¿Qué escenario quedó al desnudo tras la muerte de al menos 24 personas y la internación de varias decenas tras el consumo de cocaína adulterada? Las teorías hilvanadas ofrecen un abanico de hipótesis cada una más temible que la otra. La guerra entre bandas narco ¿es capaz de producir semejante daño deliberadamente? O bien, si esa no es la correcta, ¿es posible pensar en un "error" en la cocción de cara a la introducción de una nueva sustancia con mayor poder de daño? Cualquiera de esas vertientes es factible, lo que no quiere decir aplicable a este caso, por el simple hecho de que Argentina, desde los tiempos del menemismo, dejó de ser un país de tránsito para encaminarse al concepto de país narco. Lo que no quiere decir narcoestado, concepto del que aún está lejos.

El rompecabezas que se puede observar tras la seguidilla de escenas producidas, una vez que el horror se desató, ofrece múltiples costados. Que no dejan afuera la sostenida orientación a lo largo de los años en las políticas estatales, el carancheo político, el carroñerismo mediático, la hipocresía social, entre tantas otras vertientes.

A nadie escapa que las víctimas estaban atravesadas, por fuera de sus consumos, por diversos niveles de pobreza. Y claramente esa caracterización incide en la empatía o en la falta de empatía. "Veinticuatro faloperos menos", es una frase de circulación usual por estos días en las redes. Veinticuatro que –ante los ojos del universo incluido- no formaban parte del pacto social de la sociedad moderna y estaban hundidos en el lumpenaje.

Casi seis años atrás (el 16 de abril de 2016) cinco chicos muy jóvenes fueron víctimas del consumo de éxtasis en la fiesta Time Warp en la paquetísima Costa Salguero. Ya no era Puerta 8, un asentamiento del oeste del conurbano, de no más de 200 habitantes, con víctimas que suelen sobrevivir revolviendo en los basurales cercanos, sino el Complejo ubicado en Palermo, a orillas del Río de la Plata. Complejo ligado por vínculos estrechísimos con el PRO y elegido por Mauricio Macri para su casamiento con Juliana Awada y como búnker de campaña. Para los desmemoriados: se habilitó el ingreso de más del doble de personas permitidas, se vendían pastillas de éxtasis que provocan una sed imparable y se cerraron las canillas de los baños mientras que una botellita chica de agua mineral costaba 100 pesos (seis años atrás). No había socorristas experimentados ni ambulancias suficientes. El combo fue mortal. Una masacre.

Hace algunos meses, el periodista rosarino Carlos del Frade, figura medular en las denuncias contra las bandas narcos, recordaba en la Agencia de Noticias Pelota de Trapo que "el primer cargamento de 200 kilogramos de cocaína, encubierto en un supuesto embarque de azúcar, llegó a la zona franca boliviana en el entonces estatal puerto rosarino, el 24 de abril de 1978. El mismísimo "almirante cero", Emilio Eduardo Massera, lo fue a recibir. Era el contrato inicial con la dictadura de Hugo Banzer para abrir el "noroeste argentino a los cocaleros bolivianos", como diría Gustavo Bueno, ex integrante del Ejército Argentino, en la justicia brasileña". Cuatro décadas después, Del Frade escribía que por las aguas del Paraná "se va el 75 por ciento de la producción de cereales y derivados, como también casi una treintena de metales que vienen de Catamarca, sin controles inteligentes y transparentes y en febrero de este año (2021) pasaron 16 toneladas de cocaína que fueron descubiertas en Europa".

Cárceles y causas penales

El carancheo político fue otra de las consecuencias desmedidas de la historia de la cocaína envenenada. Esa inútil puja sobre ¿Quién combate más y quién combate menos el tráfico de drogas? ¿Quién dejó entrar la efedrina y quién el fentanilo? ¿Qué consecuencias suelen tener las políticas en la materia a lo largo de los diferentes gobiernos? ¿Alguna de las cabezas políticas de turno enfrentó verdaderamente alguna vez las estructuras de poder real que, a juzgar por los resultados, parecen seguir enquistadas? ¿Cambiará en algo la detención y la expulsión del país del "Paisa", como se conoce al sospechoso de ser el dueño de la cocaína envenenada? Una vez concretado ¿terminará el tráfico?

La periodista mexicana Cecilia González, con varios años de residencia en Argentina y cuatro libros escritos sobre las lógicas narco en el continente, sostiene que "las políticas sobre drogas durante el kirchnerismo, el macrismo y ahora el peronismo no han diferido sustancialmente, salvo la teatralidad de Bullrich. Pero en el fondo, la estrategia no ha diferido: prohibicionismo, criminalización y falta de prevención".

Para entender esa lógica basta repasar los informes estadísticos de causales de detención. Según la Procuración Penitenciaria de la Nación "4 de cada 10 personas privadas de la libertad se encuentran encarceladas por infracción a la ley 23.737" (tenencia de estupefacientes). La misma Cecilia González plantea que entre diciembre de 2015 y diciembre de 2018 "en Argentina apresaron a 64.063 personas y las acusaron por delitos vinculados al narcotráfico. Implicó un aumento del 145 % en solo tres años. Pero, en realidad, casi cuatro de cada 10 causas que se iniciaron fueron solamente por tenencia para consumo. No eran los terribles capos narco".

Sin embargo, no son lógicas distintas a las que se pueden observar en los gobiernos previos y en el posterior. ¿Acaso se modificó la conformación de la población carcelaria en el país y en la provincia desde la recuperación de la democracia a esta parte? Y, observando la problemática desde otra perspectiva, ¿se logró desarticular con las decenas de miles de detenciones el poder narco? ¿Alguna vez algún titular periodístico anunció el encarcelamiento de banqueros o financistas por el blanqueo de dinero emergente del tráfico de estupefacientes?

Hace pocos meses los sociólogos Javier Auyero y Katherine Sobering publicaron "Entre narcos y policías". Caracterizan allí diferentes bandas narcos –entre ellas la rosarina Los Monos- como "organizaciones jerárquicas conducidas por líderes muy unidos, a menudo parientes cosanguíneos, que habían conseguido establecer y mantener conexiones con miembros de las fuerzas de seguridad del Estado". Advierten que "los ?transas? que vendían en la calle y constituían la base de esta estructura piramidal no eran plenamente conscientes –y la evidencia lo muestra– de estos arreglos". De esa manera, analizan que al no ser parte de esos "arreglos" los líderes de las distintas bandas pueden "?entregar? a algunos de sus empleados cuando la policía necesita "hacer un show" o "hacer número" (es decir, hacer arrestos)".

En ese libro, describen "un rico y multifacético mundo transaccional donde los participantes en la colusión construyen redes de confianza provisorias que impactan significativamente sobre la actividad policial y los mercados de drogas".

Venenos y masacres

Probablemente en algunos días la historia de las 24 víctimas de envenenamiento por drogas adulteradas haya pasado al olvido. Pero hay aspectos que no cesan. Que no dejan de existir por el simple hecho de no nombrarlos. Aspectos ligados a la angustia humana y al consumo para calmar las múltiples variedades de la angustia (en el informe 2021 de la ONU sobre aumentos en los consumos en el mundo, uno de los primeros puestos lo tienen los sedantes). Cuántos de los 24 eran consumidores sociales y cuántos reemplazaban déficits y dificultades para sobrevivir en el trajín cotidiano y habían quedado atrapados en el consumo problemático. Tanto los 24 que murieron hasta ahora y las decenas que están o estuvieron internadas, como los cinco pibes de Time Warp. O los adolescentes wichi de la población Coronel Juan Solá que mueren de a racimos por aspirar nafta. Quemados o con los pulmones destrozados.

Unos y otros con el mismo sentimiento compartido de no futuro. La angustia y la muerte son la misma. Diferentes contextos. Distintas historias de vida.

No hay ni habrá grandes jefes narcos presos. Hay y habrá dolor y presente cancelado.

Habrá medios periodísticos mostrando hasta el hartazgo el ingreso a los hospitales de las víctimas. Habrá políticos y funcionarios de turno carancheando para ver quién se queda la mejor y más sabrosa tajada. Habrá trabajadores de salud trabajando a destajo como siempre ante cada tragedia. Y habrá víctimas de pujas y comercios ajenos que serán jugados, como en una ruleta rusa, sin que nadie pague. O, al revés, donde siempre pagan los mismos.