Un diálogo con Jeanine Áñez
Por Diego Ayo, destacado columnista de este medio, quien en una entrevista exclusiva con la expresidenta Jeanine Áñez, explora reflexiones sobre su mandato, los desafíos políticos vividos y las circunstancias que marcaron su gestión.
El masismo jugó con saña con la figura de Jeanine Áñez. Me atrevería a creer que la fortuna sonrió a este elenco de infractores de la moral y las cuentas. Encontraron en la senadora beniana la mejor carnada para volver a seducir a los bolivianos: “Nosotros generamos bonanza, Jeanine sólo posibilitó el retorno de la élite criolla”.
No puedo negar que este breve periodo contribuyó prolíficamente a que las hienas de la política boliviana, enquistadas ya por casi dos décadas en el poder, lograran (volver a) morder a sus presas con destreza. Se lavaron las manos, reapareciendo como vírgenes vestales frente a la improvisación manifestada con notable eficiencia por los nuevos gobernantes, el delirio de poder rabiosamente contagioso que infectó a algunos aprovechadores que buscaron su interés como colaboradores de la fortuita primera mandataria, la corrupción naciente, embrionaria en comparación con la mafia masista, pero redituable políticamente en el momento exacto y, como rebalse inmanejable, el arribo del intruso asiático: el señor Covid.
Sin embargo, los logros del masismo no fueron menores: escapó el fraudulento, sus huestes fugaron junto a él y la política se deshizo de los crápulas de renombre: Quintana y/o Linera, entre tantos que se colaron en la huida. El breve interregno “jeaninista” quebró toda ilusión.
¿Es culpa de la señora Áñez?
Lo dudo. He tenido la oportunidad de conversar con ella. Agradezco su sinceridad y, sobre todo, su modestia. No tengo dudas: es un buen ser humano. Cargó el q’epi político que le impuso la historia. Jamás lo pidió. Jamás lo quiso. Jamás creyó que alguna vez sería presidenta de Bolivia. Pero sepámoslo: el poder seduce generando alegrías súbitas, amigos “por siempre”, aliados “indispensables”. Ojalá fuese todo. No lo es. Es sólo una porción de esta novela. Otros capítulos se escriben con “sangre, sudor y lágrimas”, fagocitando a los ocasionales poseedores. Los traga y escupe sin asco. Ese es el poder y, me animo a creer, la senadora aceptó el prefacio y dejó de leer cientos de páginas subsiguientes en los que el masismo recobró protagonismo y, junto a él, la mentira descarada, la ineptitud como rasgo sobresaliente, el desfalco como política pública y, claro, el olvido.
P: Muy estimada Jeanine, gusto en conocerla.
R: (sonriente) El gusto es mío…
P: Gracias. Conviene comenzar buscando saber quiénes la rodean y acompañan hoy en día.
R: Tengo la mejor familia. No voy a negar que es una paradoja en este momento de innegable infelicidad saber que mis hijos son los mejores seres humanos. Jamás me abandonaron. Ni por un solo segundo, me dejaron sola. Lo sabía, siempre supe de su inmenso amor, pero no puedo dejar de admitir que vivirlo es mi máxima alegría. Mi única felicidad. Al menos, una felicidad auténtica. Carolina es un apoyo invaluable y José es un hijo infatigable. Está siempre para mí. Bueno, están siempre para mí… Mi madre murió conmigo presa. Por suerte no lo entendía bien. Tenía 95 años y le dijimos que me habían exiliado. Le costó entenderlo. Siempre estuve a su lado y mi ausencia podía angustiarla. La vejez jugó a mi favor…
P: ¿Y los políticos la abandonaron?
R: Han hecho manifestaciones públicas, con excepción de Samuel Doria Medina que intentó visitarme, pero me negaron el permiso. Una excelente persona. Nunca se olvida. Y es necesario enfatizarlo: no estuvo sólo en el apoyo público, en verdad se preocupó de mis hijos. En semejante situación que no sabíamos cómo enfrentar, esa actitud no tiene precio.
P: Bueno, fue su candidato a vicepresidente. Parece lógico que esté con usted.
R: No, no lo creo. Hay gente como Óscar Ortiz que finge demencia. Ni siquiera se presentó como testigo. Yo lo incluí y jamás creí que no asistiría. No quieren admitir que trabajaron conmigo. No quieren decir que mis errores fueron sus errores. Óscar es el mejor representante de ese olvido. En todo caso, a estas alturas, no espero nada de nadie. Tan sólo que pase el tiempo…
P: Hmm. Pero, dígame, a pesar del enorme daño que usted debe vivir hoy en día, ¿se arrepiente de haber asumido la presidencia? No olvidemos que es gracias a ella que usted está acá.
R: No, yo estoy presa por el odio de Evo Morales. Jamás podría arrepentirme por haber asumido el cargo más ilustre que puede tener un boliviano: presidir su patria. Agradezco a Dios haberme dado esa oportunidad. Haberme regalado ese honor. No confundamos, pues. Es el deseo de venganza de Morales, la decisión política de su entorno y la actitud sumisa de su ministro de Justicia, Iván Lima, las acciones que me condujeron acá.
P: Y los errores cometidos durante la gestión.
R: Cometimos errores que hoy puedo evaluarlos sin esa emoción que nos embargaba a todos en aquel momento. Nos dejamos llevar por esa profunda dicha de desmontar el capricho autoritario de Morales. Jamás olvidemos que cometió un fraude. Hizo trampa. Nos avergonzó frente al mundo, pero, ya ve usted, él está libre y yo estoy presa.
P: ¿Algo más?
R: Sí. Quiero que quede claro que me esforcé a lo largo de mi vida política por hacer un buen trabajo, teniendo en cuenta, sobre todo, que ya había una sañuda persecución política contra opositores. Denuncié todos los abusos que se cometían. Desde entonces advertí que el MAS era parte de un proyecto geopolítico que manejaba un mismo libreto y avanzaba en Venezuela y Nicaragua aceleradamente. Precisamente, pude visitar presos políticos en Venezuela y Ecuador. El denominado “socialismo del siglo XXI” tomaba el poder para quedarse.
Esta entrevista permite un acercamiento sincero a una figura política que, pese a sus circunstancias, mantiene la fe en sus convicciones y en su país.