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En diez o quince días la noticia serán los cien mil muertos. El número redondo amplifica y crea desde lo simbólico. Conscientes e inconscientes, negacionistas y no, pulsiones de vida y pulsiones de muerte invadirán los medios y las redes para diseccionar una noticia que implica la desaparición del 0,22 % de la población argentina bajo la esferita con ventosas del covid 19. Una tragedia que terminó con las certezas, que parece no acabar nunca, que dispone a este pedazo de humanidad que hoy es el centro pandémico del mundo a las puertas de la tercera ola.

Una pandemia que aceleró todas las crisis y que tiene en su génesis la consecuencia de la relación humana con el ambiente. Causas tratadas apenas tangencialmente en notas especializadas de algunos diarios pero ignoradas en la masividad. Porque muestran, demoledoramente, que –más allá de la peor o mejor gestión de la pandemia- no habrá victorias en este episodio tan graficado bélicamente. Y no las habrá porque la muerte no impide que el vínculo con la naturaleza siga siendo cruel y destructivo. Mientras tanto, los gendarmes de la libertad que ahora es de derecha, los gerentes de la democracia en peligro y los administradores de un estado roto despliegan su riña electoral en un estilo de campaña que ofende a este dolor.

En Olavarría los muertos son el 0,25 % de la población. En la provincia, el 0,27%. En la Ciudad Autónoma, el 0,35%. Pero un año y medio de incertidumbre y miedo, acicalado por los discursos mediáticos y la verborragia partidaria terminan naturalizando la tragedia. 700 muertos por día ya no asombran a nadie. Salvo que sean de la familia.

La catarata informativa

La televisión para un estrato social y/o etáreo, las redes para otro, son las fuentes de información masiva que llenarán el ámbito cerrado del miedo y la incertidumbre, a saber, de: cantidad de contagios, cantidad de muertes, medida de las colas para hisoparse, saturación de las terapias intensivas, cantidad de vacunas entrantes –escasas o numerosísimas, según la voz que se escuche-, cantidad de primeras dosis aplicadas –estrategia espectacular o error dramático ante la variante delta, según una u otra voz- el salario exiguo de los trabajadores de la salud, la presencialidad o no en las escuelas, la vida o la muerte que dependen del aula según el jefe de gobierno, cómo contagian las nuevas variantes, las edades de los que se mueren ahora, la irrupción del hongo negro, por qué hay Sputnik y no Pfizer que es la panacea del mundo, lo bueno que es que Joe Biden obligue a tributar a los ricos y en este pedazo de sur lo mismo es malísimo, lo buenos gestionadores de pandemia que son los países ricos por quedarse con el 90% de las vacunas, lo malos gestionadores que son los países empobrecidos como éste que no consiguen la mejor vacuna del globo y luchan por la Sinopharm, lo triste de jugar la Copa América en el medio del caldo virósico sólo porque la Conmebol y quienes ponen el dinero no deben perder un centavo, lo desgraciado de un equipo lleno de goleadores que no hace goles, lo simpático que es Bolsonaro obligando a una nena a sacarse el barbijo mientras se le mueren 3.000 por día y se le contagian cien mil, lo autoritario que es Fernández porque intenta evitar la exportación de carne por 30 días para que baje y puedan comer los argentinos pero la carne sube más y, a pesar de que su gestión está llena de marchatrases y de boicots propios y ajenos, es un tirano. Dicen los libertarios. Que se robaron la palabra más bella y la colocaron a la derecha antes de la pared.

En el medio Viviana Canosa relata el gol de Diego con el discurso más berreta de los antisistema. Y mide bien.

Lo que paraliza

Cómo sentirse vivo hoy, cómo desenterrar alguna certeza, cómo, si anochece a las cinco y media de la tarde y el invierno está dispuesto a proveer la tercera ola. Lo dice el mismísimo Fernán Quirós, ministro de Salud de Horacio Rodríguez Larreta, diez minutos después de que el jefe de gobierno de CABA decidió abrir todo. Todo. Como si aquí no sucediera nada.

Quirós se mide como candidato. Como Germán Caputo en Olavarría. Las caras de las gestiones pro, contradictorias pero blancas y limpias. No como Carla Vizotti, desgastada por su viejo ex superior, descascarada por una gestión –la batalla cultural que se va perdiendo: las gestiones son empresariales; desde el estado se gobierna- nacional con errores y con colmillos a la yugular de los vampiros históricos. Cada vez más hambrientos de esta sangre.

El aluvión informativo, los gritos y la ferocidad como fondo de esta tragedia paralizan. Paraliza también el hambre, la pobreza que cae sobre casi 20 millones como una manta pesada que no protege de este frío. Paraliza la mirada sombría al futuro desde esta noche. Paraliza que siempre los perdedores estén del mismo lado, que la esperanza sea un colchón sucio en la puerta de un banco los fines de semana. Paraliza que el invierno sea tan largo y que ya no haya temor de una gripe sino de la misma muerte disfrazada de tos y mocos. Paraliza que si aparece la tos haya que pensar con quién se compartió cercanía hace tres días, cuándo se abandonó el barbijo por un rato, con quién, a quién avisarle, a quién cuidar, a quién no contagiar.

Angustia sentir que hay que parar porque el virus se desplaza enloquecidamente y muta todo el tiempo. Pero también hay que salir, porque hay que trabajar, porque hay que vivir, porque hay que salir a subsistir y a reconocerse en los otros con la urgencia del último día.

Será por eso que los que gobiernan abren los gimnasios y los restaurantes como se abren los brazos a lo incierto. Sabiendo que dentro de un rato volverán a cerrar.

"Hay mucha gente que está entre dos males: exponerse al contagio o no salir a trabajar. Tener que decidir todo el tiempo en esa ecuación genera agotamiento emocional y confusión respecto de cuál es el mal menor", dice el doctor en Psicología de la UBA Gustavo González.

La promesa de la primavera como una vida casi normal –según el ministro de Salud de la Provincia, Daniel Gollan- se ensombrece hasta el síncope con la variante Delta que pone en cuestión toda la política sanitaria. Y las variantes que vendrán.

Israel tirando los barbijos festivamente y al otro día recogiéndolos, porque vuelven los fantasmas.

El malestar

Y la muerte de los otros, de los propios, que sienta mojones en la vida presente. Y condiciona lo que vendrá. "Hay mucho malestar psicológico porque no sabemos hasta cuándo va a seguir todo esto, y hay mucha gente que vio su economía personal destruida. A la vez, hay gente que tuvo casos severos de Covid-19 que le dejaron una marca, gente que perdió a sus seres más queridos, y esto parece que no termina. Cuando no hay horizonte de certidumbre el sistema psicoemocional estalla", dice el psicólogo de la UBA.

Mientras tanto Mauricio abusa de los espacios masivos de sus amigos. Dice que se viene una dictadura, que el coronavirus no debería quitarle el sueño a nadie, que si se hubiera vacunado como Chile -¿con la Sinovac cuya primera dosis inmuniza un 3%?- habría 30 mil muertos menos, que el presente es el peor gobierno de la historia. Dice como caído de un asteroide. Sin pasado. Y Alberto y Axel les hablan a las tribunas, con voz de campaña y acusaciones fuertes y la vacuidad y los traspiés de la incontinencia verbal.

En 2012 el científico David Quammen escribió "Infecciones animales y la próxima pandemia humana", donde describía la propagación de enfermedades de animales a humanos y anunciaba una próxima gran pandemia "causada por un virus zoonótico proveniente de un animal silvestre –probablemente un murciélago- con el que los humanos estarían en contacto en algún mercado de China". Ocho años después la profecía estalló como una bomba.

En estos días el ingeniero franco español Tomás Pueyo aseguró que "el problema, pensando en otra pandemia, no es tanto la vida en las zonas urbanas sino el contacto con animales, en general, y con animales salvajes, en particular. Esto pasa en muchos países de Asia y de África. Esos comportamientos deberían ser urgentemente reducidos". Se pudo parar el covid. Pero no se detuvo. Casi diez años después de la profecía de Quammen todo está como era.

Es que, "no es una coincidencia que en los últimos 20 años, los brotes de Ébola y Covid hayan surgido en países de mucha población y con mucho contacto estrecho con animales salvajes. Una vez que el virus pase al ser humano, listo. La pregunta es cuán rápido pasa al ser humano", dice Pueyo, en un mundo en el que el transporte aéreo dispone virus de un continente a otro en pocas horas.

Pulsiones

La humanidad se aferra a la vida como a una rama en medio de un río correntoso. No hay nada ni nadie que rebane la pulsión de vida como si fuera un apéndice. Aunque los pulsores de la muerte aparezcan cada vez más en las voces de los panelistas, en los twiteres y en los difusores del terror.

Se aferra y se aferrará a la luna amarilla y rodante en medio de los reinados virósicos y bacteriales. Y a pesar de todo, como el olmo seco del Duero al que le cantó Antonio Machado, hay una flor que brota. Como un milagro de la primavera. Aunque el olmo, como tantos, no crea en los milagros.