Mario Scola asegura que todavía puede ver al pequeño Luis haciéndose el fuerte y disimulando el dolor entre ladrillos caídos. Hoy, más de tres décadas después, ese nene que llevaba el básquetbol en sus venas desde tan chico hace historia siendo el quinto basquetbolista en disputar un Juego Olímpico. Nada menos que a los 41 años. Un hito más en una carrera que, tras 22 años ininterrumpidos en el seleccionado, lo convirtió en una leyenda mundial.

Luis empezó a sentir al básquetbol literalmente como un estilo de vida debido a que, con tan sólo tres años, acompañaba a su papá tanto a entrenamientos como a partidos. "Yo trabajaba en el banco, había pasado a jugar en Vélez Sarsfield y volvía a casa recién a la una de la mañana, entonces el poco tiempo juntos lo aprovechaba viniendo conmigo. También influyó que mirábamos mucho básquetbol en casa. En esa época se veía la NBA por videocasetes que conseguía León Najnudel, quien tenía una colección tremenda y nos mandaba copias para ver por VHS", rememora Mario Scola.

Al poco tiempo, el hijo del medio comenzó a dar evidencias de que no sólo heredaría la pasión con la que sus progenitores vivían el deporte, sino también su altura sobresaliente. Acostumbrarse a los centímetros no sería tarea fácil, incluso traería más de un susto a la familia: "Era muy grande y le costaba la movilidad. Una vez que se adaptaba a su tamaño, volvía a crecer. Tuvo bastantes accidentes, la verdad no sé cómo llegó a los 41, es un milagro", relata Mario, entre risas.

La cancha se convertiría en el hábitat ideal de Luis. En el Club Ciudad, y de la mano de un profesor que lo apañó desde el principio, daría sus primeros pasos en el juego que amó para siempre. "Lo dirigí en toda su etapa de minibásquetbol hasta preinfantiles, cuando con 13 años decidió pasar a Ferro Carril Oeste, lo cual todos esperábamos que suceda porque nuestro club es de formación", enfatiza Adrián Amasino, que a la edad de 54 continúa ejerciendo su vocación de entrenador en la humilde institución a la que llegó en 1984.

Se dice que, salvando las distancias, ya exhibía a sus 10 años algunos de los movimientos que en un futuro desplegaría en los estadios de la Liga Nacional, la Euroliga y hasta la NBA. "Había movimientos de Luis que no me animo a decir que ahora son idénticos, pero sí hoy utiliza gestos y fundamentos que tenía cuando era Mini. Ya se posteaba como si fuera un pivote de Primera, usando los brazos y el cuerpo", interpreta su padre.

Así como hoy es el guía absoluto de la Selección, haciendo de nexo entre dos generaciones, a una muy corta edad ya mostraba dotes de liderazgo. "Los compañeros se apoyaban mucho en él porque, más allá de ser el grandote, también era el más inteligente y maduro. No tuvo problemas con ninguno, siempre trató de ayudar, y por suerte se formó un grupo muy unido, con él como abanderado", se explaya su primer entrenador.

Por su parte, Mario lo ratifica diciendo que "desde muy chico fue de hablar y dar un paso al frente. Siempre fue cabecilla de grupo, sin proponérselo, sino naturalmente siendo el primero en entrar en calor o en llegar hasta el profesor cuando los llamaban".

Como el maestro León Najnudel lo había predicho, la Liga Nacional le estaba quedando chica con apenas 17 años y la ACB de España se convertiría en su próxima apuesta. De esa manera, con el paso al Tau Cerámica (que lo prestó al Gijón de la Segunda División), llegaba un punto y aparte en el proceso formativo del pivote de 2,06 metros de altura. Por supuesto, nunca dejó de crecer, aprender y mejorar, pero aquel paso significaría dejar atrás la comodidad de su nido para aventurarse en un vuelo al exterior.

"Su desarrollo fue progresivo, desde muy chico sabía que quería ser profesional. Cuando lo logró, apuntó a la Selección, y cuando llegó ahí, miró hacia la NBA. Siempre tuvo una zanahoria delante por perseguir", reflexiona Mario. En coincidencia, Amasino plantea que "cumplió todo lo que se propuso, como cuando era chiquito, que se empecinaba en mejorar algo y lo hacía".

En busca de sintetizar sus pensamientos sobre la leyenda de la Selección de la Argentina, Amasino razona que "llegar a su edad siendo figura y reconocido por el mundo entero son logros incomparables. No creo que aparezca otro como él. A lo que es Selección Nacional, para mí es el número uno, porque siempre la tuvo como prioridad, por eso lo llaman el Gran Capitán. Es un ejemplo para todos".

Para finalizar, Adrián refleja lo que significa para él haber sido una de las primeras influencias en la vida y carrera de Luis: "Es una sensación gigantesca de orgullo. Tuve la suerte de tenerlo cuando todavía nadie lo conocía y ser un granito más en su historia. Uno pensaba que sería un jugador de élite, pero nunca imaginamos que sería lo que es. Lo que hizo en el último Mundial con 39 años me llena de admiración y ojalá falte mucho para su retiro. Siempre que puedo verlo está el mismo cariño, ya que compartimos una época hermosa. Para mí, seguirá siendo Luisito, ese chico que con 7 años agarró la N° 4 del club, el mismo número que usó su padre, y que hoy todavía lo viste con los colores argentinos".

Mientras la riquísima historia deportiva de Luis Scola parecería estar llegando a su fin, el testimonio de papá Mario y el profe Adrián cuentan tal vez la parte menos conocida de su trayectoria, los inicios de Luisito, aquel nene que llegó al Club Ciudad simplemente para ser feliz, sin tener idea de que su amor por el básquetbol traería felicidad a todo un país. Pero atentos porque, a pesar del viento, la llama sigue encendida e ilumina como nunca. Este cuento aún no se ha terminado, queda al menos un último capítulo olímpico que ya se empezó a escribir.

Luis Scola, con su reciente participación en el partido ante Eslovenia en la primera jornada de los Juegos Olímpicos Tokio 2020, alcanzó un récord absoluto: participar en cinco Mundiales y en cinco Juegos Olímpicos. Un dato más que agiganta su exitosa carrera.