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A pesar de absorber casi dos tercios de la producción nacional, el consumo doméstico en la Argentina no deja de ser, en realidad, un gran "saldo no exportable", un canal que absorbe todo aquello no lleva la exportación.

Es quizás esta dinámica la que lo posiciona siempre como el eslabón más débil, plausible de ser un argumento perfecto para la implementación de medidas resarcitorias que, muchas veces, carecen de visión estratégica de largo plazo.

Es así como el mercado doméstico ha transitado períodos en los cuales ha llegado a absorber más del 90% del total producido, en momentos en los cuales la exportación era explícitamente desalentada. Tal es el caso de los años 2012 a 2015 donde tras una política netamente combativa del mercado externo, con cupos a la exportación, retenciones, etc., el consumo per cápita promedió niveles de 60 kilos, muy superiores, incluso, al de los principales consumidores de carne vacuna en el mundo.

Ahora bien, ¿cuán beneficiado resultó el consumo como consecuencia de estas políticas? La realidad es que, ante semejante aluvión de producción cautiva del mercado interno, los precios no tardaron en corregir a la baja, desencadenando varios ciclos de desinversión que estancaron por completo la evolución del stock ganadero y limitaron las posibilidades de expansión productiva por varios años.

En consecuencia, sin crecimiento productivo, a mayor exportación indefectiblemente tendremos menor saldo para destinar al consumo, un círculo del cual aún no hemos podido salir plenamente.

En 2020, año claramente signado por la pandemia, el consumo de carne vacuna por habitante cerró en una media de 50,4 kilos anual, el nivel más bajo Es así como el mercado doméstico ha transitado períodos en los cuales ha llegado a absorber más del 90% del total producido, en momentos en los cuales la exportación era explícitamente desalentada. Tal es el caso de los años 2012 a 2015 donde tras una política netamente combativa del mercado externo, con cupos a la exportación, retenciones, etc., el consumo per cápita promedió niveles de 60kg., muy superiores, incluso, al de los principales consumidores de carne vacuna en el mundo. de las últimas décadas. Sin embargo, el consumo total de carnes en Argentina prácticamente no ha sufrido variaciones en los últimos años, sí lo hizo su composición.

En 2010 se consumían -de acuerdo a las estadísticas oficiales- 58 kg de carne vacuna, 35 kg de pollo y 8 kg de cerdo, es decir 101 kg totales. En 2020, el consumo de carne de vacuna cayó a 50 kg, el pollo pasó a 45 kg y el cerdo a unos 14 kg per cápita. Claramente, el consumidor también ha experimentado cambios en sus hábitos de consumo que lo llevan a incorporar otras opciones proteicas, tanto de origen animal como vegetal. En este sentido, no todo es precio en materia de consumo, también intervienen aspectos menos tangibles que paulatinamente van definiendo el perfil del consumidor.

Durante el último año, el consumo total de los tres tipos de carne disminuyó levemente pasando de 109 a 108 kilos por habitante, de un año a otro.

Si valuamos este consumo en base a los precios promedio relevados por el Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (IPCVA), podemos estimar cuanto ha variado el gasto medio de cada argentino en el último año. El cálculo arroja que mientras en 2019, el gasto promedio en los tres tipos de carne alcanzaba los $ 19.500 anuales, en 2020 ese gasto se vio incrementado en un 45%, para ubicarse en $28.100 anuales, moneda corriente. Tanto la carne de cerdo (+52%) como la carne vacuna (+49%) fueron los que mayor aumento anual registraron, por lo que el consumidor contrajo levemente su ingesta compensando parcialmente con mayor consumo de pollo, cuyo precio se vio incrementado en un promedio del 35% anual. Aun así, este ajuste no fue lineal dado que, el consumidor argentino siguió priorizando el consumo de carne vacuna a expensas de destinar mayor proporción de su presupuesto en carnes, pasando de ocupar el 65,5% al 66,1% en 2020.

Ahora bien, aun tomando valores corrientes, resulta muy elocuente observar cómo se relaciona este aumento con el aumento promedio del ingreso.

Mientras que el gasto destinado a carnes se vio incrementado en un 45% anual, el ingreso promedio per cápita de la población -según datos del Indec- paso de $ 16.485 a fines de 2019 a $ 19.524 al último trimestre de 2020, es decir que experimentó un incremento de tan solo un 18,4% anual, algo que dimensiona claramente la pérdida del poder adquisitivo que tan crudamente viene sufriendo el consumidor en los últimos años.

Es entonces cuando debemos preguntamos, ¿cuál es la verdadera causa de la caída en el consumo? ¿Falta oferta o falta capacidad de compra? Una pregunta cuya respuesta pareciera tener un alto costo de sinceramiento que, por el momento, no se pretende asumir. Limitar las exportaciones en defensa del consumo interno, pareciera tener una mayor resonancia en términos electorales, en especial sobre aquellos sectores que se intenta retener. Sin embargo, esta falta de sinceramiento podría llevarnos nuevamente a una historia conocida, cuyos resultados aun los estamos sufriendo.