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Ya no falta nada en la campaña. Están los disparates de Aníbal Fernández, las amenazas del dólar, las represiones impensadas como la de los gauchos de la Rural contra los manifestantes veganos y los afanes de desestabilizar esa aparente paz financiera que se viene gozando desde hace tiempo de parte del candidato a presidente, Alberto Fernández.

En fin, más de lo mismo en un país en el que cada elección parece decisiva y traumática. El quilmeño Fernández, que después de querer emular a Jauretche con sus muy mediocres Zonceras argeninas se terminó creyendo un escritor y quiere seguir sorprendiendo con sus comparaciones propias de una de peña de amigos y terminó cayendo en una apología del femicidio del platense Barreda y terminó criticado hasta por su candidato a gobernador, Axel Kiciloff, quien rápidamente tomó distancia de su inimputable compañero de ruta.

Como si el triunfo de uno u otro representara un cambio profundo e irreductible de la realidad, Argentina, tal vez toda América Latina, es un mundo en el que cada cambio de gobierno se lo concibe como algo revolucionario.

Cambian las reglas de juego de manera diametral, se modifican inexplicablemente las estructuras de gobierno y hasta las pautas culturales sufren una transformación increíble.

Los mensajes culturales emergentes (llámese inclusivo o lo que fuere) pasan a descalificar inmediatamente a los residuales o anteriores, y los cambios, en vez de plantearse como algo saludable, generosos y saludables, se transforman en traumáticos, intolerantes y por ende, represivos.

El nuevo modelo, si es que se da, suplanta violentamente al anterior y las rupturas son realmente insoportables. El gradualismo es concebido como conservador y la brusquedad del cambio es aplaudida como algo auspicioso.

El imperativo es ese. El nuevo gobierno de signo diferente viene enarbolando las banderas de una supuesta revolución para el que "quien no cambia todo, no cambia nada", como decía aquella canción de los Quilapayún.

Argentina es un país en el que el curso de los acontecimientos es un vector completamente fragmentado o dividido en rígidas etapas o porciones, extremadamenete diferentes unas de otras y por ende, inconciliables. Ninguna de ellas deviene natural y normalmente de la otra como una continuidad tranquila y previsible, sino que la siguiente irrumpe como una porción de tiempo completamente diferente y contradictoria de la anterior.

Cada gobierno llega con un afán fundacional, y viene dispuesto a inaugurar la historia. Como planteaba Borges, construye una muralla china y quema los libros, queriendo significar que prevalece un espíritu paranoico y fundacional.

El pasado se transforma en algo deleznable, pasible de ser destruido y el futuro, en una etapa exageradamente promisoria sobredimensionada por la creencia modernista de que todo lo que viene será inexorablemente mejor.

Paso en vano

Pese a que en estas Paso nada cambia porque ningún espacio define candidaturas, la ansiedad con la que se las espera presupone que podrían cambiar el mundo. En virtud de ese espíritu fundacional, los modelos anteriores se tiran al tacho de basura como algo completamente inservible en su totalidad.

En ese caso, al cepo y a las políticas tendientes a incentivar el consumo interno durante el cristinismo le devino un ajuste monetarista que acható el mercado interno y para colmo, sin poder detener la inflación que había estado torpemente dibujada por el gobierno anterior. El mismo Martín Lousteau confesó hace unos días que se lo había dicho al artista del Indec, Guillermo Moreno y que había recibido un reproche de Alberto Fernández por "bloquear" a la entonces Presidenta simplemente porque le había dicho la verdad de las cosas.

En fin, un gobierno rompía el termómetro para no enterarse de la fiebre y el siguiente la admitía pero sin poder curar sus causas. El dilema era, entonces, o vivir enfermo sin enterarse o admitir la enfermedad pero en la más completa impotencia.

El país padece hoy un determinismo económico que dificulta ostensiblemente cualquier intento de cambio que pretenda mutar el modelo financiero en uno de producción. Ambos polos de la grieta parecen eludir todo intento de solución y la campaña, de pronto, quedó vacía de contenido. Las propuestas están ausentes y cualquiera de las partes enfrentadas se encarga sistemáticamente de descalificar a la otra cuando propone alguna hipótesis de solución.

Maquillajes

En Juntos por el Cambio, la preocupación radica en cómo levantar a Macri o como sostener a María Eugenia Vidal quien debió resignarse a no desdoblar la elección provincial para jugar la misma suerte que su jefe.

En el Frente de Todos, la diversidad extrema en su propio espacio produce una dialéctica interminable. El kirchnerismo es un fiel reflejo de esta Argentina que suele andar a los barquinazos. De la uniformidad cristinista pasó a un pluralismo extremo y contradictorio en su interior.

Cada espacio parece esconder a su máximo candidato. Los dislates tienen sus maquilladores como los que salieron a querer atenuar la idea de Alberto de no pagar los intereses de las Leliqs o la comparación insólita de Argentina con Venezuela por parte de Cristina Kirchner. Pero también Juntos para el Cambio cuenta con sus maquilladores para las imperfecciones de Mauricio Macri, Patricia Bullrich o Lilita Carrió. Lo hiperbólico suplanta la racionalidad que debiera tener un debate electoral, y gran parte del pueblo termina votando por emociones o imágenes pero sin contenidos programáticos.

En tanto, Roberto Lavagna alerta sobre algo de lo que nadie podrá escapar: la reforma laboral. Para el ex ministro de economía, las inversiones no vendrán si no se realizan modificaciones en las relaciones del mundo del trabajo. Los tres principales espacios saben que las dos reformas, la laboral y la previsional, serán ineludibles en un mundo que cambia y en una Argentina que tarde o temprano acabará subsumida en ese cambio.

Pero recién estamos en las Paso y todavía no se define nada. El 11 por la noche se tendrá una muestra, simplemente una muestra de la composición política nacional. A partir de ese momento comenzará la verdadera elección.

La trilogía local

La pelea en lo local es prácticamente un reflejo de la nacional. Son dos bloques absolutamente enfrentados y otro que pugna por presentarse como una alternativa a la grieta irreductible que parece querer imponerse sobre la opinión general.

La diferencia con lo nacional y provincial es que aquí el lavagnismo corre con ventaja al llevar como candidato a intendente a José Eseverri, un hombre que estuvo ocho años al frente del Municipio y que perdió tal vez no por sus gestiones sino por haber apostado al inefable autor -autobiográficas, tal vez- de las Zonceras argentinas.

Eseverri debe luchar contra la grieta pero también contra un candidato a gobernador escasamente taquillero frente a dos tanques como Vidal y Kiciloff que hoy, en lista completa, presentan una paridad absoluta en las encuestas (45 % cada uno), al menos en la última de Gustavo Córdoba y Asociados.

El mismo sondeo realizado en julio, la presenta a la fórmula Fernández-Fernández con cuatro puntos arriba de Macri-Pichetto, en las generales, pero también con paridad absoluta en un balotaje. En tanto que Lavagna y Urtubey sumarían algo más de doce puntos, aunque en el distrito, Eseverri mejora notablemente esta performance. Si bien la centralidad la sigue teniendo la grieta entre Ezequiel Galli y Federico Aguilera, el resultado sigue siendo todavía algo incierto. El eseverrismo es una identidad casi idiosincrática en Olavarría y ello podría promover un fuerte corte de boleta.

El candidato a diputado provincial del espacio, Einar Iguerategui, refirió días atrás antecedentes de un inusual corte como el que sucedió en 1995, cuando Helios Eseverri reelegía en lo local pese al triunfo arrasador del peronismo en la Nación y en la Provincia. El otro ocurrió en 2011 y el concejal cree que podría repetirse en agosto u octubre.

El voto ideológico

El oficialismo y el cristinismo, por efecto de la grieta, se llevan hasta ahora, al menos en los sondeos previos, los dos primeros lugares, alternando el primero y el segundo lugar. Como suele ocurrir en las provincias, los oficialismos siempre cuentan con alguna ventaja sobre el resto por su gestión sobre el territorio y por la iniciativa que le confiere el tener el manejo de la cosa pública.

Federico Aguilera apuesta a torcer este rumbo nacionalizando los comicios. Centra su mirada en la economía local pero como un reflejo del modelo nacional y propone medidas desde el ámbito municipal para generar trabajo o paliar la situación de los afectados. El proyecto está lleno de buenas intenciones pero naufraga en la disponibilidad de los recursos para llevarlo a cabo.

Nada podría modificar la retención del arrastre nacional en cada una de esas boletas. Ambos espacios serían votantes ideológicos que se alinean incondicionalmente detrás de los máximos referentes, salvo algunos cortes de boleta que se podrían dar, tal como estuvo medido, en el Frente de Todos, que se irían con José Eseverri. No es facil discriminar a ese elector que votaría a la fórmula de los Fernández y a la vez al candidato del lavagnismo. Porque si fuese un peronista no K, no dudaría en colocarle integramente el voto a Consenso Federal que está liderado por dos exponentes de esa corriente política.

Otra hipótesis es la que radica en un votante puramente vecinalista que apostaría a Eseverri por su trayectoria y sus gestiones, pero a su vez opositor al gobierno nacional. En fin, todo puede darse en un marco emocional, y estas elecciones están atravesadas por ese factor y mucho más en las Paso. En cambio, octubre podría ser el mes de las razones. En tanto que la izquierda, con su voto cautivo, conservaría su 3,5 o 4 por ciento histórico