No más de 250 personas se dieron el lujo de observar en su plenitud a uno de los artistas más destacados que ha dado la danza argentina, que junto con su esposa Patricia Baca Urquiza y ocho jóvenes bailarines protagonizaron el clásico "Carmen", que estuvo basado -a diferencia de la mayoría de las demás propuestas, que trabajan sobre la ópera de Bizet- en el argumento de la novela del escritor francés Prosper Merimée. Por su puesto, la música corresponde al compositor francés.

El espectáculo tiene en su primera parte un homenaje a la danza nacional por excelencia: el tango. Con coreografías de Romina Guerra, Raúl Moreno y Mora Gody, "Tango Paradiso" deja en claro la intención de marcar los contrastes del tango moderno con el clásico. La música de Bajofondo y Santaolalla le dio pie a las coreografías más osadas, que explotaron la técnica y agilidad de los bailarines. Sin embargo, las melodías "troileanas" permitían un imaginario viaje en el tiempo con coreografías cargadas con la intensa sensualidad del arrabal.

Pequeñas historias de atracciones y rechazos se sucedieron con una destacable interpretación de los protagonistas que fusionaron los cuadros, dándole continuidad con participaciones en segundo plano. Una introducción breve y sólida que fue muy aplaudida.

Tras el receso, el plato fuerte: "Carmen". Es elogiable la capacidad expresiva de los bailarines. El mismo Maximiliano Guerra destacó el crecimiento actoral del ballet del Mercosur después de haber trabajado con Manuel Callau en la realización de una historia de pasiones y desengaños.

Se destaca el brillante papel del Destino, un personaje central complejo e inquietante, que juega con las voluntades de los protagonistas y maneja las situaciones. Por su puesto, Patricia Baca Urquiza se luce como "Carmen", esa pícara, rebelde y encantadora gitana que enamora y somete al Sargento Don José (Guerra), mientras va detrás del torero Escamillo (Javier Melgarejo). Ahondar en las virtudes del coreógrafo y máximo responsable de la obra está de más. Guerra es un artista de primera en todo sentido.

Con una escenografía minimalista, donde no hizo falta más que la adecuada iluminación para acentuar el dramatismo de cada escena, y una música totalmente familiar, el espectáculo fue un lujo que se pudo disfrutar en nuestra ciudad, aunque muy pocos lo aprovecharon.