Ese flaco desgarbado, que apenas logró un 22 % en un país reducido a hilachas y que volvía a votar más que a nadie a Carlos Menem, llegó de Santa Cruz, su feudo donde fue dueño y señor en sociedad matrimonial y política con su esposa Cristina. Que era mucho más famosa que él a la hora de decidir la candidatura presidencial. Y llegó, en medio de los restos del derrumbe, "a proponerles un sueño". Rompiendo todos los protocolos, en una cercanía inédita con la gente, sosteniéndose la herida de un camarazo en la frente para seguir saludando en su día de juramento a un pueblo que lo acompañaría en sus cuatro años de gobierno. Que serían, en opinión personal, los mejores desde el regreso a la democracia.

En septiembre de 2005 los Eseverris, como un milagro de esos tiempos donde todo era posible, viajaron con una comitiva multitudinaria a la Casa Rosada para firmar promesas de obras, salir al balcón y sentarse en el sillón presidencial. Hasta Norma Urruty, quien dos años y pico después sería líder del levantamiento ruralista de 2008 en la región, fue presentada especialmente por Cristina: "La senadora y candidata le presentó a su marido a ‘la presidenta de la Sociedad Rural de Olavarría; una de las tres mujeres que están al frente de las instituciones en todo el país’. Norma Urruty lucía tailleur verde y fue invitada por Cristina a probar el sillón presidencial. Después, ella comentaría que a la senadora la sorprendió que una mujer fuera presidente de una institución como la ruralista", decía la crónica de ese viaje.

Los herederos

Hoy, quince años después de esa gloriosa invasión a la Rosada y a diez de la muerte de Néstor, gobiernan sus herederos. Alberto Fernández, el Jefe de Gabinete que se fue después del conflicto con el campo. Y la propia Cristina, que tragó sapos como el mismísimo Alberto y Sergio Massa para poder neutralizar al macrismo y volver para ser ¿mejores?. Acosados por la derecha reconcentrada, la hegemonía mediática y los errores de factura propia, los herederos de Néstor esta semana desalojaron una toma de tierras en Guernica que no hizo otra cosa que ser una fotografía atroz de un déficit habitacional que afecta a tres millones y medio de familias en el país. Una madrugada después de una tormenta con mucha lluvia, que embarró cualquier esperanza y dejó bien en claro que a nadie en su sano juicio puede gustarle irse a vivir entre chapas y bolsas de nailon a un terreno ignoto sin ningún servicio ni resguardo del frío, del viento, de las lluvias, del calor extremo. Una madrugada así 4.000 policías al mando del militar Berni arrasaron con un sueño mínimo, que no entra en los sueños de la gente con casa, con luz, con agua y tres comidas diarias en la mesa.

Dieciséis años después de aquella increíble visita a Olavarría, cuando Kirchner tardó una hora en hacer siete cuadras, caminando entre la gente en el Parque Mitre, besado y saludado mientras la combi lo seguía, cuando obligó a Eseverri El Padre a taparse la nariz y trabajar con Luis D´Elía y Saúl Bajamón justamente para construir viviendas, dieciséis años después la Mesa de Emergencia acampa frente al municipio reclamando soluciones habitacionales. Gobierna Juntos por el Cambio en Olavarría, que no es nada diferente de Eseverri El Padre.

Propiedad privada

En consonancia con la campaña nacional que pretende ubicar al gobierno en una avanzada comunista de ataque a la propiedad privada –asimilando los mapuches con Guernica y la pelea familiar de ricos en Entre Ríos-, Olavarría vende hacia afuera una supuesta toma del Municipio por parte de la Mesa de Emergencia que no hizo otra cosa que entrar durante el día, sentarse en las escalinatas y pedir al poder político –representante ocasional del estado- una solución para la gente sin casa. Hoy en los medios masivos se cita a Guernica, Villa Mascardi, Entre Ríos, Junín, Olavarría y La Plata como muestras de tomas. De tierras o municipios. Es, al menos, asombroso.

Con la ayuda inestimable de Juan Grabois, el Gobierno se cargó un sayo que no le correspondía en Entre Ríos y abonó la candidatura a gobernador del ex ministro de Agroindustria de Macri. En Guernica, respondió a los reclamos sociales anti toma de tierras. Con convicciones o sin ellas, hay que actuar de acuerdo con la conveniencia electoral de 2021. Y dejar que fluya la condena a los pobres por todos los males, pobres fabricados por los mismos que gestionan esa condena.

Néstor Kirchner dijo, el día de su asunción, que no iba a dejar sus principios en las puertas de la Casa de Gobierno. En estos días es bueno preguntarse quién decidió no dejar los principios en la puerta. Alberto, Cristina, Sergio Massa, Máximo Kirchner, Sergio Berni. Parece que todos hubieran llegado con una maleta de principios diferentes. Y que todos estuvieran dispuestos a ejercerlos, cruzados entre sí. Para que, por ejemplo, nunca salga el patético aporte por única vez de las grandes fortunas y sí se determine como delincuencia común a un reclamo por lo que la Constitución Nacional obliga a garantizar.

En la misma Olavarría que nunca más volvió a recibir a un presidente como a Néstor Kirchner aquel 18 de enero de 2004, ya hay 3617 casos de covid, 68 muertes y una indolencia municipal que, con la excusa de no sembrar el pánico, no informa palmariamente sobre la situación en el Hospital –al borde del colapso humano y estructural- ni busca desarrollar conciencia real en una población incitada a la banalización de la pandemia.

En este oscuro presente ciudadano y nacional, Eseverri El Padre y Néstor murieron con tres años de diferencia. Eseverri El Hijo perdió dos veces la intendencia y fabrica cerveza artesanal.

Aquel octubre

La última vez que Néstor y José se encontraron fue el 18 de octubre de 2010, en un acto en General La Madrid donde esta cronista entrevió que la salud de Kirchner estaba sufriendo la autoexigencia del ex presidente: en un aire libre con mucho calor y mucho sol, la crónica lo definió "muy canoso, pálido, algo desmejorado". Después de un discurso que terminó pidiendo "que nos tomemos de la mano, que avancemos por las alamedas y las avenidas de la Patria y que construyamos un país para todos los argentinos", bajó a mezclarse con la gente, como históricamente. La crónica lo vio "transpirado y algo enrojecido".

Ese año había soportado una operación de urgencia el 7 de febrero por una obstrucción de la arteria carótida derecha. El 12 de septiembre –apenas un mes y seis días antes del acto en La Madrid- tuvo un dolor en el pecho. Lo intervinieron por un problema coronario: angioplastía con un stent en la arteria coronaria obstruida. Kirchner se fue bastante antes del alta y apenas a un día y medio participó de un acto de la Juventud Kirchnerista. Le habían ordenado reposo absoluto.

Ocho días después del acto en La Madrid Néstor se moría. A esa altura de la historia la grieta empezaba a abrirse como un abismo, lejos de aquel enero cuando Olavarría vivió una fiesta con un presidente en el que se creía. Cuando se llevó cartas de la gente a la que llamó por teléfono personalmente pocos días después. Es inolvidable el rostro de un compañero de trabajo absolutamente desencantado de la política y de la democracia cuando llegó a la redacción de este diario y, con los ojos húmedos, dijo "me llamó el presidente".

La única verdad –que parece ser la realidad, según el dogma peronista- son los datos de una presidencia que asomó del derrumbe, con más del 60% de pobreza. Kirchner renovó en forma transparente la Corte Suprema; logró la anulación de las leyes de impunidad y la reanudación de los juicios, aunque vivió con la mancha atroz de la desaparición de Jorge Julio López; el país creció un 8,5% anual; cuadruplicó las reservas del Banco Central; bajó la pobreza treinta puntos; redujo el desempleo del 18% al 8,5%; recuperó el Correo Argentino, Tandanor, Yacimientos Carboníferos Río Turbio y Aerolíneas Argentinas; la inversión en Educación llegó al 6% del PBI. Y, fundamentalmente, recuperó la política. Que después volvió a perderse entre los laberintos del desencanto. Hasta que el macrismo reivindicó la no-política como un valor en sí mismo.

Hoy, diez años después de su muerte, parece imposible cualquier punto de acuerdo en el país. Cualquier construcción que necesite consenso es una utopía. La capacidad destructiva de las dirigencias es filosa y eficiente.

Las consecuencias las sufre, como siempre, la base de la pirámide social. Que es cada vez más ancha, más obesa.

Mientras tanto, la pandemia exhibe -por si fuera poco- las mezquindades dirigenciales. Azul, Tandil y Olavarría lideran los números más tristes del nuevo coronavirus en el interior de la Provincia.

No es casualidad que Olavarría trascienda por un intento de toma municipal que no existió.