Ernst Jünger, soldado y filósofo
Por José Luis Toro. Periodista y abogado
De las cualidades literarias y ensayísticas de Ernest Jünger se sabe tanto, lo mismo que de sus investigaciones como entomólogo, así como de su experiencia militar en las dos guerras mundiales, que clasificarle resulta bastante difícil. Un hombre que como él vivió 102 años, que había coleccionado cuarenta mil especies distintas de escarabajos, viajando a lo ancho y largo del planeta, y que ha escrito tantos maravillosos libros, unos basados en sus experiencias militares, como su “Tormentas de acero”, (In Stahlgewittern). que no sólo es una descollante obra del género bélico, sino una obra maestra en sí, y que tuvo un éxito arrollador al ser publicado, así como sus memorias sobre la Segunda Guerra Mundial, “Radiaciones” (Strahlungen, Gärtenund Strassen), cuando con el grado de Capitán del ejército alemán formó parte de las divisiones que ocuparon Francia, y otros de carácter introspectivo, fabulador, alegórico. Un hombre así, inclasificable, sólo puede despertar curiosidad y admiración.
A sus dieciséis años soñaba con viajar lejos, en especial al África, el continente que despertaba en su ardiente imaginación paisajes de rebosante plenitud, con bosques exuberantes y caudalosos y rugientes ríos. Lo cuenta así en “Juegos aficanos” (Afrikanische Spiele):
“La palabra SELVA encerraba para mí una vida, cuya vista con mis dieciséis años no podía resistir, una vida, dedicada a la caza, a la rapiña, a raros descubrimientos. Un día me fue claro que el Paraíso Perdido se hallaba en las confluencias del Nilo, o escondido en el Congo. Y como la nostalgia por esos lugares se hacía irresistible, comencé a incubar una serie de alocados planes sobre cómo acercarme mejor a esas regiones de los grandes pantanos, de la enfermedad del sueño y del canibalismo”.
En 1913 huyó de la casa paterna para alistarse en la legión extranjera, en el norte de África. Tenía entonces dieciocho años.
En 1914, su padre logra que vuelva a casa. Pero entonces estalla la Primera Guerra Mundial, y Ernst Jünger se alista de inmediato en el ejército. A sugerencia de su padre hace el curso para alférez. Algo más tarde es ascendido a teniente. Será conocido como “El teniente tranquilo” por su sangre fría durante los combates.
Después del fin de la guerra, que concluyó con la derrota de Alemania, y la firma de un acuerdo de paz lleno de infamia y ultraje para los alemanes, el célebre Tratado de Versalles, que, sobre todo, debido a la ciega obstinación por parte de la delegación francesa, se le impusieron a Alemania sanciones que superaban con mucho la capacidad racional de cumplirlas, Jünger permaneció en el cuerpo de oficiales del reducido ejército que los aliados permitieron al país derrotado, la cuarta parte del que tenía anteriormente.
En 1923 abandonó el ejército y se matriculó en la Universidad, para estudiar biología. Destacó en entomología, con lo que alcanzó una cierta celebridad en su país. También participó durante esos años en la publicación de artículos en diferentes revistas de extrema derecha.
Fueron los años de la maceración y el desbordamiento de los sentimientos nacionalistas, de los clamorosos deseos de revancha, de la exaltación del sentimiento de venganza y de recuperación del orgullo el movimiento nacionalsocialista, y, en ese ambiente, tan propicio para el desbordamiento de las emociones primitivas, se fraguo el nacionalsocialismo, el nazismo.
El 23 de abril de 1939 escribe en su diario: “Ha llegado por correo mi pasaporte militar que ha sido enviado por el comando de distrito de Celle, y, por lo que veo, el Estado me incluye en su registro con el grado de teniente. La política en estas semanas recuerda a los momentos muy próximos a la Gran Guerra. Lo novedoso es, sin embargo, la elevada sensibilidad de las masas que está en creciente contraste con el terrible aumento de los medios…”
Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, ese año, Jünger fue destinado a uno de los regimientos que ocuparon Francia. Las páginas de su diario que evocan esas marchas están llenas de minuciosas observaciones y de posteriores reflexiones. Anota sus sueños, describiéndolos con detalle. Al llegar a cualquier población con la que se encuentran camino de Paris, una de las primeras actividades que realiza es visitar el cementerio local, dar un breve paseo. También se interesaba por probar el vino de la zona. Se cuenta que, durante los bombardeos enemigos, en lugar de buscar protección en los sótanos, subía a las terrazas de las casas acompañado de una botella de champán, para contemplar desde allí el panorama.
Llega a París, el 29 de mayo de 1941, y casi enseguida hace amistad con ciertos círculos de intelectuales y artistas, entre ellos Picasso, a los que facilita protección. En esa ciudad permanecería unos cuantos años.
Ernst Jünger no fue miembro del partido nazi; rechazó siempre las invitaciones a formar parte del partido. Ante todo, por su espíritu aristocrático, de esteta, muy opuesto a las manifestaciones de las masas. Hubo jerarcas nazis que quisieron deponer a Jünger, pero parece que el mismo Hitler ordenó que no se le tocara.
Después de la guerra, se retiró a vivir en su casa rodeado de libros, obras de arte y de su colección de escarabajos.
En 1957 publicó “El libro del reloj de arena”, otra excepcional obra que simboliza el tiempo y la fugacidad de la existencia terrenal. “Yo voy en busca de relojes de arena en las tiendas de anticuarios, pero se han vuelto ya muy raros, casi inhallables. El tiempo marca el ritmo de la vida humana. La morada de los dioses, en cambio, está fuera del tiempo. La experiencia del tiempo, por lo tanto, es específica del hombre”, escribió Jünger, convencido de que el invento del reloj era más importante que el de la pólvora.
En 1985 fue visitado por el primer ministro francés Miterrand. Era la segunda vez que un mandatario extranjero visitaba en Alemania a un escritor. La primera vez fue cuando el rey Luis de Baviera visitó a Goethe con ocasión de sus setenta y ocho cumpleaños.
Ernst Jünger murió el 17 de febrero de 1998 a los ciento y dos años, habiendo sobrevivido a toda su familia.