de Europa que cayó rozando el polo sur. Angeles caídos. Rubios rodeados de morenidad.

Decía Paulo Freire: "los oprimidos, en vez de buscar la liberación en la lucha y a través de ella, tienden a ser opresores también o subopresores. La estructura de su pensamiento se encuentra condicionada por la contradicción vivida en la situación concreta, existencial, en que se forman. Su ideal es, realmente, ser hombres, pero para ellos, ser hombres, en la contradicción en que siempre estuvieron y cuya superación no tienen clara, equivale a ser opresores. Estos son sus testimonios de humanidad". Así se comportan los presidentes ante los mandatarios europeos. Más específicamente españoles. Los conquistadores de 500 años atrás y los que trajeron las carabelas de fin de milenio y acercaron a estas costas las empresas que se quedaron con YPF y Aerolíneas y las vaciaron festivamente con ritmo flamenco.

Pero como en este país no hubo indígenas –sólo había alrededor, entre los perucas, los paraguas y los chilotes- este territorio se mantuvo blanco y prístino hasta la llegada de los barcos fantásticos desde donde descendió nuestro origen. Más allá del patetismo de Alberto, que mezcló una canción bastante fulera de Lito Nebbia con una frase de Octavio Paz que hablaba francamente mal de los argentinos. Más o menos aquello de que el buen negocio es comprar a un argentino por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale. El problema de Alberto es que habla demasiado y le dice a cada uno lo que quiere oír. El resto no habla tanto, pero tiene la convicción. Eso sí, el desatino no fue tan importante para la oposición como para convocar a una marcha por los originarios –ninguneados por el Presidente- porque eso implicaría rozar a Roca. Y reconocer que el ex hombre de la "conquista del desierto" mató, torturó y esclavizó al 1% de la población que, casualmente, eran originarios. Como si ahora un gobierno X asesinara, torturara y esclavizara a 45.000 personas pertenecientes a un grupo o etnia determinados.

Saqueados e invisibles

El problema real, dice el periodista Alejandro Bercovich, es "por qué cuando nuestros mandatarios se enfrentan a un europeo se ponen así de tilingos, de suplicantes, de agradecidos de las inversiones europeas". En la relación desigual entre el conquistado y el conquistador, analiza "las inversiones especialmente españolas: a YPF con Repsol, la vaciaron. En Aerolíneas, Marsans concretó otro saqueo". Y analiza que "el colonialismo europeo, nos dio muchas luces pero también el esclavismo y el saqueo. Nuestro suelo fue saqueado por España y el colonialismo vive en cada dólar que se va en remesas, en cada tarifazo pedido por una embajada extranjera, en cada lobby de los empresarios europeos, en cada supermercado francés que se lleva las ganancias a Europa mientras ningún país aceptaría un supermercado argentino".

La invisibilización de los pueblos originarios es cotidiana y, de vez en cuando, se plasma en la palabra oficial, estentórea y rebotante en los medios del mundo. Nosotros bajamos de los barcos. Por eso se talan los montes donde sobreviven los wichís y los qom en el chaco salteño y se les arranca su almacén y su farmacia, se los despoja de la cultura y de una supervivencia asegurada. Y se los empuja a los confines con el avance de la frontera agrícola. En el sur se les niegan las tierras usurpadas –las usurpadas por el poder- y les inventan siglas subversivas que se desinflan a veinte metros. En la cordillera viven en lugares imposibles sin recursos reales para conectar con servicios, hospitales, etc. En el resto del país viven mezclados o en comunidades o escondiendo sus nombres para no poner en mesa de entradas su origen. Que es, finalmente, el de la mayoría.

Hace quince años un grupo de expertos encabezados por Daniel Corach, director del Servicio Huellas Digitales Genéticas de la Universidad de Buenos Aires, delineó un "mapa genético" que demostró que el 56% de los argentinos tiene sangre indígena. Lapidario para los cultores del descenso de los barcos. Mal que les pese, hay sangre diaguita, comechingona, tehuelche, toba en las venas de la mayoría.

Palabra de todos

Pero el elitismo porteñocéntrico siempre eligió a Europa como la génesis del homo argentino. El indio, tan moreno, tan surcado por la historia, tan marcado por la etnia, nunca fue bienvenido para etiquetar los principios. Y acá no hay grietas.

Más allá de la torpeza de Alberto, Mauricio habló en el Foro de Davos, en enero de 2018 –cuando todavía no necesitaba encerrarse en Olivos a las 19 para ver Netflix- y dijo que "en Sudamérica todos somos descendientes de europeos". Los ojos azules que embobaron a Laura Alonso no pueden ser mocovíes ni kollas.

Cristina Fernández de Kirchner, en abril de 2015, dijo: "todos los que estamos sentados en esta mesa no somos pueblos originarios, somos nietos o hijos de inmigrantes, esto es la Argentina, un pueblo de inmigrantes". La negación aborigen vence la grieta.

Durante el menemismo, cuando a Carlos Menem los poderosos del mundo lo veían como "rubio de ojos azules" por la potencia del oprimido que se identifica con el opresor, el canciller era Guido Di Tella. Que pronosticaba que "en el 2020 el 20% de la población será boliviana o paraguaya". Y definía ante sus patrones globales el modelo apuntado: "We want to be near the rich and the beautiful" ("Queremos estar cerca de los ricos y los bellos"), y "We don''t want to be with the horrible people" ("No queremos estar con gente desagradable"). Está claro de qué lado estaban los limítrofes y los originarios, ¿no?.

Menem, a la vez, institucionalizó las "relaciones carnales" (tremenda metáfora del sojuzgamiento porque estas relaciones estaban lejos de ser consentidas por las mayorías) y jugó al tenis con Bush en Olivos y al golf con Clinton en Bariloche. Primerísimo mundo sin indierío a la vista.

En estos días Luis Juez, un bizarro dirigente antes peronista ahora en Juntos por el Cambio, calificó de "nabo" al presidente. Cuatro años atrás, designado embajador en Ecuador, produjo esta perlita: "Llegué hace media hora, me pegué una ducha, me puse un saco y una camisa, porque no quería estar con la ropa de esta mañana, van a decir que soy un mugriento y agarré hábitos ecuatorianos". Fue eyectado de la embajada. Los ecuatorianos se lo querían comer.

Desierto y nadie

Nadie sabe muy bien cuántas comunidades de pueblos originarios hay ni cuántos indígenas quedan. Ante el vacío censal oficial han sido las organizaciones las que han estimado un número que oscila entre 800 mil y dos millones. Hay provincias integradas por un 17 a un 25% de originarios en su población. Salta es la provincia con más presencia de pueblos indígenas. Que suelen morir en los veranos de desnutrición y deshidratación. A la vez que líderes como el ex gobernador Juan Manuel Urtubey viven en una mansión de estilo europeo con su esposa actriz. La desigualdad al palo.

Durante lo que Roca llamó "conquista del desierto" –no fue conquista sino saqueo; no había desierto sino seres humanos viviendo su vida desde los orígenes- se estima que entre torturados, esclavizados y muertos cayeron 13 mil indígenas. Según El Historiador en 1878 había 1.830.000 habitantes.

Los que quedaron fueron segregados, abandonados, saqueados y olvidados. Un verdadero genocidio, continuidad del que comenzó en 1492. Aunque los negacionistas –que hay para todos los gustos y para todas las épocas- se rebelaron durante todo el siglo XX y parte del XXI ante el concepto. "Desafío a los que hablan de genocidio a que busquen en los diarios y documentos de la época alguien que haya dicho: No, vamos a tratar a los indios de otra manera". Lo dijo el historiador Félix Luna en diciembre de 2005.

Querido rey

Gracias a la "conquista del desierto", se terminó de envolver en celofán la vanagloria del ombligo de esta tierra: sin indios, toda la sangre argentina es europea. Roca llegó a presidente, mantuvo monumentos intocados hasta hace poco tiempo cuando desde el procerato de Osvaldo Bayer se llamó a desmonumentar. Dice Felipe Pigna que "para el Estado nacional, significó la apropiación de millones de hectáreas. Estas tierras fiscales que, según se había establecido en la Ley de Inmigración, serían destinadas al establecimiento de colonos y pequeños propietarios llegados de Europa, fueron distribuidas entre una minoría de familias vinculadas al poder, que pagaron por ellas sumas irrisorias". Fue la construcción de los Pereyra Iraola, los Álzaga Unzué, los Anchorena, los Martínez de Hoz.

Cuando Roca lo mandó a Lucio Mansilla a Europa a buscar europeos para llenar el espacio vacío de indígenas, comenzó el derrotero.

Los inmigrantes, a la vez, fueron cambiando de cara y de color, con el tremendo pesar de los europeístas argentinos. El "Diagnóstico de las poblaciones de inmigrantes en la Argentina", de Marcela Cerruti, sostiene que en 1895 los inmigrantes europeos eran el 25,4% de la población argentina. En 1914, el 29,9. En 1947, el 15. En 1960 el 13: en ese mismo año, los inmigrantes de países limítrofes ya eran el 17,9 % de los habitantes extranjeros del país. En 2001 llegaron al 60.3 por ciento. Los argentinos dejaron de bajar de los barcos para cruzar las fronteras.

Una foto fatal y final de la identificación de conquistado con conquistador y de la Europa latinoamericana de ojos azules. En el bicentenario de la independencia Mauricio Macri, presidente, dijo ante el devaluado rey Juan Carlos de Borbón en el acto de Tucumán: "Estoy acá tratando de pensar y sentir lo que sentirían ellos en ese momento. Claramente deberían tener angustia de tomar la decisión, querido Rey, de separarse de España".

De la España que había bajado de las carabelas en una tierra donde, aseguran aún hoy, no había nadie.