Cadena rota
Apenas algunos años atrás, salir a las rutas en un auto aportaba un mapa propio de los insectos del entorno del recorrido. Cada tanto había que detener el vehículo, limpiar las luces y el parabrisas que en pocas horas quedaban repletos de bichitos muertos. Hoy ya no es así. Y ese hecho tan simple, constituye en sí mismo una fotografía de la acción de los modelos productivos que exigen la depredación como el precio impuesto para la generación de ganancias.
Las fumigaciones con agrotóxicos en los campos a los bordes de las rutas acabaron con numerosas especies y rompieron abruptamente con la cadena trófica. Es decir, con la transferencia de nutrientes entre las distintas especies de seres vivos que forman parte de un ecosistema.
Silvia Boggi, en el contexto de esta nota, recordaba que durante el verano "algunos conocidos que saben que vivo en las afueras me pedían que les llevara sapos. Es que en la ciudad ya no se los ve".
Algunas décadas atrás, las noches veraniegas se veían iluminadas por las diminutas luciérnagas que alegraban a las infancias cuando corrían divertidas tras ellas.
Pero la agricultura industrial genera la directa desaparición de generaciones de insectos. Y, por ende, la alteración de la entera cadena alimentaria. Pero además, se altera de modo exponencial la conducta de los seres vivos.
Basta ver como ejemplo el dibujo imperfecto y desquiciado de la tela tejida por una araña expuesta a los efectos de las fumigaciones que reacciona alocadamente en su comportamiento.
Hacer un mapa sonoro y visual de bichos y yuyos, como propone el proyecto de la Unicen es empezar a saber dónde está parado el partido de Olavarría y, a partir de ahí, definir –al menos con pequeños pasos- cómo actuar en consecuencia.