Claudia Rafael

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"Los recursos económicos son finitos y el gasto en salud es cada vez mayor. Por ello los tomadores de decisión deben tener cada vez más herramientas para justificar sus decisiones", planteó el antropólogo Andrés Bolzán, quien además del extensísimo currículum en organismos internacionales, integra del área de Epidemiología de la Dirección de Prevención y Atención de la Salud de la Municipalidad de Olavarría. Una ciudad que tiene una tasa de 8,69 defunciones cada 1.000 habitantes. Y que, según el estudio concluido en mayo pasado y publicado en estas páginas el domingo 1 de junio, tuvo en 2012 una paridad entre tumores y enfermedades circulatorias como primera causal de muerte, con un 22 por ciento de los casos; un 12 por ciento para las infecciosas y parasitarias y las mal definidas; y un 10 por ciento correspondiente a las respiratorias. En tanto, hay un 5 por ciento ligado a causas externas.

Bolzán, en entrevista con EL POPULAR, analizó que "los ''verdaderos'' determinantes de la salud podríamos resumirlos en cantidad y calidad de la dieta, calidad de la vivienda, condiciones de trabajo, calidad de los servicios sanitarios y cantidad, y calidad de la educación. Estos tienen relación directa e indirecta con las causas de mortalidad y, por ende, con la esperanza de vida". En ese marco advirtió que "los factores ambientales (vivienda, agua corriente, excretas, transporte) explican 30 por ciento de la carga de enfermedad, dependen del ingreso y pueden ser más fácilmente modificables con políticas públicas que otros. La educación, otro factor determinante, está altamente relacionada con la salud más que con cualquier otra variable. Por ejemplo, en Nigeria, hubo un 20 por ciento de ganancia en expectativa de vida al nacer cuando la intervención fue mejorar el acceso a los servicios de salud de madres analfabetas, pero fue del 33 por ciento cuando la intervención fue brindar educación a las mismas madres y, finalmente, del 87 por ciento cuando se combinaron ambas".

En la Argentina -analizó- "las enfermedades no transmisibles (el cáncer, el infarto, la diabetes, etc) explican el 60 por ciento de la mortalidad general, esperando que para 2020 lleguen a ser el 70 por ciento de las causas. De ellas, las enfermedades circulatorias son la primera causa de muerte. En segundo lugar, están los tumores con el 20 por ciento. Si uno evalúa los factores de riesgo, en la Argentina la diabetes ha aumentado (9,6 por ciento), el sedentarismo también (54,9 por ciento), la hipercolesterolemia (29,1 por ciento), en tanto el tabaquismo ha disminuido (34,8 por ciento) y la hipertensión (34,8 por ciento) se ha estabilizado". Cuando Bolzán deposita su mirada en la ciudad advierte que "las enfermedades circulatorias han disminuido como causa de mortalidad, hasta alcanzar a la segunda causa de muerte, que son los tumores. Esto hablaría de la disminución de los factores de riesgo de muerte por enfermedad circulatoria en Olavarría. En cuanto a los tumores, vemos que la Argentina se encuentra dentro del rango de países con incidencia media alta de cáncer, con cifras entre los 173 a los 250 casos por cada 100 mil habitantes. Es decir, que hay unos 217 casos nuevos por año por cada 100 mil habitantes en el país".

Al respecto, el antropólogo recordó que durante 2012 murieron por cáncer casi 62 mil hombres y mujeres en la Argentina. "El 40 por ciento de los cánceres podría evitarse por acciones como no fumar, hacer ejercicio regularmente y mantener una alimentación adecuada. El tabaquismo es la principal causa de cáncer evitable en el mundo. En la Argentina, los tumores malignos constituyen la principal causa de muerte entre los 40 y los 64 años de edad, siendo el cáncer más frecuente el de pulmón (14,9 por ciento), colon y recto (26,2 por ciento), mama (35,2 por ciento) y próstata (7 por ciento). Para Olavarría, las tendencias son similares a las nacionales, siendo que el mayor componente del cáncer femenino es el de mama y útero y de varones el de pulmón y colon. En la Argentina se diagnostican alrededor de 4.000 casos nuevos de cáncer de útero y mueren unas 2.000 mujeres por esta enfermedad".

Karelia del Norte

Torcer una estadística demanda décadas enteras. Y en ese sentido, Bolzán opinó que "cuanto más vinculada a los cambios de hábitos se relacione una enfermedad, mayor tiempo llevará su reducción y hay algunas experiencias exitosas". La experiencia finlandesa del "proyecto Karelia del Norte" es un claro ejemplo. Después de concluida la Segunda Guerra Mundial, las enfermedades crónicas y, en particular, las cardiovasculares, se transformaron en el principal problema sanitario de los países industrializados. Hacia los 60, Finlandia estaba a la cabeza. Y la zona Este, puntualmente en la localidad de Karelia del Norte, tenía a su vez las tasas más altas. Había niveles altísimos de colesterol total en sangre e hipertensión; una alta ingesta de sal y grasas saturadas, bajísimo consumo de verduras y tabaquismo muy extendido, fundamentalmente en los varones, y sedentarismo.

Bolzán relató que "en un período de 20 años, entre la población masculina de Karelia del Norte, el hábito tabáquico se ha reducido ampliamente y los hábitos dietarios han cambiado notablemente. Los cambios dietarios han llevado a cerca de un 15 por ciento de reducción en el nivel medio de colesterol sérico en la población. Ha aumentado la actividad física en el tiempo libre. El índice anual de mortalidad por infarto coronario en la población masculina de mediana edad (65 años) en Karelia del Norte se ha reducido más del 50 por ciento. Vale decir, que estamos hablando de más de dos décadas para visualizar modificaciones significativas". En tanto -continuó- "en Olavarría se ha observado una disminución del tabaquismo y podemos pensar que no es casual que también haya bajado la tasa de mortalidad por infarto agudo de miocardio en los 12 años de análisis de los datos".

Riesgos

Por fuera de aquellas campañas que inciden en los hábitos de salud poblacional como las destinadas a promover la actividad física, a disminuir el tabaquismo o a los consumos alimentarios sanos hay otros factores sistémicos relacionados con la inequidad social, por un lado, y con la contaminación ambiental por otro, en donde inciden altísimos intereses económicos que rara vez se tocan desde los poderes políticos.

Desde lo teórico, Bolzán apunta a que "a nivel individual, tener mayores ingresos implica tener mejor salud y menor riesgo de enfermar y morir. Sin embargo, hay cada vez más evidencia de que vivir en una sociedad con alta desigualdad, también aumenta la mortalidad, independientemente de la decisión individual. Análisis empíricos en Estados Unidos para 1990 confirman esta hipótesis: los estados con mayor desigualdad social tienen mayor mortalidad, más allá de la relación observada entre ingreso individual y mortalidad. De manera que lo poblacional no es simplemente la suma de las individualidades".

Luego, opinó que "en Olavarría podemos tomar el caso de las mejoras laborales. La tasa de ocupación aumentó un 35,9 por ciento entre el 2010 y 2013; en tanto que, considerando el jefe de hogar, la tasa de desocupación disminuyó un 25,4 por ciento y la desocupación en jóvenes cayó un 14 por ciento respecto del año 2010. Estas mejoras tienen efecto sobre las capacidades locales de desarrollo".

La salud de los enfermos

Hace más de medio siglo, el gran sanitarista argentino Ramón Carrillo decía que "junto a la historia clínica del enfermo se levanta la historia social del hombre". El mismo que advertía que "el hospital debe ser un hogar y no una antesala de la muerte" era quien planteaba que el gravísimo error de la medicina moderna radicaba en aquello de ocuparse "de la salud y de los sanos", cuando en verdad en lugar de curar al enfermo debería evitar que la sociedad llegara a esa instancia. La inequidad, por un lado, y los altísimos niveles de deshumanización que hacen que se olvide qué hay detrás de un paciente (una persona que ama, que siente, que es querida, que trabaja, estudia, etc., etc.), concluyen demasiadas veces en que así como -a pesar de los códigos y constituciones- no todos somos iguales ante la ley, tampoco lo somos ante la medicina y ante las diferentes patas del Estado.

Cada sociedad muere como ha vivido. Y en ese "como ha vivido" no sólo intervienen los hábitos de vida modificables a partir de las campañas sanitarias que lleguen más o menos a las conciencias individuales, sino que hay otra serie de cuestiones que tienen que ver con los rumbos del poder político y económico. Se podrán mejorar (y de hecho así ocurre) los niveles de vida cuando se promueve la actividad física, se combate el tabaquismo o la comida chatarra, pero hay una pata que difícilmente aparece. Porque tiene que ver directamente con grandes intereses económicos a los que el poder escasamente se les atreve o con los que se asocia para rédito propio.

Después de todo, como tanto repetía Ramón Carrillo, "frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son unas pobres causas".