Daniel Puertas

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Según los datos aportados por Scioli, los delincuentes no se tomaron muy bien la intensa actividad policial, ya que en quince días se produjeron enfrentamientos armados con 26 delincuentes heridos y siete muertos.

Se supone que la mayoría de los aprehendidos debieron caer en manos de la fuerza de seguridad por delitos menores y recuperado rápidamente su libertad, ya que la cifra de detenidos viene a representar más o menos el veinte por ciento de la población carcelaria, que ya vive en condiciones de hacinamiento.

Por ende, si los jueces fueran a responder a las demandas de la población y les mandaran a todos a una celda -en teoría, las dependencias policiales no pueden funcionar como prisiones- los penales se verían muy excedidos en su capacidad y serían hoy un polvorín rodeado por campos en llamas.

Con la marcada tendencia al escepticismo que es parte indisoluble de la idiosincrasia nacional, más de un bonaerense debe estar pensando que una vez más la Bonaerense sale a "hacer estadística", es decir, a levantar a cualquier joven desocupado para engrosar las cifras de detenidos.

Pero no se puede ser siempre tan mal pensado. Por lo pronto, las cifras de muertos en tiroteos no se pueden truchar, aunque siempre cabrá la posibilidad alarmante de que haya habido alguna ejecución a la luz de los antecedentes de la fuerza de seguridad.

Lo concreto es que desde el Ejecutivo bonaerense se ha encarado decididamente la parte represiva de la lucha contra el delito, lo que no está mal, ya que por alguna parte hay que empezar.

Lo malo para Scioli será que los megaoperativos que ordene el Ministerio de Seguridad probablemente no sean amplificados por los medios de comunicación como lo es la actividad de los delincuentes. Los medios inclinados al kirchnerismo no son por lo general proclives a ensalzar la represión del delito; los opositores no tienen el más mínimo interés de aumentar las posibilidades electorales de quien se promueve como heredero de CFK y defensor del modelo nacional y popular, aunque haya quienes no le creen.

De hecho, los resultados de la actividad policial en el marco de la emergencia decretada por el Gobernador recibieron mucha menos atención mediática que la prescindible polémica pública en torno del anteproyecto de reforma del Código Penal disparada a fuerza de slogans y frases efectistas por el diputado Sergio Massa.

Mientras la Bonaerense salía a demostrar que todavía se la necesita antes de que las policías locales y el Cuerpo de Investigadores Judiciales le quiten la calle y los otros el manejo de las causas, hubo otro episodio con gran repercusión mediática que demostró tanto la reprobable falta de documentación de muchos periodistas como del legislador involucrado.

El ex jefe de Gabinete y actual senador nacional Aníbal Fernández fue asaltado a punta de pistola y le robaron su vehículo de alta gama. Periodistas y opinadores salieron a hacer gala de su sentido del humor recordando viejas declaraciones de Aníbal Fernández en las que habló de lo que crecía era la "sensación de inseguridad".

En resumen, lo que le querían decirle es algo así como "viste que la inseguridad es real y no una sensación".

En realidad, como ya se ha dicho muchas veces en esta columna, la inseguridad y la sensación de inseguridad son dos cosas muy reales. Se supone que una depende de la otra, pero no siempre es así.

El arrepentimiento evidente de Aníbal Fernández por sus palabras de años atrás probó que él tampoco tiene demasiada idea de eso.

Repitamos por enésima vez que el índice de inseguridad real es la suma de delitos que efectivamente se cometen. La sensación de inseguridad es el temor de la población a ser víctima de un delito. Se supone que la sensación depende de la inseguridad real, ya que la lógica indicaría que a mayor número de delitos crecería el temor, pero no siempre es así.

Este no es una cuestión exclusivamente argentina. En toda América Latina existe una marcada sensación de inseguridad, la que no siempre tiene que ver con la cantidad real de delitos. Los hondureños se sienten menos inseguros que los argentinos y viven en el país más violento del mundo, con quince veces más homicidios en relación con la cantidad de habitantes que en nuestro país.

Aníbal Fernández había dicho más o menos que crecía más la sensación de inseguridad que la inseguridad. Y tenía razón, aunque por lo visto ni él mismo lo sabía.

Ahora, que periodistas y opinólogos ni siquiera mencionen a la sensación de inseguridad como algo real, concreto y que constituye un grave problema demuestra que no se han preocupado en demasía por interiorizarse de los estudios serios sobre seguridad ciudadana.

Dicho en otras palabras, no tratan de informarse bien para eludir el riesgo grave de mal informar.

Ahora, en materia de desconocimiento de la realidad pocos han superado a Mauricio Macri, como bien se lo hicieron notar distintos medios, algunos no precisamente kirchneristas. Dijo que estaba más tranquilo porque su hija estaba viviendo fuera de la Argentina, a salvo de la inseguridad.

Claro que su hija Gimena se encuentra en San Francisco, ciudad que tiene una tasa de homicidios bastante superior a la de Buenos Aires, 8,4 muertos cada 100 mil habitantes contra los 5,48 de la CABA. Y es precisamente el alcalde de Buenos Aires, la ciudad más segura de América después de Toronto, Canadá.

Así andan las cosas.