La "birome" es un objeto que se ha convertido en algo indispensable en distintos ámbitos de la vida de los seres humanos, ya sea en el trabajo, la escuela o un simple hobby.

Con ya casi ochenta años de existencia, fue ideado por un húngaro nacionalizado argentino, Ladislao Biro. Desde que fue inventada no ha dejado de fabricarse en diferentes regiones del mundo, en plástico, madera y metal, con tinta azul, negra o de colores, con dibujos o con diseños creativos.

La fecha para celebrar la invención de este genio es el 10 de junio porque ese día, allá en 1943, Ladislao Biro patentaba en el país su invento, uno de los más grandes orgullos de Argentina.

El origen del invento

László József Bíró nació en Budapest en 1889, y fue un hombre que, según sus propias palabras, vivió muchas vidas en una. Fue pintor, estudioso de los insectos, corredor de la Bolsa, y se rumorea que incluso fue un agente secreto para Francia en la Segunda Guerra Mundial.

Pero fue su trabajo como periodista el que le planteó el desafió que lo llevaría a inventar el bolígrafo moderno. László era zurdo, y cada vez que debía escribir con las plumas fuentes de la época, todas diseñadas para personas diestras, terminaba manchándose la ropa, las manos o manchando el documento sobre el que trabajaba, por lo que debía adoptar posturas incómodas para evitar accidentes.

Mientras peleaba con los borrones de tinta, Bíró ya había inventado otros elementos más o menos útiles: una máquina para lavar la ropa, un sistema de cambios automático para los automóviles, y un vehículo impulsado electromagnéticamente. Sin embargo, la solución para el problema de las plumas fuentes seguía escapándosele.

Aunque sí, Bíró trataba de lograr la mayor cantidad de avances posibles. Por ejemplo, junto a su hermano Georg, consiguió crear una tinta que corría mucho más fluida y uniforme al escribir. Pero esta tinta atascaba el mecanismo de la pluma y no permitía la correcta distribución de la tinta en el papel.

La posible solución surgió de la mezcla de dos observaciones que László notó. La primera, fue como una pelota con la que un grupo de niños estaba jugando rodaba sobre el agua y luego dejaba una línea perfecta de humedad en el suelo seco. La segunda, fue el funcionamiento de los rodillos de impresión con los cuales se imprimía la revista en donde trabajaba su padre de manera limpia y sin manchar el papel.

De esas dos experiencias aparentemente sin conexión, Bíró dedujo, según su propia hija, Mariana Biro, en la página de la Fundación Biro, le hicieron darse cuenta de que este sistema de rodillos debía reducirse a un tamaño acorde a un uso manual, y pasar a ser "una pequeña esfera en un tubo capilar, con una tinta especial que fluyera por la fuerza de gravedad y se secara instantáneamente en el papel". En otras palabras, una lapicera.

El primer prototipo de la lapicera de Bíró estuvo listo a finales de la década de 1930. Pero, la Segunda Guerra Mundial y la amenaza de Hitler cada vez más latente en Hungría, pondrían en peligro sus planes.

O así podría haber sido, de no ser por una nueva esperanza para el inventor.

Argentina, la tierra de las oportunidades

Desde 1939, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, hasta 1945, Europa se convirtió en inhabitable.

Bíró veía truncada sus esperanzas de comenzar la producción de su nuevo invento y pensaba abandonarlo, pero una ayuda inesperada le dio una chance de cumplir este objetivo.

Un encuentro casual con el reciente (y polémico) expresidente de Argentina, Agustín Pedro Justo, le daría la posibilidad de desarrollar su invento. El expresidente le ofreció a Bíró la oportunidad de radicarse en nuestro país y comenzar a fabricar de manera industrial la lapicera.

Justo consiguió los visados necesarios para que László pudiera dejar la Europa sumida en la guerra y, junto a su amigo Juan Jorge Meyne, instalarse de manera permanente en Argentina.

Bíró llegó a Buenos Aires y se cambió el nombre a Ladislao José Biro.

Gracias a la financiación económica de Justo, él y Meyne lograron patentar el 10 de junio de 1943 su invento más famoso, llamado "esferográfica". Entre los dos fundaron una empresa con cuarenta operarios, y que funcionaba en un garaje. Fue llamada "Birome" por la unión de los apellidos de sus creadores ("Bi" por Biro y "Me" por Meyne).

Parte del día a día

En sus inicios, el invento de Biro era tan barato que la sociedad argentina, acostumbrada al precio desorbitante de las plumas fuentes, no se lo tomó para nada en serio y no le prestó tanta atención. Por eso el mercado quedó reducido a los niños en las escuelas primarias.

Sin embargo, a medida que pasaron los años y las décadas, la "birome" de Biro demostró sus ventajas. Además de barata, no requería más que la propia birome para escribir, no manchaba ni las manos, ni las hojas ni la ropa, era mucho más fácil de trasladar, segura para los niños, y podía utilizarse hasta dentro de un avión.

La birome de Ladislao se convirtió en parte del día a día de estudiantes, maestros, médicos, abogados, comerciantes y familias enteras en Argentina. Tan grande fue la revolución que este invento trajo consigo, que la lapicera puso en riesgo la existencia de la pluma fuente, la cual pasó a ser más un objeto de colección que de uso diario.

Antes de fallecer, Biro vendió la patente de su invento a la empresa estadounidense, Eversharp Fabe, y a la francesa Marcel Bich, fundadora de Bic, quienes se mostraron sumamente interesadas en el invento y lograron expandir su uso al resto del mundo.

Cuando Ladislado falleció, el 24 de octubre de 1985, en Buenos Aires, las licencias por la venta de su querida "birome" ya habían ingresado millones de pesos a las arcas argentinas y cambiado la vida de la humanidad entera, hasta el punto de que este invento hecho en argentina se ha vuelto indispensable para la vida de millones de personas.