Son cuerpos incómodos. Cuerpos que se utilizan para aleccionar o como trofeo indispensable para diseminar el odio. A veces como prenda de venganza o como ícono para la idolatría. Como resguardo para los males o como el pasaporte para escriturar una porción de paraíso. Los 503 gramos que –cuentan- pesa el corazón de Diego Armando Maradona lo ubican como un tipo que, en la vida y en la muerte, fue "tocado" por una varita que lo forjó un distinto. Si un corazón humano pesa –según los libros médicos- entre 200 y 400 gramos ¿cómo el suyo pesaba 503? ¿Estaba ahí la explicación para su gloria?, se preguntan quienes endiosan esa pieza de su cuerpo que imaginan que bombeaba no sólo la sangre sino que además sacaba a la cancha la sed de victoria. Entonces –se pregunta un grupo de hinchas- cómo no hacerlo parte y a la vez médula del mundial de Qatar.

Hacer una procesión hasta Ezeiza, rezarle, cantarle, pedirle, saberlo hacedor de una soñada victoria. Si después de todo, piensan, ya el Diego fue diseccionado y el corazón está ahí, solo, a la espera de un estudio científico forense cuando podría ser parte de un nuevo y glorioso triunfo nacional en el último mundial de Messi.

El corazón de Diego no fue el único en desatar esa extraña pasión postmorten que protagoniza la historia argentina. Hubo otros corazones y también manos, cabezas y cuerpos enteros que forman parte de la realidad pero ingresaron de prepo en el mundo de la leyenda y de la mitología.

Símbolo sublime

Alguna vez y hace muchos años, Beatriz Sarlo escribió que "la muerte le daba a Eva una dimensión a la que ya se había acercado durante su agonía: el carácter sublime". Y definía que en su cuerpo –secuestrado, escondido, vapuleado- ícono peronista por excelencia "tanto los derrotados como los victoriosos veían una condensación simbólica". O, dicho de otro modo: "Tanto el amor como el odio político identificaron lo mismo en ese cuerpo que ambos bandos quisieron poseer para siempre". ¿Está ahí la llave para entender el derrotero cruel al que fue sometida? ¿Radica allí el destino feroz de leyenda que ella forjó desde su rebeldía política dispuesta a romper con el mundo tal como la concibió y leyenda a la que Perón la empujó en el momento en que determinó su embalsamamiento? ¿Ella habrá querido ese destino de muñeca de cera o hubiera tal vez preferido ser ceniza esparcida sobre las cabezas y los cuerpos de ese pueblo que ella sabía recogería su nombre para llevarlo como bandera a la victoria?

¿Por qué un cuerpo todo o una parte de los cuerpos puede ser el ícono de una idea? ¿Qué se condensa en esos cuerpos? ¿Qué tienen en común las manos de Perón con las manos del Che? Amputadas y robadas las dos. Con las manos se hace. Sin las manos se anula el hacer. Se suprime la identidad. Se las toma como rehén y se observa cómo se las arregla el resto del mundo sin esas manos.

Huellas genocidas

Hay que recorrer la historia misma y descubrir que esa práctica fue utilizada como medalla por los conquistadores. La facultad de Ciencias Sociales de la Unicen publicó en su web hace algunos años cómo el cráneo del cacique Juan Calfucurá, líder de la Confederación Mapuche-Tehuelche, fue robado de su tumba en las Salinas Grandes de La Pampa por el teniente coronel Nicolás Levalle. Y luego "entregado como un regalo al fundador del Museo de La Plata, Francisco Pascasio Moreno, por parte de Estanislao Zeballos, uno de los impulsores de la denominada Conquista del Desierto". La restitución a las comunidades originarias fue votada por Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) en diciembre de 2020 casi 150 años después de la profanación. Una de tantas huellas de los genocidios que no siempre son reconocidos como tales.

Mientras Calfucurá confirmaba el prestigio que rodeó su figura en las batallas de Sierra Chica y San Jacinto, por estas tierras, el obispo Fray Mamerto Esquiú se exhibía como el orador de la Constitución de 1853 con aquella frase de "obedeced, señores, sin sumisión no hay ley; sin ley no hay patria, no hay verdadera libertad, existen sólo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra". Apenas 27 años tenía entonces. En medio de las pujas políticas en torno de los días de su muerte, hacia 1883, Julio Argentino Roca ordenó –como presidente- investigar con una autopsia la posibilidad de envenenamiento. Nunca se probó y había pocas posibilidades de que fuese cierto pero el cuerpo entró en estado de descomposición y su corazón permaneció intacto. Ese corazón fue expuesto como reliquia por largo tiempo en la iglesia conventual de Catamarca. ¿Qué es lo que se pretendía en la exhibición de un corazón resguardado en un cristal, recostado sobre un pequeño almohadón, sobre una base de mármol? ¿Qué es lo que sienten quienes se lanzan a la religiosa observación de una parte del cuerpo humano de un personaje al que se cree hacedor y portador de milagros?

El realismo mágico –o tal vez el deseo de desviar la atención por parte de los poderosos- hizo que en los días en que el crimen de María Soledad Morales ponía en jaque al poder político catamarqueño y a los hijos del poder el corazón de Fray Mamerto Esquiú desapareciera misteriosamente de la iglesia. Algunos días más tarde fue devuelto pero hace unos 14 años volvió a desaparecer y ya se le perdió el rastro. El supuesto ladrón contaría luego que no sabía lo que había hecho ni tampoco qué hacer. Y que cuando el corazón empezó a entrar en estado de putrefacción, simplemente lo arrojó a la basura.

Caza de brujas y locura

Los mitos, las leyendas, las mentiras y las verdades en torno de los cuerpos diseccionados dan material para compilar libros enteros de las más variadas vertientes literarias. ¿Por qué amputaron un dedo y cortaron la cabeza de Juan Duarte, el hermano cinco años mayor de Evita? Ya habían transcurrido dos años desde la misteriosa muerte de "Juancito" cuando la dictadura autollamada Revolución Libertadora formó la Comisión 58 para tratar de endosarle a Perón la muerte de su cuñado. Como parte de su investigación utilizó -como toda dictadura que se precie- torturas, extorsiones y persecuciones, y cortó la cabeza y un dedo del hermano de Evita. Piezas usadas obscenamente para interrogar a las actrices Fanny Navarro y Elina Colomer, dos de los tantos amores de Juan Duarte. El trágico final de Fanny Navarro estuvo atado indisolublemente a esa caza de brujas. Era sentada por esa comisión con la cabeza de su amado sobre la mesa para responder preguntas que incluían –según las grabaciones halladas por la periodista Catalina De Elía- consultas sobre las posiciones sexuales preferidas de Juancito. Fanny Navarro murió a los 51 años, enloquecida, con ataques de pánico imparables e infiernos psíquicos que incluían aquellas escenas promovidas por la Comisión 58.

Amores y odios se derraman sobre los órganos diseccionados de quienes fueron parte de la Historia, ésa que se escribe con mayúsculas. ¿Qué poderes les insuflan quienes diseccionan y cuáles les infunden quienes los adoran o les temen?

Las manos de la memoria

Alguna vez el dictador Isaac Rojas dijo sobre Evita que su cuerpo "debe ser sacado de la política". Y, en parte, es una respuesta.

La antropóloga Rosana Guber escribió en "Las manos de la memoria", a partir de la profanación de la tumba de Perón que "en la Argentina del último medio siglo el mundo de los muertos estuvo demasiado próximo al mundo de los vivos. Ello no se debió a una necrofilia atávica de los argentinos sino a las características de un proceso político marcado por exclusiones violentas. En este campo de batalla, los muertos fueron instrumento e idioma, un actor más de la contienda".

Parece haber una reescritura de la historia a partir de lo que los vivos hacen en relación al cuerpo de los muertos. Se les adosan nuevas capas vitales. Se les hace tejer nuevas tramas y se dibujan otros presentes.

¿Podrá Argentina repetir la hazaña de México 86 si se cuela el corazón de Diego en el avión del seleccionado? ¿Le dará a Messi la oportunidad de igualarlo en títulos si ubican ese órgano de 503 gramos que lo hizo un distinto en la vida y en la cancha?

Puro realismo mágico que demasiadas veces la humanidad necesita para sobrevivir mientras corre detrás de los dolores de la vida cotidiana y encuentra, de repente, un diosito nuevo al que pedirle algo de alegría al corazón para que se vayan –al menos por un rato- "la pena y el dolor".