Se hizo un silencio sepulcral que fue interrumpido por un fuerte carraspeo de Victoria y que su tía interpretó como una señal más de ese extraño malestar que la aquejaba desde la noche anterior. Cuando volvió a insistir en llamar al doctor Arroyo, Victoria no supo qué decir ya para no levantar sospechas.

-Mi hermana y yo le agradecemos la invitación, señora, pero esta noche será imposible. -Lautaro miró a Estelita, luego posó sus ojos oscuros en el rostro acalorado de Victoria-. Podríamos posponer la cena para mañana, si le parece.

Por supuesto, doña Bárbara aceptó de inmediato. Su marido sonrió complacido. Ya había descubierto cuál era la intención de su mujer y ahora que conocía en persona al hijo de Cosme Madariaga, estaba de acuerdo con ella en que sería un muy buen partido para que su sobrina pensara de una vez en el matrimonio.

Victoria los acompañó a la salida para tener la ocasión de darles las gracias por lo que acababan de hacer por ella. En el zaguán, Estelita se detuvo de repente y levantó el dedo en actitud acusatoria hacia su amiga.

-¡Debiste decirme antes que tus tíos no sabían nada! -le recriminó.

-Siento haberte mentido, Estelita, pero fue lo único que se me ocurrió. Mis tíos no aprobarían jamás lo que estoy haciendo.

-No es justo que le hagas reproches ahora, hermanita -terció Lautaro, saliendo en su defensa. -Estoy seguro que, si Victoria te lo hubiese contado, enseguida habrías secundado su decisión sin chistar.

Estelita sonrió.

-Lautaro tiene razón -reconoció-. Has conseguido cumplir por fin tu sueño y eso es lo que realmente importa, querida Victoria. Solo debemos tener cuidado para evitar que tus tíos lo sepan. Al menos por el momento, mantendremos todo en secreto.

Victoria asintió y le dio un beso a su amiga. Aunque lo había hecho porque no tuvo otra salida, no le gustaba haberle mentido. Cuando Estelita la dejó a solas con Lautaro para asomarse por la puerta, ella le sonrió.

-Gracias por cubrirme con lo de la cena de esta noche, Lautaro.

Él se la quedó mirando en silencio, tratando de asimilar lo dulce que sonaba su nombre en los labios de Victoria. Quería decirle que por ella era capaz de cualquier cosa, pero las palabras se le quedaron atravesadas en la garganta. Si no hubiese sido por la presencia de su hermana, estaba seguro que le habría respondido con un beso. Quizá después recibiera una bofetada por su osadía, pero al menos se llevaría el sabor de su boca.

-Va a empezar a llover en cualquier momento. Será mejor que me llevés de vuelta a la estancia.

Lautaro miró de reojo a su hermana. Durante el lapso de tiempo que permaneció prendado de la belleza de Victoria, se había olvidado de que estaba con ellos. Resolvió que no valía la pena regresar al diario. Terminaría de escribir su artículo en casa y por la tarde se acercaría a la ciudad para entregarlo a tiempo para la edición dominical.

-Nos vemos esta noche, Victoria -pudo decir apenas recuperó la voz.

-Vendremos a buscarte a la misma hora de ayer -le comunicó Estelita mientras le daba un abrazo-. Primero pasaremos por la casa de Dorita que vive más lejos.

Victoria asintió. Aunque le preocupaba que el comisario Peralta la viera llegar al cabaret acompañada, nada más y nada menos, que por ese joven periodista que le encrespaba los nervios, no tuvo el valor de negarse después de todo lo que estaban haciendo por ella.

*

Eulalia llamó a la puerta de la habitación del comisario por tercera vez esa mañana y seguía sin obtener respuesta. Su adorado Martín había llegado con la ropa empapada y una botella de ginebra en la mano. Cuando pasó por su lado sin siquiera mirarla, Eulalia supo que algo grave había sucedido. Por eso estaba de nuevo allí, golpeando el cristal de la puerta, preguntándole si necesitaba su ayuda. Movió el picaporte, pero era evidente que le había echado llave para que ella no lo molestara. Hacía mucho tiempo que no lo veía así. Con el corazón encogido por la preocupación, decidió regresar a la cocina. Todavía no había terminado de preparar la comida y aunque presentía que Martincito no iba a acompañarla en el almuerzo, se esmeraría de todas formas. Encendió la radio y revolvió la olla en donde estaba hirviendo las verduras para el puchero. Como cada sábado, y con el único propósito de consentirlo, había hecho arroz con leche, su postre predilecto.

Bajó el volumen de la radio cuando escuchó que mencionaban el nombre de su muchacho y continuó con su tarea.

"La investigación por la muerte de Rosa Cardozo, quien era conocida en el mundo de la noche como La Morocha, sigue estancada. Al parecer, la policía no ha podido hallar todavía ningún indicio que lleve a esclarecer el crimen de una de las muchachas del cabaret La Nuit. Fuentes extraoficiales afirman que más allá de algún testimonio poco fiable, el comisario Martín Peralta y sus hombres se encuentran en un callejón sin salida. Sería lamentable que el caso quedara sin resolver porque se trata de la muerte de..."

Eulalia se asustó cuando la cocina se quedó en silencio de repente. Al voltearse, vio a Martín de pie, al lado de la radio.

-La prensa solo mete las narices en donde no debe -dijo tras apagar el aparato de un manotazo.

Se había cambiado de ropa y no olía a alcohol. Eulalia agradeció que no se hubiese encerrado en su habitación para beber.

-La botella está sin abrir -dijo, adivinando sus pensamientos-. Te doy permiso para que la tires a la basura.

La vieja asintió, se acercó y puso su mano arrugada encima de la suya.

-¿Qué pasó, Martincito? Últimamente estaba de buen humor. Incluso llegué a pensar que había conocido a alguna muchacha.

Peralta sonrió. Precisamente Victoria era la razón de que ahora estuviese sobrio. Ansiaba que llegase la noche para verla. Después, ya tendría tiempo de pensar en lo que acababa de descubrir sobre Alcira.

*Los capítulos anteriores de esta atrapante novela por entregas, acá.