Miles de juerguistas medio desnudos procedentes de lugares tan lejanos como Australia o Japón se bombardearon ayer con tomates maduros, chapoteando en jugo rojo, en la popular fiesta española de la "tomatina", apodada "la mayor batalla de hortalizas del mundo".

Con los ojos protegidos por gafas de natación e intentando no resbalar, extranjeros y locales gritaban mientras desde lo alto de seis grandes camiones se lanzaban 125 toneladas de tomates, perpetuando esta original tradición que una vez al año atrae la atención internacional a la pequeña localidad de Buñol, en el este de España.

"Fue muy divertido, aplastarlos y lanzarlos. Fue una lluvia de tomates", afirmaba la estadounidense Jessica Sims, de 27 años, empleada de una aerolínea, saliendo del campo de batalla con la ropa empapada de rojo.

"Es peligroso y da un poco de miedo: si te agachas a recoger un tomate puede que no te vuelvas a levantar", agregaba, rodeada de la muchedumbre de juerguistas que abarrotaba la localidad.

Preocupadas por la seguridad y las finanzas, las autoridades locales comenzaron el año pasado a cobrar una entrada de 10 euros, unos 13 dólares, y contrataron a una empresa privada, Spaintastic, para vender las entradas.

El ayuntamiento prometió también mejorar la seguridad durante esta salvaje fiesta, cuyos participantes beben cerveza y sangría y chapotean en pulpa de tomate durante una hora.

Antes de la introducción de la tasa, unos 40.000 visitantes de medio mundo invadían la ciudad, cuadruplicando su población. Ahora las plazas están limitadas a 22.000.

"En los últimos años se había perdido la esencia de la tomatina, no había espacio, era bastante peligroso", explica el teniente de alcalde y máximo responsable de la fiesta, Rafael Pérez.

"Ahora es una gozada porque hay mucho espacio, se puede disfrutar muchísimo", afirmaba.

Muchos de los participantes llegaron a Buñol expresamente desde Australia, Gran Bretaña, Japón o Estados Unidos.

"En Japón mucha gente quiere venir a la tomatina porque es una locura", afirma Ayano Saito, una japonesa de 25 años que viajó desde Tokio con ocho amigos, frente a las casas y comercios protegidos con grandes lonas azules para evitar que acaben cubiertos de salsa.

Giordano Mahr, un vecino de 75 años, se ha encontrado con su bar favorito, en el centro de la ciudad, sellado ante la lluvia de tomate. Pero no le importa: "Es una fiesta única, que se ha hecho una fiesta nacional. Esto da mucho al pueblo, sigue dando beneficios", afirma.

Este año, los organizadores regalaron 5.000 entradas a los vecinos y vendieron las otras 17.000, la mayoría a través de touroperadores que trasladan a los juerguistas en autobús y los llenan de sangría y paella. También organizaron un festival musical para que los visitantes se queden en la ciudad tras el ritual de lanzamiento de tomates, que terminó al mediodía (10 GMT).

La tomatina comenzó espontáneamente en 1945 cuando unos vecinos que peleaban en la calle durante una festividad local empezaron a lanzarse los tomates de un puesto de verduras. AFP