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Hace escasos trece días que Ignacio - Guido Montoya Carlotto comenzó a aprehender los sabores, los olores y los sonidos de ésta, su nueva pero a la vez real identidad. Será largo el camino y tal vez le demande toda la vida. Habrá interrogantes a los que quizás nunca pueda responder. Pero hay otros, imprescindibles y necesarios para la historia misma del país -más allá de la suya propia- que esperan una explicación. Por qué Olavarría. Quiénes. De qué manera.

Esta investigación intenta bosquejar el recorrido para tratar de abordar los primeros lineamientos. Qué médicos pueden haber firmado el certificado de nacimiento y a través de qué actores, dentro y fuera del Estado represivo de finales de los 70, el bebé -hijo de Laura Carlotto y de Walmir Montoya- llegó a los brazos de dos puesteros del centro bonaerense. Cómo eran los lazos entre unos y otros.

En apenas un mes y medio, Carlos Francisco Aguilar hubiera festejado sus 75 años. No parece haber dudas hoy de que todo lo que ocurrió desde los inicios de junio, en que "alguien" le hizo saber a Ignacio Hurban que quienes creía sus padres no lo eran, fue disparado por el fallecimiento, en el mes de marzo de Aguilar. "Pancho" o "Panchito", como lo conocían tantos en Olavarría, era parte de esa burguesía local que entremezclaba en su perfil la piedra y el agro. Y que tenía, entre sus amigos dilectos, muchos hombres y mujeres ligados más o menos íntimamente al oscuro universo de los militares en los años 70, pero también desde mucho antes. Poco y nada tuvo de aquel pergamino que le cargaron muchos medios nacionales: no fue un gran dirigente político (apenas candidato a concejal suplente por Unión - Pro) ni presidió la Sociedad Rural. Era, seguramente, más simpático y entrador, que un hombre de los negocios y la política. Pero tenía relaciones aceitadas con personajes con suficiente poder en altas esferas.

Pocos por estos días se atreven a dudar de que Pancho Aguilar habría sido quien entregó aquella mínima vida, que apenas había pasado cinco horas junto a su mamá envueltos los dos en las garras del Estado terrorista, a Juana Rodríguez y Clemente Hurban.

Sin embargo, hay interrogantes que aún hoy no tienen una respuesta tajante. ¿Por qué Olavarría? ¿De qué modo se fueron encajando las piezas de la ciudad como para permitir, avalar y luego mantener oculta la identidad de un bebé que iría creciendo con las décadas hasta saberse otro recién en los primeros días de agosto de 2014? Desandar la historia, hurgar en los lazos visibles e invisibles, obliga, por empezar a establecer perfiles, personalidades, roles y a conectar complicidades.

La prehistoria

En la misma generación de Aguilar se ubicaban tantos jóvenes que en los años 60 eran asiduos concurrentes del Casino de Oficiales que, por aquella época, estaba ubicado sobre la calle Rivadavia, a la altura de la Municipalidad, donde hoy se asienta un hipermercado. Allí compartían música, romance y café los fines de semana, hasta que llegó la orden de trasladarlo a las tierras del Regimiento. Antes, sin embargo, se armaron parejas, que en algunos casos subsistieron en el tiempo.

Entre los uniformados que formaban parte de aquellos círculos había dos jóvenes: un entrerriano, llamado Filiberto Salcerini, y un porteño, cuyo nombre era Benjamín Ernesto Cristoforetti. Ninguno de los dos era todavía figuras medulares dentro de las estructuras militares. Ambos quedaron, sin embargo, ligados para siempre a la vida de la ciudad. Cristoforetti -según información exclusiva del Ministerio de Defensa de la Nación- permaneció en el Regimiento de Caballería de Tanques 2 "Lanceros General Paz" entre 1960 y 1963. Si bien entonces dejó la ciudad, regresó con el grado de teniente primero en 1964 y en abril de 1969 se casó finalmente con Norma Mabel Briozzo, la misma mujer que aún hoy lo sigue acompañando en los últimos tramos de su vida, en el Hospital Militar de Buenos Aires.

Salcerini se casaría con Raquel Fassina, joven que integraba una de las familias más encumbradas de la ciudad. Tanto, que Olavarría la hizo merecedora de una calle. Y que -extraños giros de la historia- se choca con la calle Aguilar en el barrio Hipólito Yrigoyen, lejos de los placeres más exquisitos de las clases pudientes de la ciudad. Aunque el nombre de la calle no conduzca a la historia de uno de los propietarios de la cantera Cerro del Aguila, sino a Eulalio Aguilar, que en 1879 fue "presidente de la Corporación", que era el embrión de lo que años después sería el intendente.

Los cuatro jinetes

Las líneas posibles para la investigación no pueden prescindir del rol de cuatro militares. Los que trascendieron, cada uno en lo suyo, ampliamente los límites de la ciudad.

Si bien hay quienes barajan la posible conexión con la empresa Loma Negra, por la relación que Luis Máximo Premoli, militar que llegó a conducir el regimiento local, sostuvo con Amalia Lacroze, no parece ser una línea realmente sustentable. Coronel retirado, participó en los años 60 en la Escuela de las Américas y supo reivindicar -en entrevistas periodísticas- su amistad con el ex militar y sindicalista de derecha Augusto Timoteo Vandor. Una imagen suya que quedó congelada para siempre en la memoria lo ubica escoltando al general Julio Alsogaray para exigir la renuncia de Arturo Illia como presidente de la Nación. De todos modos, para los días en que nació el pequeño Ignacio - Guido, Premoli parecía apuntar a otro tipo de aspiraciones e historias. Un dato que de todos modos no puede soslayarse es que el viejo amor de Amalita condujo el regimiento en tiempos en que muchos de los personajes de esta historia se formaban.

Distinta es la situación de Ignacio Aníbal Verdura, ex jefe del Area 124, que estuvo al frente del Regimiento de Caballería de Tanques 2 de Olavarría desde el 5 de diciembre de 1975 hasta el 4 de diciembre de 1977. Durante esos dos años sostuvo concurridos asados con personajes de peso en la ciudad que incluían nombres de ruralistas, empresarios y sindicalistas. A tal punto fueron aceitados los vínculos con los sectores más acomodados de la ciudad que el 14 de febrero de 1984, en respuesta a una nota de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) Olavarría que cuestionaba los pliegos de ascenso de Ignacio Aníbal Verdura, un grupo de vecinos, empresarios, estancieros y un par de periodistas firmaron una ya célebre solicitada donde elevaban a Verdura poco menos que a la santidad. La nómina firmante es una pintura de aquella sociedad donde le tocó crecer a Ignacio Hurban: en la que los secuestradores, torturadores y asesinos de su madre y sus apropiadores eran gente de fe, de domingos en misa y de caridad generosa.

Dos años después de la solicitada fue denunciado como uno de los presuntos responsables del atentado fallido contra el presidente Raúl Ricardo Alfonsín, cuando era comandante en jefe del III Cuerpo de Ejército. Treinta y siete años después de la acérrima defensa de un grupo de olavarrienses de peso y con apellidos que hoy siguen siendo empresas, estancias y estirpes, Verdura se apresta a ser sometido a juicio a partir del 22 de septiembre, imputado por delitos de lesa humanidad. Entre ellos, los homicidios calificados de Jorge Oscar Fernández y de Alfredo Maccarini. Demasiado lenta, la Justicia.

Cristo y el hombre de Camps

Los otros dos militares de enorme importancia fuera de la ciudad, Cristoforetti y Salcerini, sostuvieron lazos más o menos cercanos con Aguilar. Salcerini, incluso, tenía con él un parentesco político.

Benjamín Ernesto Cristoforetti se especializó en Inteligencia y llegó a revistar, según altísimas fuentes del Ministerio de Defensa de la Nación, en el Destacamento de Inteligencia 122 de Santa Fe. Y entre 1973 y 1975 en el Batallón de Inteligencia 601 y la Escuela Superior de Guerra. Fue en comisión especial a la Tucumán de Antonio Domingo Bussi. "En sus legajos consta la felicitación del comandante de Institutos Militares, Santiago Omar Riveros, de Campo de Mayo -actualmente condenado a perpetua- por una comisión en el Departamento de Inteligencia entre finales de 1977 y principios de 1978", informaron desde la cartera para esta investigación. Y ya en democracia, su ascenso fue impugnado por su rol de asesor durante el golpe de Estado, en Bolivia, que derrocó en 1980 a Lidia Gueiler. "El Cristo", como lo llamaban algunos en la ciudad, participó dos meses después, en Buenos Aires, del Cuarto Congreso de la Confederación Anticomunista Latinoamericana presidido por el dictador Carlos Suárez Masson.

Tanto Cristoforetti (que no tiene imputaciones) como Salcerini fueron parte de aquella estructura de Fuerzas Armadas que devoró, entre sangre y horror, a una entera generación. Filiberto Salcerini fue asesor directo de Ramón J. Camps. Murió cinco años atrás y no llegó a ser juzgado. En el informe de la Memoria de Olavarría -elaborado por la terquedad sobreviviente de Mario Méndez-, Salcerini aparece, entre otras cosas, como quien habría comandado los operativos que concluían en "secuestros y detenciones clandestinas de personas jóvenes".

Una década

Había, entre muchos de los personajes que aparecen en esta investigación, fluidos contactos. En algunos casos se compartía amistad; en otros, conveniencias y afinidades de diverso tipo. No será fácil reconstruir los caminos con la exactitud más contundente. Y, en esa larga búsqueda, saldrán a la luz perversidades, connivencias, cobardías, oscuridades profundas y las miserias más deleznables.

Pero también quedarán flotando para siempre los lazos de amor y de resistencia. Aun después de que los muros del autoritarismo y la crueldad hubieran caído. Entre esos lazos, los que -con el impulso de Mario Méndez- concluyeron en el libro del Informe por la Memoria.

Exactamente una década atrás (18 de agosto de 2004), Estela Carlotto hablaba en el Concejo Deliberante, en el acto por la presentación del Informe. Y sin saber las puertas que se abrirían en los últimos días, decía "este libro encierra la historia de ustedes. Y esto me produce mucho pudor, siendo yo de otro lado". La abuela de Ignacio - Guido, nacido en cautiverio hace 36 años, hablaba del hijo de su hija. El que finalmente le hizo entender que "la historia de ustedes", como dijo entonces, era profundamente la suya.