Magie pensaba que la mecánica del juego que acababa de inventar animaría a que los diversos jugadores se alzaran contra el que tenía mejores capacidades de negociar y de rentabilizar las propiedades adquiridas. Lo pensaba por la naturaleza injusta de los monopolios que cuando aparecen, los capitales fluyen hacia una sola dirección que provoca que un solo jugador se haga de una gran fortuna en detrimento del resto. En el juego son quienes ya no solo ven cada vez más limitadas sus capacidades de jugar un papel activo en la partida, sino que su pobreza figurada aumenta más y más. Un círculo vicioso de pérdidas y endeudamiento que dilatará el juego hasta la extenuación. De ahí que las partidas de Monopoly sean tan largas.

La autora dirigió el juego a los niños con el objetivo de educarles en creer que un sistema económico más justo y equitativo era posible, y también para que comprendieran que la excesiva acumulación de riqueza en unas pocas manos suponía ser uno de los grandes males y peligros de las sociedades del futuro. Sin embargo, en 1935 un hombre llamado Charles Darrow patentó una versión modificada de su invento al que llamó Monopoly que funciona tal y como lo conocemos ahora. Gana el jugador que más propiedades tenga hasta que los rivales terminen arruinados.