JORGE ALMIRÓN, AL LÍMITE: ¿PASE A LA FINAL O PROPIO FINAL?
El entrenador de Boca volvió a dejar dudas tras el armado para el Superclásico ante un River que fue superior. La semana que define su futuro.
JORGE ALMIRÓN lo sabe mejor que nadie: su figura quedó en el foco de las críticas. Y en ese punto surgen los interrogantes: ¿cómo es posible que el entrenador de Boca reciba tantos dardos incluso cuando su equipo permanece con vida en todas las competencias?
Es cierto: Boca está en los cuartos de final de la Copa Argentina y, sobre todo, en las semifinales de la Copa Libertadores, la gran obsesión que persigue todos los años. River, su máximo rival, no tiene más que pelear por la Copa de la Liga, ya eliminado de ambas copas.
Martín Demichelis perdió los únicos dos mano a mano que tuvo que afrontar como técnico del Millonario, pero tiene un activo: ganó los dos Superclásicos del año. Son los mismos dos que perdió Almirón. Los perdió con polémica: el primero con aquel agónico penal que capitalizó Borja -el árbitro Darío Herrera fue suspendido tras el partido- y el de este domingo tras un primer gol que tuvo una infracción previa de Paulo Díaz a Weigandt y el empate anulado de Cavani, una jugada cuya discusión pareciera interminable.
¿Merlos inclinó la cancha? Almirón salió al cruce sin titubear, con munición tan gruesa que llamó la atención: "Salió en todos lados que Merlos es hincha de River. Eso no puede pasar. Se presta a estas confusiones. La falta del primer gol fue clara. Y la de Cavani es milimétrica. Uno se queda con cierta duda. Te das cuenta que nos fue empujando con faltas normales". El reclamo salió a la luz por las dos jugadas gravitantes y también por todas las "chiquitas" en el desarrollo del partido.
El núcleo de la caída de Boca, sin embargo, no debiera permanecer demasiado tiempo en el desempeño arbitral. O, al menos, no con la mayor preponderancia. Los inconvenientes más relevantes de Boca no están afuera: más allá de algún partido puntual, o incluso de ciertos destellos en medio de malos partidos, el equipo de Almirón no juega bien. Resulta subjetivo, de todas maneras, afirmar que un equipo juega bien o mal. ¿Qué es jugar bien y qué es jugar mal? Alcanza, entonces, con examinar el fondo de la cuestión.
En el trazo grueso sorprende un mero dato: el Boca de Almirón apenas ganó uno de los últimos diez partidos. En siete de ellos no hizo goles. Con una mayor extensión queda más claro: sólo festejó en dos de los 13 compromisos más recientes. No ganó ninguno de los cinco partidos que acumuló en la fase eliminatoria de la Copa Libertadores -dos de octavos, dos de cuartos y la ida de las semifinales con Palmeiras-: fueron todos empates, con apenas dos goles a favor. Dicho esto, al margen: en varios de ellos fue superior y en el terreno de los penales, que de azar no tienen nada, impuso la jerarquía.
La historia llegó al límite: el jueves se definirá el futuro del proyecto Almirón en Boca. No hay nada más allá del jueves. Palmeiras, en el césped sintético del Allianz Parque, resolverá el dilema: El entrenador se gana el pase a la final o sentencia su propio final.
Las garantías, en términos instrumentales, no parecen sustentables. Más bien Boca se hace fuerte en el plano espiritual. Ganarle a Boca en la Copa Libertadores, más allá de los años que lleva sin levantar el trofeo, siempre avizora como un desafío mayúsculo. Palmeiras lo sabe. Y vaya si el pueblo paulista lo sabe. Pero en Boca también saben que las decisiones fuertes son las que determinan un resultado.
Almirón puso un equipo inédito, con jugadores que no estuvieron nunca juntos en ese armado, y el Superclásico le quedó grande. También asumió el error demasiado pronto: apenas iniciado el segundo tiempo ya había puesto a tres de los habituales titulares. Tomó precauciones -acaso grandes para un equipo como Boca- pero terminó, como ya le había sucedido antes, con cuatro delanteros. Las resoluciones, además de acertadas, deben tener una justificación temporal. Ni demasiado pronto, ni demasiado tarde. Demasiado pronto se vislumbra el jueves. Gloria o epílogo: no parece haber vida más allá de San Pablo. ¿Será demasiado tarde para Almirón?