La renuncia de José Pekerman, en el mismo camarín, después de la derrota por penales frente a Alemania, supuso un quiebre en treinta años de seriedad en el manejo de las selecciones argentinas, más allá de los estilos.

Coco Basile, más afiliado a rituales esotéricos que a las nuevas tendencias que empezaban a mandan el el fútbol mundial, fue su reemplazante. Fue vapuleado en la final de la Copa América de 2007 por Brazil, y deambulaba sin garantías de estabilidad en las eliminatorias para Sudáfrica cuando la derrota con el Chile de Bielsa en octubre de 2008 (la primera y única en casi 100 años de enfrentamientos oficiales) lo bajó de barco.

Lo que siguió fue una parodia. Impulsado por amigos mediáticos, la AFA (o lo que es lo mismo, don Julio) le entregaron el timón al apellido más pesado en la historia del fútbol argentino, pero sin antecedentes idóneos como entrenador de fúttbol: Diego Armando Maradona.

Su tránsito en el banco de la selección argentina tuvo ribetes grotescos, coronados con aquel famoso "la tenés adentro" en la conferencia de prensa post Uruguay para cerrar una eliminatoria lamentable. Convocatorias centenarias de jugadores sin CV para merecer el honor de ponerse una camiseta que él mismo había llevado a su momento de mayor gloria; citaciones absurdas para la Copa (Palermo, Garcé, Pozo); olvidos imperdonables (Cambiasso, Zanetti y Gago), las esperanzas de los hinchas argentinos quedaron depositadas en argumentos pocos racionales, como las coincidencias con el 86.

Hay un artículo del diario El País de Madrid de julio de 2010 que sintetiza mejor que nadie aquel proceso. "Diego Armando Maradona estaba convencido de que, con el selecto grupo de delanteros del que disponía Argentina y el control emocional del vestuario, el título caería por su propio peso. Lo primero no era mérito suyo, sino una mera casualidad contar con Messi, Higuaín, Agüero, Milito y Tévez. En el otro apartado, sí.

"Ahí volvía a sentirse el número uno cuando arengaba a la albiceleste tanto en su conjunto como a nivel individual. Minutos antes del desastre ante Alemania, en el estadio Green Point, El Pelusa volvió a sentirse el rey: fue a inyectar uno por uno a sus jugadores el último puyazo emocional. A cada uno, lo suyo. ''¡Puto, puto, puto!'', gritó al visceral Heinze, según recogieron las cámaras de Canal +. ''Acordate de tu papá'', repitió a Mascherano mientras a Messi le acunó con susurros muy delicados.

"Maradona los cuidó como si fueran sus hijos. Y ellos respondieron ganando a Nigeria, Corea del Sur y Grecia antes de tumbar a México en los octavos de final. Cada triunfo lo celebraron como si ya tuvieran agarrada la Copa. De manera frenética y exagerada. Pero llegó Alemania y desnudó todo el andamiaje de Maradona. O la ausencia del mismo.

"Había llegado a Sudáfrica sin una idea de cómo quería jugar, escocido por las críticas al fútbol tan defensivo en la fase clasificatoria. Y decidió que añadiría un tercer delantero, Tévez, en compañía de Messi e Higuaín, a costa de perder un volante, Maxi Rodríguez.

"Argentina barrió a Nigeria en la mejor actuación de Messi, asociándose con Verón y relamiéndose en media docena de ocasiones de gol. Ganar la primera cita así convenció a Maradona de que su apuesta había funcionado y, crecido, se atrevió a probar otra. Aprovechó las molestias musculares de Verón para recuperar a Maxi, dejando solo a Mascherano en el centro del campo.

"Goleó a Corea del Sur y empezó a pensar que estaba iluminado. Las sutilezas tácticas, en teoría, estaban en manos de su ayudante, El Negro Enrique, aquel que pasó a la fama por darle el pase en su segundo tanto a Inglaterra en México 1986. Pero, en realidad, fueron ideas de Maradona. Nadie se habría atrevido a contradecirle a pesar de haber debilitado notablemente el corazón del equipo.

"Ante México, Maradona vio otro espejismo. El combinado de Javier Aguirre dominó hasta que Tévez marcó de cabeza en uno de los fueras de juego más clamorosos de la historia. Cuatro victorias en cuatro partidos y creyó haber hallado la piedra filosofal: cuatro centrales rocosos para defenderse, tres delanteros y dos extremos (Maxi y Di María) para atacar. En el centro, solo Mascherano.

"Al primer vistazo, el seleccionador de Alemania, Joachim Löw, diagnosticó una Argentina partida en dos, tal y como sucedió, controlada por Schweinsteiger, Kedhira, Müller y Özil, todos mediocampistas de pura cepa. Maradona se había dejado a los suyos en el banquillo (Verón, Bolatti y Pastore) o en su casa (Banega y Riquelme, descartado por un choque de egos con el propio seleccionador). Y se olvidó de que, como le ha sucedido también a Brasil, la esencia del juego pasa por la línea medular.

"Messi quiso ser Verón y se olvidó de ser Messi. Tras la paliza alemana, Maradona se sintió humillado hasta por los enemigos mal elegidos: había polemizado con Schweinsteiger ("¿qué te pasa, Schweinsteiger; estás nervioso?"). Pues... no. No estuvo nada nervioso. Y tampoco Thomas Müller, el joven al que menospreció en el partido amistoso de marzo pasado al confundirlo con un recogepelotas".

Otra mirada, impecable, para analizar a alguien intocable para muchos cuando aquí se lo pone bajo la lupa, que en el primer mundial africano estuvo lejos de mostrarse a la altura de las circunstancias.

La Copa se fue para España; esa España que había colgado en el armario la "furia" para darle paso al "tiqui-tiqui" que, sin demasiado potencia ofensiva, fue uno de los campeones menos objetables de las últimas décadas.