Éste es el título de un breve, pero significativamente enjundioso, un hermoso ensayo que LászlóFöldényi, un escritor húngaro, casi desconocido, publicó el año 2008. Como dice en el prólogo el escritor, traductor y editor, Alberto Manguel, muy atinadamente: “Entre las muchas vías que nos acercan a un libro, una de ellas es la que tiene que ver con el título”. Hay algunos de la gran literatura universal cuyos títulos no resultan especialmente atractivos, por ejemplo, “La divina comedia”, o “Las confesiones”. Y dice Manguel: “Pero sólo un espíritu de piedra podría resistirse a un título como éste: “Dostoyevsky lee a Hegel en Siberia y se echa a llorar”.

Después de graduarse como ingeniero militar, Fiódor Dostoyevsky (considerado uno de los más grandes novelistas de toda la literatura mundial), participaba semanalmente en las discusiones sobre las ideas de los socialistas franceses que tenían lugar en casa de Mikhael  Petroshovsky, un joven idealista. 

Al saber las autoridades que dentro de ese círculo de debates se había formado un grupo más radical, más inclinado a la acción, que se proponía imprimir panfletos que denunciaran las arbitrariedades del gobierno e incitaran a la rebelión, y temiendo que esa propaganda tuviera buena acogida entre los jóvenes y los intelectuales, ordenaron el arresto de los miembros de ese círculo.

Después de una exhaustiva investigación veintiún integrantes de ese grupo fueron condenados a muerte, entre ellos Dostoyevsky.

Según se cuenta, momentos antes de llevarse a cabo la ejecución, el zar del imperio ruso, Nicolás, le conmutó la pena por cuatro años de trabajos forzados en una prisión, en Omsk, Siberia, y a otros cuatro años como soldado raso. Eso en 1849.

Dostoyevsky aceptó el castigo como una expiación necesaria por lo que consideraba un gran crimen.

En la primavera de 1854, después de haber pasado cuatro años de trabajos forzados, Dostoyevsky fue enviado como soldado raso a la frontera sur de la gran planicie del norte.

Allí trabó amistad con un joven abogado, A. J Wrangel. Este ha recordado esos momentos en sus memorias: “Con Dostoyevsky en Siberia”. Pasaban muchas horas leyendo, estudiando.  Entonces redactaba Dostoyevsky su “Apuntes de la casa de los muertos”, y le permitía a su amigo echar un vistazo a esas páginas de vez en cuando.

Se propusieron estudiar juntos un libro de Hegel.  Wrangel no menciona el nombre del libro, sólo dice que era una obra de Hegel. En realidad, se trataba de “Lecciones para una filosofía de la historia”

El autor imagina el desconcierto de Dostoyevskycuando en las primeras líneas del libro de Hegel, a la luz de una vela, lee: “Ante todo, es la planicie del norte, Siberia, lo que hay que pasar por alto. Está para nosotros más allá de cualquier consideración.  Toda la naturaleza de esa tierra no es del tipo que pueda representar un escenario de la cultura histórica, y que pueda formar una particular figura en la historia mundial” Y decir Siberia, es decir Rusia. Se desesperó al considerar que, en Europa, por cuyas ideas había sido condenado a muerte, aunque finalmente desterrado, sus padecimientos no significaban nada. Podía sufrir en Siberia, que no formaba parte de la historia mundial, y donde no había, según el punto de vista europeo, ninguna esperanza de salvación.   

Pero quizá sin esa experiencia siberiana Dostoyevsky no habría podido calar tan profundamente en el alma humana. Así lo expresó Wsevolod  Solowjov, hermano del filósofo WladimirSolowjov : “¡Oh! Siberia y los trabajos forzados ¡eso fue para mí una gran dicha! Se dice que es escandaloso y horrible. ¡qué tontería! Ahí empecé a vivir sana y felizmente, ahí empecé a conocerme a mí mismo…”

Quizá ahí fue donde Dostoyevsky caló todas las vicisitudes del alma humana y que le llevó a escribir esas obras maestras que son: “Los hermanos Karamazov”, “Crimen y castigo”, “El idiota”, entre otros excepcionales libros.