Claudia Rafael

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Faltaban escasos minutos para las 20. Con su puntualidad proverbial llegó al recinto y se ubicó en el centro mirando cara a cara al presidente del Concejo Deliberante, Julio "Chango" Alem. Esa noche -según relata la crónica periodística- "leyó, habló, gesticuló (muy poco) y se negó a responder, sin esperar ni mirar a nadie". Fue el martes 8 de junio de 2004. Exactamente diez años atrás. El gran protagonista de la noche: el intendente Helios Eseverri. Jamás hubiera podido imaginar que una década más tarde ese hombre al que defendió a rajatabla como su funcionario estaría sentado en el banquillo de los acusados, imputado por delitos que él consideró en esa interpelación -sostenida quijotescamente por el concejal Gustavo Alvarez- como puestos en escena por "pequeños grupos políticos" movidos por "pequeños intereses políticos".

Un decenio más tarde la ciudad que Eseverri concibió como su pertenencia más propia, está a las puertas de un juicio que algún tiempo atrás era imposible siquiera de imaginar. Un juicio que sacudirá telarañas, que obligará a la sociedad a mirarse detenidamente en el espejo y verse estremecida hasta su médula. Que desatará pasiones que sólo pueden ser producto de las tragedias más acabadas.

Diez años atrás, esa interpelación que sólo remitió al rol de un hombre que fue sargento y al que Eseverri elevó -dos décadas después del final de la dictadura- a la categoría de funcionario municipal, todavía sustentaba, para la construcción de la memoria, mucho de tabú. Y así quedó expuesto con enorme claridad ese 8 de junio de la interpelación: el grueso de los concejales se amparó en el silencio, como reflejo de una sociedad a la que tampoco importaba demasiado si un funcionario había o no tenido responsabilidades en delitos de lesa humanidad. (Es decir, "leso" significa lastimado, agraviado y por lo tanto, se trata de crímenes que, por su naturaleza, agravian a la humanidad toda).

Diez años más tarde no todos están parados en el mismo lugar. No sólo por aquello que implica la figura histórica de Helios Eseverri para una Olavarría tironeada entre los intereses que, desde el poder, abonaron una estructura forjada en un cuidadoso olvido y las solitarias víctimas que eran silenciadas o cuestionadas. Sino además (y estos son los vericuetos mismos de los laberintos de la memoria) porque muchos de los que entonces argumentaban que ante las denuncias de que Omar Antonio "Pájaro" Ferreyra hubiera sido partícipe de delitos de terrorismo de Estado debía ser alejado del cargo, hoy sostienen a César Milani como jefe del Ejército a pesar de las fundadas sospechas en su contra. Son extraños los caminos de la vida. Sobre todo cuando, además, uno era un ignoto director de Control Urbano de una ciudad del interior y el otro es jefe del Ejército de la Nación.

Brumas

Hoy, más allá de cualquier otra disquisición y posicionamientos políticos, faltan escasos tres meses y medio para que la Justicia Federal inicie el juzgamiento de cuatro militares que, a través de sus diferentes roles, actuaron en el contexto del Estado terrorista.

Y en esto, más allá de toda la preparación objetiva de las audiencias, hay otros andariveles que tienen relación con lo que la antropóloga e investigadora Sara Makowski definió como bruma de la memoria. Y apelando al pensador alemán Andreas Huyssen se pregunta si son posibles las formas consensuadas de la memoria colectiva. O, en todo caso, si la memoria puede ser una construcción homogénea o va a sostener eternamente una intrínseca heterogeneidad. Makowski analiza que "la memoria se vuelve brumosa, tiene texturas opacas, zonas de olvido, negociaciones complejas con el olvido". Y divide el plano privado e individual del público. En el plano privado "la memoria es una suerte de estado afectivo, fluye como recuerdo, como relato que puede contribuir a suturar el presente del pasado". Y luego advierte que cuando "se desplaza hacia la esfera pública, cuando su carácter es del orden de lo social, puede reificar (cosificar) ciertos sentidos del pasado, potenciar olvidos, disolver sujetos y grupalidades".

Si la interpelación no permitió que fluyera libremente la memoria con sus componentes más hondos, con la generosidad de mirar de frente lo ocurrido en la propia ciudad, con sus propios vecinos, el juicio -por una multiplicidad de razones- obligará a que ocurra.

"El sobreviviente no sólo necesita sobrevivir; también debe contar su historia para poder seguir vivo" (Dori Laub). Pero además, es necesario exponer sobre la mesa social del debate -con un tribunal que observa, escucha, juzga, condena o absuelve- todo el horror para sanar aquello que el silencio sistémico transforma en patología.

Las naciones atravesadas por contextos dictatoriales han vivido procesos de negación que en algunos casos y después de mucha agua corrida bajo el puente, pudieron transformar en relato, asumirlo como palabra y vivirlo en carne viva como paso imprescindible para sanar.

Porque no hay modo de transformar el pasado. La única experiencia posible es modificar la manera de vinculación con ese pasado. Y sólo el tiempo permitirá entender si la sociedad olavarriense está en reales condiciones de transformar ese vínculo.

Pasaron 37 años desde aquellos días. Y 37 años son una vida entera para unos y otros. Fueron 37 años en los que algunas de las víctimas no sólo no fueron escuchadas sino que, además, fueron vapuleadas por manoseos argumentales desde ciertas tramas del poder político local.

Un hecho insoslayable es que nada de lo ocurrido hubiera sido posible sin las complicidades sociales. En algunos casos, facilitadoras desde lo concreto. En otros, aplaudidoras fervientes o divulgadoras de las ideas. Y en otros, hundidas en los silencios que fueron de la mano del "yo no vi", "yo no escuché", "yo no supe" o cerrando la puerta ante el pedido de ayuda. Por presiones, por advertencias, por miedo.

Todo esto y mucho más estará en danza en la ciudad, en los imaginarios colectivos, a partir del 22 de septiembre.

Pero también saltarán a la luz otros misterios propios de la humanidad. Que hacen que incluso, algunos de quienes padecieron lo peor que puede sufrir un ser humano, que compartieron los sótanos de la crueldad, que se abrazaron y lloraron juntos para no morir, llegarán sin mirarse o sin hablarse por pujas políticas nacidas muchos años más tarde.

Tomando como punto de partida el concepto freudiano de que "lo negado siempre retorna", Makowski alude a que es así "en las generaciones, en las familias y en los sujetos". Y concluye que "el trauma es, siempre, la repetición del sufrimiento".

Cicatrices

El 22 de septiembre, el mismo día en que se cumplan 37 años de algunos de los secuestros de jóvenes militantes en la ciudad, el tribunal compuesto por Roberto Falcone, Néstor Parra y Mario Portela comenzará su terrible tarea de juzgar a cuatro hombres imputados del horror. Podrán condenarlos a más o menos cantidad de años de prisión, podrán absolverlos, podrán y deberán hacer infinitas consideraciones sobre lo ocurrido en la ciudad del cemento durante el gobierno militar a cargo de Víctor Portarrieu. Y esto último no es un dato menor. Porque Portarrieu y Eseverri fueron los dos grandes hacedores políticos de la ciudad. El primero, elegido varias veces por la ciudadanía, fue quien llevó adelante el gobierno local durante la dictadura. El segundo, que se vanaglorió de no cargar con sospechas de complicidad sobre sus hombres, abrió las puertas del poder político a un sargento imputado por tormentos físicos y psíquicos y privación ilegal de la libertad.

Pero la gran apuesta no será la del tribunal. Sino la que, a partir del juzgamiento, tendrá la sociedad local. Qué hará con aquello que salga a la luz pública. Cómo tramitará el dolor, la tragedia, los silencios, las dudas, las sospechas, las complicidades. Cómo sanará las cicatrices que permanecieron abiertas por décadas y que, a partir del juicio, necesariamente deberán empezar a ser saldadas.