Alguna vez, desde estas mismas páginas, se habló de visitar el cielo de General La Madrid y vivir una experiencia única volando en parapente acompañados por el bicampeón mundial de la especialidad, Damián Lestarpe. Ahora -y perdón por hacerlo en primera persona- contaremos otra experiencia fascinante: conocer las profundidades (al menos de una pileta) junto a Bruno Pellitta.

Esta nota se propone además contar cómo fue el trabajo que realizaron los Bomberos Voluntarios y los buzos de "Nereidas" en la limpieza del arroyo Salado previa a la carrera de aguas abiertas que se realizó hace algunos días.

Primero lo primero

Hay que "cambiar el chip" apenas se inicia la actividad: acostumbrados a respirar por la nariz hay que modificar el mecanismo y se hace por la boca entonces al principio es una sensación rara, pero cuando ya se adapta la mente a esto no hay inconveniente.

"El buzo es tranquilo", repite el instructor Bruno Pellitta en cada breafing (charla previa) y reitera las señales para la comunicación debajo del agua. El "pulgar arriba" no corre para el "está todo bien", otra regla muy importante a la que hay que acostumbrarse.

El equipo completo pesa unos 22 kilos y hay que sumarle lastre para mantener una flotabilidad neutra. "No hay que tocar el fondo ni estar en superficie, por eso se colocan plomos. Además el inflado y desinflado del chaleco ayuda a ese objetivo de poder estar en el fondo", explica el instructor.

Las maniobras de colocación del equipo es algo que Pellitta reitera constantemente para evitar lesiones en un mal movimiento.

Ya listos, los cinco buzos se acercan a la orilla y comienzan a ingresar al agua. Hay un momento de aclimatación y ajuste final. Se rechequea el funcionamiento del regulador, se colocan las aletas y las antiparras.

"Se respira aire comprimido que pasa por filtros especiales. Se respira con el regulador que disminuye la presión para que los pulmones se puedan expandir sea cual fuera la profundidad", detalla el instructor de Nereidas.             

El arroyo Salado no tiene una profundidad mayor al metro y medio, y la escasez de precipitaciones ha hecho que el nivel baje aún un poco más. Lo más complejo para el grupo parece el fondo lodoso y el calor pero una vez que se acostumbran a esa "incomodidad" comienza la tarea.

En la charla previa, el instructor remarcó: "Van unidos al kayak porque la visibilidad es prácticamente nula. Los movimientos son lentos y controlados. Cada tanto se comunican con el que está arriba, con un tirón está todo 'OK', dos o más 'necesito algo o encontré algo' ".

Los minutos pasan y el calor es intenso. El traje tiene un espesor cercano a los 7 milímetros incomoda. Los buzos avanzan lentamente hasta el sector del arroyo donde puede haber mayor peligro para los nadadores que este domingo participarán de la prueba de aguas abiertas. Uno, dos, tres... varios escombros de importantes dimensiones yacen en el lecho del arroyo; alguien, con pocas ganas de hacer algo productivo, los arrojó.

El grupo recolecta un poco más de basura. Empieza el operativo más concienzudo. Los kayaks en superficie "barren" de margen a margen. Ya pasaron más de dos horas en el agua. Si bien se encontraron algunos escombros no parece gran problema.

La tarea concluye sin mayores novedades. Una nueva experiencia, un trabajo solidario, todos vuelven felices.

Que se vengan los chicos

"Nereidas" es una escuela de buceo y aunque parezca ilógico se desarrolla en La Madrid. Su instructor es Bruno Pellitta.

La escuela se ha destacado por su labor solidaria: brinda capacitación en rescate a los Bomberos Voluntarios; "Nacho" Ponce se convirtió en el primer buzo de la Argentina con síndrome de down en bucear en aguas abiertas y Diego Gerar, con parálisis cerebral, también marcó un hito en esta disciplina.

No sólo pueden participar personas mayores de las clases sino también pequeños desde muy temprana edad.

Pellitta genera confianza en el alumno, les explica los rudimentos básicos y comienza la experiencia. Sepa verdaderamente que cuando se hace buceo se ingresa a "un mundo diferente", es uno y el agua: no hay tiempo, las referencias son mínimas y eso permite perder la noción de todo, al menos en los instantes que uno se sumerge.