Esta semana se cumplieron cuatro años de la muerte de Rodolfo Fogwill y la publicación de "Nuestro modo de vida", una novela inédita que tuvo dos versiones anteriores a la que acaba de editar Alfaguara, es una gran noticia para sus lectores y los que se sumarán.

Polémico, brillante, dueño de un humor mordaz, excéntrico, verdugo de amigos y colegas, el genio autor de "Los Pichiciegos", la mejor novela escrita sobre Malvinas, de "Muchacha punk", el poeta. El tipo con la mirada de Dalí que supo hacer sus primeras armas en el mundo de la publicidad era un "busca roña" al que poca gente se le enfrentaba, pero tenía uno de los estilos más interesantes en la literatura argentina.

Los protagonistas de "Nuestro modo de vida" son una pareja de mediana edad, de clase media, que viven en un barrio residencial. El trabaja en una empresa multinacional y está obsesionado con cambiar el auto; su esposa pasa sus días realizando las tareas de la casa y reuniéndose con otras mujeres de su misma clase.

A simple vista no hay nada más que lo cotidiano de una pareja normal que busca un ascenso social. "La representación es la misión. No hay que ser: hay que parecer más, lo que parece más es más. El que no puede parecer, tarde o temprano, tampoco podrá ser, Romero", le dice el director de la empresa para cual trabaja.

Pero hay destellos que dicen otra cosa. Fisuras en la realidad que señalan que detrás de todo lo simple, de esa pareja y de ese país que es el escenario de la trama, ocurren otras cosas. Una lluvia inclemente y el agua que inunda una barriada pobre, el himno nacional en la radio, militares en actos públicos, autos Ford de color azul y la creciente tensión que no se puede ver pero se puede sentir.

Lo notable de Fogwill es que logra que la trama sea superflua. No importa lo que le sucede a los personajes, sino lo que no sucede. Lo que los personajes no quieren decir o no dicen porque de ser así deberán mirarse para observar lo que pasa a su alrededor. La realidad es algo más compleja. "Nuestro modo de vida" registra de forma perfecta el otro lado de la historia argentina, el lado neutral de los años más cruentos.

¿Cómo recordar a Fogwill? ¿Cuál es la imagen que nos queda a los lectores de su obra? ¿Cuál es el libro o la anécdota que lo pinta de cuerpo entero? ¿Era sólo un cascarrabias, peleador o lo hacía por gusto, para ver cómo reaccionaba el otro?

Hace unos años un canal de televisión transmitía en directo desde la Feria del Libro. La cámara fija y un micrófono abierto eran la única programación por unas horas de Ciudad Abierta. De espaldas, Fogwill y su amigo el escritor Alberto Laiseca charlan con una lectora. Joven, de formas sinuosas, ninguno de los dos le dejó de sonreír. Cuando la chica se va, ambos se miran y, como dos especialistas, se dicen: ¿qué lindo culo, no? Después toman conciencia de la cámara, sonríen y hacen como si nada pasara. Así me gusta recordarlo.