Cacho Fernández

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Son contadísimas las veces en la que una negociación por la deuda externa adquiere un contenido tan épico como el que está teniendo ahora. Es que las consecuencias de si las cosas salen mal o más o menos mal son gravosas para la Argentina, ya que el resto de los bonistas podría llegar a aplicar una suerte de bullying de reclamos por entre 15.000 y 20.000 millones de dólares.

Entremedio están los posibles embargos y otras yerbas con lo cual el país quedaría a merced de un bullying general financiero. Frente a los fondos buitre, el Gobierno optó alguna vez por la salida judicial en vez de la negociación, o posiblemente no le quedaba otra alternativa. Luego, fiel a su concepción de darle preeminencia a lo político, creyó en ciertos respaldos como el de Obama o el del FMI luego del acuerdo con el Club de París inclinaría la balanza a su favor, pero tampoco eso jugó en la lógica de la Justicia de Estados Unidos, que solamente se limitó a decir que los contratos se han hecho para cumplirlos y nada más. Tampoco se sabe si en verdad la política pesa sobre las decisiones de la Corte o si realmente actuó así por independencia.

Los kirchneristas, no todos, suponen que la Justicia estadounidense actuó en medio de un sistema de contradicciones políticas internas entre republicanos y demócratas, y que la Corte es propiedad de los primeros. En fin, durante estos días se han tirado miles de hipótesis para explicar el fallo adverso.

Lo mejor sería que, antes de intentar ver atenuantes, habría que revisar qué es lo que se hizo mal y que es lo que nos deja como aprendizaje. El primero, y en el que acuerdan hasta los kirchneristas, es que los discursos de barricada muchas veces terminan agravando la situación o empantanando las negociaciones, como posiblemente pasó en 2011 cuando oficialmente se dijo que se iban a desconocer los fallos sobre los fondos buitre y cuando el juez Thomas Griesa venía pateando el tema desde hacía varios años.

Economía y moral

Los fondos buitre son la caricatura del capitalismo especulador, una suerte de Shylock, aquel usurero despiadado de Shakespeare de la obra "El mercader de Venecia" de impiedad ilimitada que llega a exigirle a Antonio, su deudor, una libra de carne de su propio cuerpo si no saldara la deuda en el plazo previsto.

Los fondos buitre son el emblema de un capitalismo salvaje, carente de toda moral y en el que todo vale. Una suerte de "tiranía invisible" como la definió alguna vez Juan Pablo II. La mecánica parece simple y siniestra. Un país como la Argentina, necesitado de fondos, emite bonos para cubrir sus necesidades, las verdaderas y las falsas, porque en esto también entró la corrupción estatal y el gasto innecesario del clientelismo político. Los años van pasando y el país sigue emitiendo deudas hasta que un día todo revienta en mil pedazos como pasó en 2001 debido a la ineficacia política y a la corrupción de los sectores dominantes.

La convertibilidad, que había servido para salir de la hiperinflación, terminó siendo el gran verdugo nacional porque no se supo salir a tiempo. La impericia política de la Alianza y la fuga de Carlos "Chacho" Alvarez, quien terminó siendo una especie de Sobremonte del nuevo siglo, terminó de darle el último mazazo al modelo neoliberal que había gobernado durante toda la década del 90.

Después vinieron Duhalde, las retenciones y la pesificación asimétrica, y el país comenzó a ponerse en marcha pese a un amago de naufragio durante la gestión de Remes Lenicov, salvado luego por Roberto Lavagna, quien marcó el rumbo nacional hasta que un día a Néstor Kirchner se le ocurrió que le disputaba poder. Ya sin el economista de mirada estratégica, Néstor pudo terminar bien su mandato y a Cristina le tocó tener que lidiar con la crisis financiera mundial y con su propio ego. El mundo estaba cerrado para todos, también para la Argentina, que comenzó a financiarse con los fondos de la Anses y con la propia maquinita. Se minimizó el impacto negativo de la inflación, y esa fue la mayor condena de un Gobierno que hoy debe recurrir paradójicamente a recetas neoliberales para contrarrestarla.

En ese contexto aparecen estos señores despreciables del capitalismo mundial. Son hijos de la amoralidad y de la economía sin humanidad. Sin caer en el infantilismo de Pugliese, de pretender regular la economía con el corazón, también es bueno decir que algún alerta moral hay que dar frente a esta voracidad financiera que se lleva puesta a gran parte de la humanidad.

Suena ingenuo, pero hay que seguir diciéndolo: ni animal de consumo ni animal de producción, el hombre debe ser el principio y fin de todo sistema económico. En cambio, en este sistema económico cuenta menos que un papel. En este mundo de abstracciones y realidades virtuales en el que se ha tornado el capitalismo, el ser humano es un número más, absolutamente cosificado por el consumismo, el afán de producción o el afán insaciable de rentabilidad.

La suerte del hombre comenzó a decidirse cuando se le vinculó su salario con el tiempo de trabajo, en vez de tomar como referencia su producción concreta. La especulación ilimitada y la rentabilidad virtual es la consecuencia de ese derrotero conceptual.

Las reglas de juego

Hubo incertidumbre sobre lo que haría el Gobierno. Incluso corrió la versión de la intención de prender fuego todo y apelar a la victimización. Pero afortunadamente nada de esto pasó y la Presidente manifestó en Rosario la voluntad de negociar y honrar las deudas. La oposición también mostró su madurez cuando propuso un frente de unidad política llevando el tema de la deuda externa a la dimensión del Estado y no del Gobierno.

La Presidenta tomó la decisión responsable de entregar un país lo mejor posible y no de inmolarse con él como se llegó a suponer durante las horas previas al acto de Día de la Bandera. Dijo que quería que se les pagara a todos, pidió condiciones justas para hacerlo y privilegió a los que ya tenían reestructurada su deuda, aunque esa prioridad moral puesta por Cristina no parece ser la misma de quienes manejan las reglas de la timba financiera mundial. De todos modos, es hora que nuestros gobernantes tengan en cuenta de antemano cuáles son los códigos existentes a la hora de pedir plata prestada o de incurrir en incumplimientos o errores de procedimiento. Todo eso es conocimiento técnico y no se puede carecer de él ni tampoco suponer que se lo puede sustituir con ideologismos o reproches pueriles. Nos guste o no, la vida es como es y no como la queremos ver. Simplemente porque el resto practica el juego establecido por quienes lo manejan y las reglas son las que ya están vigentes. Entonces, si nos sentamos en una mesa de póker, después no podemos pretender jugar al chinchón. Es posible que al default de 2001 se le sumó el del arreglo parcial que se hizo en 2005 con el 93 por ciento de los bonistas sabiendo que el otro 7 por ciento iría por el total y podía arrastrar al resto. Pero también es cierto que en ese momento no existía otra alternativa mejor. El error, quizás, fue el de no haber acordado con esa porción residual y someterse a las visicitudes de un juicio. Lo que sigue ahora son amenazas perpetuamente latentes.