La economía comunista de Cuba enfrenta un nuevo y significativo declive, equiparable a la crisis experimentada tras la caída de la Unión Soviética en los años 90. La isla se ve afectada por una severa escasez de alimentos, electricidad y combustible, mientras que la inflación alcanza niveles sin precedentes en años recientes.

El modelo económico socialista vigente en Cuba atraviesa una etapa de colapso, reminiscente del llamado "período especial" de la década de 1990. Aunque la dictadura de Miguel Díaz-Canel ha dejado de publicar estadísticas sobre el PBI trimestral, las consecuencias de la crisis son cada vez más evidentes.

La isla enfrenta la crisis energética más grave de las últimas tres décadas, con servicios eléctricos públicos en un estado deplorable debido a años de descapitalización. Como respuesta a la dramática escasez de energía, el régimen ha implementado apagones programados de entre 6 y 12 horas diarias en todo el país.

Además, se ha decidido reducir el suministro eléctrico en al menos un 74% en el alumbrado público, convirtiendo a Cuba en un espectáculo oscuro y desolador. La producción energética estatal ha colapsado y ya no puede satisfacer la demanda interna.

La empresa estatal cubana Unión Eléctrica (UNE) ha anunciado apagones simultáneos que afectan al 32% del territorio de la isla, especialmente durante las horas de la tarde y noche, cuando la demanda eléctrica alcanza su pico estacional.

Paralelamente, el recrudecimiento de la inflación y las restricciones cambiarias han afectado el acceso al comercio exterior. La importación de combustible en los primeros meses de 2024 alcanzó solo el 46% de lo previsto, debido al control estricto de divisas y al desequilibrio monetario del régimen.

La crisis alimentaria se agrava a medida que el sistema socialista colapsa, con escasez de productos básicos como harina, admitida públicamente por el régimen. Esta situación se extiende a una amplia gama de productos, reflejando la profundidad de la crisis económica que enfrenta Cuba.