Claudia Rafael

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El ritual del adiós es profundamente íntimo y al camino lo dibuja, como puede, cada sobreviviente. A veces las jóvenes víctimas de muerte violenta ingresan, a través del recorrido que emprenden aquellos que los querían, en el territorio de lo sagrado. En ocasiones, en cambio, el dolor no deja ya pensar. Y no hay modo de hacer pie porque, en esos casos, la muerte desorganiza para siempre. Pero además, hay un hilo medular que -se conozcan o no personalmente- hace que estén unidos al haber sido atravesados por esa experiencia feroz e irrepetible, vaciadora e intransmisible, que es la de la pérdida. Olavarría es, desde hace algunos años, una ciudad golpeada por una realidad que el poder político no atina a vislumbrar en su total magnitud o bien, no acierta en los mecanismos necesarios para su reversión: la muerte violenta de jóvenes.

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