Por Juan Manuel Benites

Ayer anunciaron que el 40 % de los argentinos es pobre. Semejante dolor y vergüenza me indujo a enfocar en las cosas importantes que no se pagan con dinero. O sea que los malos gobiernos no nos pueden quitar.

En mis viajes llevo un portafolios con una PC y un teléfono celular.

Colgado en mi hombro estoy cargando:

– Oficina, con toda mi documentación, archivos y proyectos

– Cámara de fotos

– Filmadora y reproductor de videos

– GPS

– Brújula

– Biblioteca

– Mapas de todo el mundo

– Agenda telefónica

– Secretaria que me recuerda los eventos

– Cuenta Bancaria

– Tarjetas de Crédito

– Oficina de Correos

– Profesor de idiomas

– Oficina Meteorológica

– Álbum de Fotos

– Cine

– TV

– Agencias de Noticias

– Agencias de viajes

– Juegos y oponentes con quién jugar

– Centro Musical

– Linterna

– Red de comercios

– Todo el conocimiento del mundo

– Etc., etc., etc.

Ah, me olvidaba,…y además un teléfono y una computadora!!

Todo lo anterior es prácticamente gratis. Lo importante en nuestra vida es gratis. Deja de serlo cuando atrapados por la publicidad y la moda queremos ese poquito más que ya no es gratis. Lo nuevo se paga, pero apenas deja de serlo, pasa a la categoría de gratis.

El aire es gratis, el agua es gratis, la belleza es gratis, la Naturaleza es gratis, los espacios públicos de las ciudades son gratis, los pajaritos son gratis.

La orilla del mar es gratis, las olas que rompen son gratis, los ríos son gratis, los árboles son gratis.

Y las mañanitas y los atardeceres.

Los amigos son gratis, la familia es gratis, los transeúntes amables son gratis.

La música es gratis, la arquitectura bella es gratis, las fuentes de agua y los monumentos son gratis.

Correr es gratis, caminar es gratis, andar en bicicleta o patinar son gratis.

Pensar es gratis, querer es gratis, crear es gratis, escribir, cantar y reír.

Cocinar, charlar y compartir son gratis. El acceso al conocimiento también es gratis.

La belleza no siempre gratis:

Vincent van Gogh – Los Lirios (1889). Museo Paul Getty. Valuado en 60 millones de dólares. No es gratis!

Y sin embargo:

Fotografía obtenida por BVB (mi señora) – Jacintos (2015) Jardín Botánico de Brooklyn (NY) – Gratis, sacada con un teléfono celular.

La poesía es gratis.

Si tantas cosas son gratis, ¿por qué tenemos esa sensación de que siempre nos falta algo?... Porque el gran motor del mundo es el consumo, y nosotros somos los sujetos activos.

Nos bombardean con relatos de que seremos más lindos, más veloces, diferentes, mejores, a condición de consumir tal o cual cosa. Justamente todo lo que no necesitamos, porque lo verdaderamente importante es gratis.

¿Necesitamos parecer más jóvenes, más bellos, más atléticos, más ricos, más felices? Es solo parecer, porque ni la juventud, ni la belleza, ni la riqueza, ni la condición física y mucho menos la felicidad se compran por internet.

Para conseguir todo lo que la publicidad empresarial, estatal y del mundo de la moda nos dice que es indispensable, estamos por destruir todo lo demás, que es lo verdaderamente importante y que es gratis.

Porque el exceso de consumo tiene un costo económico y ambiental insoportable.

Y porque si algo no es gratis, es la sobreexplotación de los recursos, la contaminación, la pérdida de biodiversidad y el sufrimiento que significará reacomodar una civilización obesa y sobredimensionada a las reales posibilidades del planeta.

La palabra austeridad que significa sobriedad, severidad en la forma de obrar o vivir, acompañó al ser humano durante toda su historia. Las cosas no se desperdiciaban, se cuidaban, se utilizaban hasta que se rompían, se remendaban.

Tener algo era un privilegio, la gente común disponía de muy pocas cosas materiales y las cuidaba.

Mi padre me contaba sin ponerse colorado que él se vistió durante muchos años con la ropa que le legaba su tío. Había quedado huérfano de padre desde muy chico y su madre priorizaba que sus tres hijos estudiaran. La austeridad era común y no era vergonzante.

Las cosas verdaderamente importantes en nuestra vida son las que ni siquiera notamos que están allí. La luz, el agua, la belleza, el amor. Y no se compran con dinero. Sin embargo cuando nos faltan son las que nos generan más dolor.

Permanentemente me obligo a reflexionar sobre lo que comento arriba, sobre la enorme cantidad de cosas que nos rodean y que precisamente por ser gratis no valoramos. Damos por hecho que tienen que estar allí para nuestro uso y disfrute, como si las mereciéramos porque algún plan cósmico así lo dispuso.

Pero dicho plan cósmico no existe, y deberíamos recordar con humildad y prudencia que Dios da y Dios quita, porque ese es su mecanismo para contener nuestra soberbia.