El hombre que confundió a su mujer con un sombrero
Por José Luis Toro. Periodista y abogado
Ese es el título de uno de los libros más conocidos de Oliver Sacks, el célebre neurólogo, fallecido hace nueve años. Autor de decenas de obras relacionadas ante todo con la investigación científica en su disciplina, todos escritos con la misma amenidad, abundante erudición y con un estilo completamente cautivador, con la mirada compasiva del médico que tiene frente a sí a un paciente, es decir, a un hombre que sufre. En este libro “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”, cuenta el caso de un músico, un cantante, que a causa de un trastorno en un área del cerebro había perdido la capacidad de distinguir los contornos de las personas y de las cosas.
Curiosamente, no tenía ninguna dificultad cuando entonaba una melodía, o cantaba una canción. Este hombre, cierto día queriendo tomar su sombrero del perchero de su casa antes de salir, extendió la mano hacia la cabellera de su esposa, confundiéndola con su sombrero. A propósito de este caso, Sacks reflexiona también sobre la importancia de la música en la vida del ser humano. Desde el momento de nuestro nacimiento estamos rodeados de música, y vivimos permanentemente acompañados por la música, ya sea popular, clásica, moderna. A los niños se les enseña la tabla de multiplicar cantando los números, como una forma eficaz de guardarla en su memoria.
Otro de sus más conocidos libros es “Despertares”, exitosamente llevada al cine, con la participación en la película del actor Robin Williams, con quien mantuvo una sincera amistad durante largos años. En este libro describe los profundos trastornos que causó en Estados Unidos la epidemia de encefalitis letárgica que asoló el país las primeras décadas del siglo XX, causando en sus víctimas un estado largo de postración y de inconsciencia, de la que algunos pudieron salir décadas más tarde. En “Alucinaciones”, otro de sus libros, narra la experiencia vivida por pacientes que sufrieron perturbaciones mentales graves y poco frecuentes, que les causaban alucinaciones de todo tipo, acústicas, visuales, incluso olfativas como es el caso de gente afectada por la anosmia, un trastorno que incapacita de percibir cualquier olor, el humo, el gas, la comida en mal estado, etc.
Para Oliver Sacks, hay enfermedades, defectos y trastornos que pueden representar un papel paradójico, al revelar capacidades latentes que podían no ser vistas nunca, ni siquiera imaginadas, y que descubren un potencial creativo en pacientes sujetos a esas dolencias.
Oliver Sacks era hijo de un médico londinense, y siguiendo la vocación paterna, estudió medicina en Oxford, Inglaterra; después de haberse graduado se estableció en California, Estados Unidos, para doctorarse en neurología. Tan atípico era Oliver Sacks que allí se juntó nada menos que con los Hell’s Angels, ese grupo, que entonces recorría Norteamérica, conduciendo sus motocicletas Harley-Davidson y enarbolando la bandera de la libertad anárquica, la del outsider. También durante esos años juveniles ganó Oliver Sacks un campeonato de halterofilia. Y experimentó con las drogas. Y lo ha contado con una tal exuberancia de detalles que su experiencia debería formar parte de cualquier descripción médica de los efectos alucinatorios del uso de fuertes opiáceos.
De su padre cuenta en su libro “Un antropólogo en Marte”, así: “Cuando mi padre, a la edad de noventa años comenzó a pensar con cierta reticencia en el retiro le dijimos: Al menos deja de visitar a domicilio”. Pero él respondió “No, seguiré visitando a domicilio…y dejaré todo lo demás”. Y prosigue: “Con esto en mente, me he quitado la bata blanca, he abandonado los hospitales donde he pasado los últimos veinticinco años y me he dedicado a investigar las vidas de mis pacientes tal como son en el mundo real, sintiéndome en parte como un naturalista que estudia extrañas formas de vida; en parte como un antropólogo, o un neuro antropólogo que realiza un trabajo de campo, aunque casi siempre como un médico, un médico que visita a domicilio, unos domicilios que están en los límites de la experiencia humana”.
Sacks también fue un aficionado de la química y dela botánica.
En su “Diario de Oaxaca”, relata su viaje a México, acompañando a la American Fern Society para buscar helechos, a comienzos del año 2000. En el prólogo de ese Diario nos cuenta la inquebrantable fascinación que ejercieron siempre sobre él los diarios de “historia natural decimonónicos”, entre los que cita: “El archipiélago malayo”, de Wallace, “El naturalista por el Amazonas” de Bates, las “Notas de un botánico” de Spruce, y la obra que los inspiró a todos ellos, el “Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente” de Humboldt. La dedicatoria de “Diario de Oaxaca” no puede ser más reveladorasobre la personalidad de Oliver Sacks: “Para la American Fern Society y para los buscadores de plantas, observadores de aves, submarinistas aficionados, recolectores de rocas, exploradores y naturalistas aficionados del mundo entero”.
Lo mismo que su héroe Darwin, del que nos recuerda que escribió seis libros sobre botánica, y más de setenta artículos sobre ellas, y que después de la publicación de “El origen de las especies”, en 1859, pudo dedicarse enteramente al estudio de las plantas, también Oliver Sacks fue un apasionado de las plantas, un amateur en este campo, recordando que la palabra amateur significa también amante.
En 1991, tras el episodio final de una serie documental alemana titulada “Un Glorioso Accidente”, se reunieron seis científicos de prestigio mundial para debatir acerca de las cuestiones más relevantes que plantea la ciencia, el origen de la vida, el sentido de la evolución, la naturaleza de la consciencia. Estaban el físico Freeman Dyson, el biólogo Rupert Sheldrake, el paleontólogo StephenJay Gould, el historiador de la ciencia Stephen Toulmin, el filósofo Daniel Dennett y Oliver Sacks. Durante ése vivido debate se puso de manifiesto que su comprensión de la ciencia no se limitaba a la neurología, y que podía moverse fluidamente en ese ancho espectro de todas esas disciplinas.
Pocos meses antes de su muerte, publicó en todos los periódicos más importantes del planeta su despedida del mundo, tal como lo había hecho casi doscientos cincuenta años antes uno de sus mentores, el filósofo David Hume. Esa carta comenzaba así: “Hace un mes me encontraba bien de salud, incluso francamente bien”. Pero le habían confirmado que le quedaban dos o tres meses de vida. Hume en su despedida se describía “Soy un hombre de temperamento dócil, de genio controlado, de carácter abierto, sociable y alegre, capaz de sentir afecto, pero poco dado al odio, y de gran moderación en todas mis pasiones”. Sacks, por el contrario, dice de sí mismo: “Soy una persona vehemente y de violentos entusiasmos y una absoluta falta de contención en todas mis pasiones”.Lo que para uno era, nada en exceso, para el otro era todo en exceso. Pero los dos coinciden al final de sus días en la falta de apego a la vida.
Así fue y vivió este científico, extraordinario ser, tan cercano humanamente a sus pacientes y a todo lo que la naturaleza lleva consigo. Con Terencio (autor de comedias de la antigua Roma) podría haber afirmado: “Soy un hombre. Nada de lo humano me es ajeno”