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El problema de Argentina, quizás el central y el que impide el desarrollo de un verdadero proyecto de país, es que todo se politiza descaradamente.

De esa manera, el radicalismo demoró casi treinta años en reconocer el éxito de las políticas sociales del peronismo y éste también prefirió no acompañar las políticas democráticas y nacionales de Arturo Illia, dejando hacer de algún modo a los militares golpistas de Onganía, Lanusse y compañía regenteados por el Pentágono norteamericano.

Fue Raúl Alfonsín el primero, luego de un intento frustrado de Perón, en tratar de actuar por encima de esa grieta que atravesó la vida política del país durante casi treinta años.

Ambos se golpearon entre sí y los militares se aprovecharon de esa grieta insalvable entre los dos partidos. "Porque si entre ellos pelean...", diría el Martín Fierro, pero el egoísmo político fue mucho más fuerte que el deber de trabajar para el bien común.

En 1976 se llegó a decir que un viejo líder radical le había advertido a la junta militar que no era necesario que se quedaran en el poder sino que con todo el desastre que había dejado el peronismo de Isabel, ellos podrían ganar fácilmente si se llamaba a elecciones antes de fines de ese año. La anécdota que narra esa mezquindad de ese líder radical fue referida en Olavarría por un importante dirigente político nacional en un salón de un segundo piso frente mismo adonde hoy funciona el Concejo Deliberante.

En general se apostó invariablemente por el fracaso del oponente y muchas veces se ayudó a consumarlo como lo hicieron los barones del Conurbano cuando concretaron el golpe institucional a De la Rúa en Diciembre de 2001 y la gente se agolpaba desesperada frente a las persianas bajas de los bancos que retenían sus depósitos.

Dostoievsky decía que "si todos somos culpables, entonces, todos somos inocentes". En verdad, la culpabilidad generalizada exime de responsabilidades a los verdaderos responsables y diluye los niveles de culpabilidad que les corresponde a cada uno.

Lamentablemente, en la historia argentina todos son culpables, menos la gente que asiste impotente y a veces inocentemente a este macabro enfrentamiento de los dos bandos principales de la política nacional.

La irrupción de Néstor Kirchner inauguró otra grieta que se profundizó a partir de la batalla del campo. El santacruceño creyó que debía enfrentar ese conflicto centenario que cargaba el país y generó otra Argentina binaria, bipolar.

Se venía con una lucha de clases escondida, oculta detrás de los maquillajes conciliadores de algunos tramos políticos, pero Kirchner decidió llevarlos a la superficie para visibilizarlos absolutamente aunque sin tener a mano otra herramienta de solución que la de una nueva expresión política de esa contradicción.

El antiguo régimen

Con su teoría de la transversalidad. Kirchner interpretó inteligentemente que dentro de cada partido de masas existía una suerte de lucha de clases y que si eso se transparentaba podría dividirse el país entre una centroizquierda y una centroderecha, e instaurar un régimen político bipartidario tal como existía en casi todo el mundo.

Se pensó que el radicalismo podría insuflarle al peronismo la concepción más institucionalista y constitucional que le estaba faltando y que carecía desde su propio nacimiento, y que a su vez el centenario partido adoptaría definitivamente el sesgo social del justicialismo. Es decir, que ambos se alimentarían recíproca y positivamente de lo que les estaba faltando.

El trueque entre ambos partidos no tuvo los resultados esperados ya que se abrió otra grieta tan o más perversa que la anterior y lejos de contagiarlo al peronismo de un poco de la institucionalidad radical a cambio del tinte social de su identidad, se produjo una mimesis contraria a la esperada. Y tanto fue así que hubo radicales K que, quizás por carencia de inteligencia y claridad conceptual, terminaron defendiendo con uñas y dientes la dictadura venezolana. ¡Ay, si Alfonsín viviera...!

El peronismo en general (hay excepciones) continuó con su modo de concebir la política y el ejercicio del poder y pese a que el propio Alberto Fernández reconoció esa carencia de institucionalidad en el movimiento, igual se fue dejando colonizar por esos disvalores.

El otro modelo

El radicalismo se terminó aliando con los sectores antiperonistas pero que siempre carecieron de un modelo económico sensible y aceptable para las masas y sostuvieron las remanidas políticas de ajuste para grandes sectores que ya venían con sus vidas ajustadas.

Macri y sus seguidores presentaron a ese modelo como una "novedad" y terminaron de destruir el aparato productivo que ya venía también destruido por el ahogo finaciero y las insensatas políticas de un capitalismo de Estado residual y obsoleto en el mundo, y basadas en la profundización del clientelismo electoral.

Terminó como empezó, esto es, mal. El modelo de Macri estaba condenado al fracaso de antemano. Al final, por esa lógica tan argentina del poder terminó aumentando en dos millones el número de planes sociales, maquilló un poco la macroeconomía y el gobierno del líder del Pro se fue extinguiendo como los dinosaurios.

Después de medio siglo, el país volvió a dividirse en peronistas y antiperonistas, y parte de estos últimos votaron a un kirchnerismo light con la esperanza de que la nueva cara, la de Alberto Fernández, ayudara a salir del inexorable fracaso. Fernández cruzó el Leteo y se adentró en el nuevo Infierno que se prefiguraba en el país, mezcla de pandemia con crisis económica y con mayor cantidad de pobres en el recibidor como dice la canción de Joan Manuel Serrat.

Así como parte del radicalismo acabó colonizado por un modelo conceptual basado en un capitalismo de Estado prebendario y clientelar, el nuevo referente de esa mixtura, Alberto Fernández, acabó también sometido a ese influjo decimonónico.

Los radicales hoy, y una importante parte del peronismo que no comulgan con ninguno de esos dos modelos procuran sobrevivir pero sin contar aún con un proyecto que cautive a las grandes mayorías. No lo tuvieron en su gestión y todavía no lo tienen. Solo cuentan con un relato basado en la crítica coyuntural. Entonces, ¿no es el momento de una nueva transversalidad?

El nuevo orden

Efectivamente, en ambos espacios existen algunos que sobreviven como intrusos del modelo que dicen representar. Por ejemplo ¿qué tiene que ver Sergio Massa, Daniel Arroyo, José Ignacio de Mendiguren con el esquema cuasi totalitario de poder y la soberbia dogmática de Cristina Kirchner y algunos de sus seguidores incondicionales?. Además, ¿qué los une a Emilio Monzó, Rogelio Frigerio, María Eugenia Vidal o Miguel Angel Pichetto con la soberbia y la torpe ceguera política de Mauricio Macri o Marcos Peña, por ejemplo, y su modelo económico liberal del siglo diecinueve?.

Sí, no caben dudas que en algún momento el país se encaminará a una nueva conformación política basada en un corte transversal de ambos espacios y un acercamiento de los sectores que se reconocen algunas similitudes esenciales entre sí sometiendo al aislamiento a los dos elementos extremos y residuales que queden fuera de ese nuevo acuerdo superador.

Porque tanto Cristina como Macri son los exponentes de esa Argentina postergada basada en el odio y en el atraso permanente.

Ambos son los referentes de una política que habla solo de sí misma y no de los problemas de la gente, mientras que las mayorías esperan la realización de un país mejor. Porque mientras el cristinismo busca afanosamente moldear una justicia más tolerante con la impunidad, como contrapartida un Sergio Massa, por ejemplo, está pensando en subir el mínimo no imponible para el cálculo del impuesto a las Ganancias, algo que la clase trabajadora reclama desde hace mucho tiempo y sin ser escuchados. Y, al mismo tiempo, un diputado monzoísta como Sebastián García de Luca, anticipa que va a votar "con las dos manos" el proyecto.

Entonces, ¿existe o no una transversalidad latente, oculta detrás de dos lemas diferentes?. Ambos son oponentes electorales pero los comulga una sola ideología una única preocupación: el bien común. Mientras tanto, la otra parte solo habla de sí misma y de sus mezquinos intereses.

Probablemente, esa nueva transversalidad tenga su embrión en los distritos y luego se irá consolidando progresivamente en los niveles superiores. Algunos dirigentes locales ya están pensando en ese sentido y proyectan un futuro político basado en esta nueva transversalidad o comunión ideológica o conceptual, o como se la pretenda denominar (ver aparte).

El caldero seccional

Al temporal armado por José Eseverri, le siguió el de Pinamar y ahora se avecina otro más en esta nueva década que comenzó tan tumultuosa. José sigue hablando con La Corriente supuestamente con algún plan para el futuro político suyo y el de su espacio.

La otra tormenta la generaría el propio Alberto Fernández luego de pararse de manos con Cristina y negarse a cambiar a algunos funcionarios cuestionados por Cristina. No movería ni a Losardo, ni a Solá ni a Trotta, (el nuevo objetivo de la Vice), aunque sí lo piensa para candidato.

La guerra contra el cristinismo está en ciernes, y detrás de esto se agrupan los peronistas de La Corriente y piensan sumar a los históricos de Alberto Lestelle en esta cruzada que lo tienen además a un hombre respetado en el Conurbano como Jesús Cariglino.

La Cámpora ha logrado subsumir al santellanismo y ambos ostentan el poder formal del peronismo, pero tienen un piso que es también el techo electoral y un fuerte rechazo de los independientes. Eso anima a los otros peronistas a presentarle internas.

El massismo, casi en extinción, tiene un acuerdo por conveniencia con el camporismo, pero si bien le facilita algún lugar en la lista, le acumula rechazos impensables, hasta de su electorado histórico, que antes no tenía a causa de esta alianza. Algo parecido le podría ocurrir a Liliana Schwindt o a Walter Abarca en Saladillo a quien su acuerdo con el camporismo le asegura un cargo pero le resta adhesiones por otro lado.

El camporismo tiene su casa matriz en Olavarría y en Azul cuenta con una sucursal muy debilitada. Para colmo acumula "quejas de los organismos manejados por su gente". El massismo, que estaba representado por Ulises Urquiza, quedó vacante porque "trabaja en otro lado y no está nunca", y a Hernán Bertellys, con este FDT tan fragmentado y vacío, se le sigue haciendo el campo orégano.

Tampoco en Tapalqué existe el massismo y posiblemente pase lo mismo en 25 de Mayo en donde La Corriente aprovecha estas vacantes para seguir avanzando y ambos intendentes suman a su gabinete algunos exponentes de esa agrupación. En fin, parafraseando a Aristóteles, también en la política, no solo en la Naturaleza, existe el horror vacui (horror al vacío).

En Bolívar, el intendente Marcos Pisano (FDT) está más tironeado que Tupac Amaru. Es un hombre de "Bali" Bucca pero como el diputado mantiene acuerdos constantes con la Cámpora, el jefe comunal recibe por esto los enojos y los reproches del Gobernador por esa relación casi triangular.

Perfiles comunitarios

Los distritos, como decíamos, podrían ser el inicio de esa nueva transversalidad en el que comulguen los racionales y moderados por un lado y más allá de sus origenes políticos, y dos espacios residuales cerrados y dogmáticos tendientes a ser cada vez más minoritarios y testimoniales.

El desafío es monumental puesto que en los municipios se deben superar emociones y no argumentos. Eseverri, padre o hijo, fueron combatidos mucho más porque no se les podía ganar que por el estilo de su gestión. Algunos peronistas los sometían a un peronómetro bastante forzado y se los pretendía descalificar por tener un origen radical, pero ambos llegaron a representar a gran parte de un electorado presuntamente peronista. Helios fue más movimientista que muchos peronistas y logró juntar bajo su liderazgo incontrastable a conservadores con comunistas, a peronistas con radicales, y aún alineado con el Frente para la Victoria actuaron como el tandilense Miguel Lunghi con Cambiemos, haciendo valer su propio estilo.

El eseverrismo, como el lunghismo, fueron más una idiosincracia que una ideología o una línea política, o representaron el perfil político, la identidad y la cultura de tales ciudades. Ambos gravitaron o gravitan más que el peronismo o el radicalismo, simplemente porque, como definía Ortega y Gasset, "la cultura es la vida íntima de una comunidad".

El último exponente de esta identidad más idiosincrática que política fue Ezequiel Galli, quien carga consigo esa mixtura extraña entre el peronismo y el no peronismo y es capaz de acumular además el voto independiente contrario al peronismo camporista como se pudo ver en los últimos comicios.

Las próximas Paso dirán qué peso tiene el gallismo en Olavarría y si el radicalismo puede competir por la hegemonía de Juntos por el Cambio en el distrito y en la Provincia. "Nosotros estamos seguros que la gente nos va a acompañar y éste será el momento de la renovación", profetizan algunos correligionarios que esperan tener una buena negociación con Galli en el armado de la lista para evitar las internas.

El Intendente ya tendría asegurado el primer lugar en la Sección para Hilario Galli, y tanto sería así que Diego Robbiani ya se prepara él y su equipo para ocupar la vacante que quedaría en Gobierno.