Agencia DIB

La Plata en 1902 era una ciudad joven, pujante, con una vida intensa. No obstante, no era más que un pueblo grande, de solo 20 años de existencia, y donde no sucedían cosas impactantes. Pero en agosto de ese año, la capital bonaerense se vio sacudida por un crimen increíble, tanto por los protagonistas como por el método utilizado para el asesinato, un vaso de cerveza envenenado. La muerte del teniente francés Mauricio Barouille dio que hablar durante mucho tiempo, y aún hoy causa asombro por lo minucioso que resultó el homicida.

De hecho, en septiembre de 1902 la revista "Caras y Caretas" publicó una extensa nota sobre el suceso que comenzaba con este párrafo revelador: "Nuestros anales policiales desbordan de humeante y roja sangre, surgida a borbotones de las anchas heridas abiertas a puñal y facón. El veneno carece de arraigo en el criminalismo argentino".

De París a La Plata

Barouille llegó a nuestro país desde su tierra gala natal en la década de 1890. "Lo había mandado a llamar un compatriota, el astrónomo Francisco Boeuf, uno de los responsables de la construcción del observatorio de La Plata, para trabajar como colaborador suyo", cuenta el investigador Diego Zigiotto.

Más tarde, el militar pasó al Instituto de Geodesia de Buenos Aires y fue enviado a la Cordillera de los Andes, como integrante de la comisión que entonces se encargaba de la marcación de los límites internacionales con Chile.

En la progresista capital bonaerense el teniente conoció a Eugenio Bruny, propietario de un hotel en la diagonal 80, zona pujante en aquel entonces, cuando el tren pasaba por allí. El local tenía un café que Barouille frecuentaba. Terminó enamorándose de una de las hijas de Bruny: Rosa, de 20 años.

Se casaron y comenzaron a agrandar la familia. Al tiempo compraron una casa en la calle 59 al 418, entre 3 y 4. El lugar era grande, y para reunir un poco de dinero extra decidieron alquilar un cuarto de la vivienda. El inquilino fue Andrés de la Plaza, de 22 años. Era marplatense, estudiaba en la Facultad de Agronomía y Veterinaria, e integraba una familia tradicional de "La Feliz". Su abuelo había sido uno de los fundadores de Miramar.

Un gusto amargo

La cuestión es que el sábado 14 de agosto Barouille y De la Plaza estaban charlando y comiendo en la casa. En eso, decidieron tomar una cerveza y llamaron a la sirvienta, que fue a comprarla a una despensa cercana. Cuando regresó se la entregó a De la Plaza, para que la destapara y sirviera. El joven la llevó a la cocina y regresó con dos vasos llenos. Ambos bebieron al mismo tiempo pero el militar no terminó su vaso, ya que aseguró que tenía un gusto extraño. Le pidió a De la Plaza que lo probara, y el joven tomó un sorbo, admitiendo que había un regusto amargo en la bebida. Barouille pensó que la empleada no había lavado bien los vasos y la retó. Siguió bebiendo, pero De la Plaza dio una excusa y salió de la casa de 59.

Iba a una farmacia cercana. Allí, según se sabría más tarde, le pidió al boticario un antídoto porque pensó que "lo habían envenenado". El hombre le dio el remedio, que lo hizo vomitar todo lo que había ingerido.

Intoxicado

Al rato el joven volvió al hogar y descubrió que había un gran movimiento de gente. El dueño de casa se sentía descompuesto y estaba en cama. Había mandado a llamar a su médico, quien le diagnosticó una intoxicación severa y le recetó un medicamento habitual para esos síntomas. Pero al día siguiente el enfermo empeoraba y mandaron llamar a otros doctores. Comprobaron su estado de salud y creyeron pertinente avisar a la Policía.

El francés, mientras tanto, había quedado hemipléjico. Más tarde perdió el habla y falleció al día siguiente. La Policía, alertada por el médico, propuso entonces al juez la realización de una autopsia.

El resultado confirmó las peores sospechas: Barouille no había muerto por causas naturales -un hongo tóxico, por ejemplo, que solía aparecer en la cerveza- sino que había sido envenenado. Cuenta el escritor platense Nicolás Colombo: "Realizados los análisis, se comprobó la presencia de colchicina, un potente alcaloide extraído de las semillas de cólchica, muy utilizado para tratamiento de la gota y otras enfermedades reumáticas".

De inmediato las fuerzas del orden detuvieron a Andrés de la Plaza y Rosa Bruny. El joven fue arrestado cuando intentaba dejar la capital bonaerense para irse a Mar del Plata. Fue el primer sospechoso a partir del testimonio del farmacéutico que le dio el antídoto para el veneno.

Confesión

Finalmente, tras varios días de duros interrogatorios, De la Plaza confesó que había envenenado a Barouille porque estaba enamorado de Rosa. Ella, en tanto, quedó libre e insistió en que el comportamiento del joven, que al principio era amistoso, en los últimos tiempos se había vuelto "inadecuado", y por eso trataba de evitarlo.

El hecho sacudió a parientes y amigos, ya conmocionados por la muerte del teniente. A todos les pareció increíble que Andrés, que solía jugar con los hijos de la pareja y hasta era padrino de uno de ellos, pudiera haber pergeñado un malévolo plan para quedarse con la mujer.

Plan que parecía perfecto, pero De la Plaza no había tenido en cuenta que Barouille le haría probar su cerveza envenenada y tendría que salir corriendo a la farmacia, delatándose en el proceso.

Según Colombo, "De la Plaza se encontraba realizando una tesis en la Facultad de Ciencias Veterinarias sobre la curación de parálisis en animales, y usó esa excusa para que un colega le consiguiera varias medidas del tóxico en distintas farmacias de la ciudad. Con ellas preparó una dosis que resultaría mortal, que colocó en el vaso de cerveza para Barouille".

De la Plaza fue juzgado y condenado a homicidio cometido con alevosía. Fue a dar con sus huesos a la cárcel.

"Fúnebre honor"

El caso quedó en la historia policial por haber sido el primer crimen por envenenamiento por colchicina ocurrido en el país. Según la revista Caras y Caretas, "hasta en Europa despertóse un movimiento de curiosidad. Los químicos querían saber qué métodos se habían empleado en la investigación de la colchicina, formulándose la pregunta por telégrafo desde Berlín". En ese momento, solo se conocían diez casos similares en todo el mundo.

"Criollo, de honrado abolengo, universitario, ambicioso, Andrés de la Plaza tiene el fúnebre honor de ser el primer argentino ‘decente’ que hubiera merecido un capítulo especial en la obra de De Quincey", definió "Caras y Caretas", en referencia al escritor inglés que publicó en 1827 "El asesinato considerado como una de las bellas artes". Todo un reconocimiento para un criminal enamorado.