Daniel Puertas

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Sin olvidar el detalle que doce años atrás el país entró en cesación de pagos porque, simplemente, no tenía los fondos para cumplir con los acreedores, cosa que no ocurre hoy, es improbable que el fallo de un juez neoyorquino esté en reales condiciones de desencadenar un nuevo colapso económico que no sólo afectaría a la Argentina, sino a otros estados soberanos y pondría en jaque a las reglas escritas y no escritas del sistema financiero internacional.

Claro que sí se puede producir si esa resolución judicial genera un pánico que lleva a las personas que deben tomar decisiones a elegir los peores caminos posibles.

En verdad, no sólo se está jugando en la pelea con los buitres el futuro económico del país, sino de unos cuantos países más, incluyendo al de algunos orgullosos europeos. Los buitres comenzaron atacando a empresas en problemas y a los países más desafortunados de Africa y América Latina.

La Argentina es hasta ahora la mayor de las presas elegidas, por lo que si superan este nuevo desafío quedan en la mira Grecia, España y otros países alejados del Tercer Mundo.

Eso por un lado, por el otro también está sobre la mesa el poder que todavía son capaces de ejercer las naciones centrales sobre las periféricas. La cesión de soberanía que implicó aceptar la jurisdicción de los tribunales norteamericanos -responsabilidad de algunos que hoy critican el manejo del Gobierno en este tema- hoy se está pagando caro, aunque finalmente no se le pague a los buitres lo que piden.

En 1984, en los primeros meses del gobierno de Raúl Alfonsín, su ministro de Economía, Bernardo Grinspun, se entusiasmó en privado tras comprobar que buena parte de la deuda externa era ilegítima, soñó con la posibilidad de no pagarla.

La realidad lo desengañó rápidamente. Esa deuda, contraída muchas veces de forma ilegal, donde se incluían millones de dólares que nunca pasaron por la Argentina, era, sencillamente, el derecho de vasallaje que pagaba un país sometido, al que la dictadura militar había entregado de pies y manos al extranjero.

Pocas cosas revelan mejor el ejercicio descarnado del poder como la metodología de negociación de los financistas internacionales, trabajen para especuladores privados, para gobiernos o para organismos multilaterales.

El primer truco es humillar al interlocutor. Aquel funcionario hindú del FMI, Anoop Singh, podía hacer dibujitos en un papel y clavar la mirada en el vacío con expresión aburrida mientras desesperados funcionarios argentinos le rogaban por otra oportunidad.

Los funcionarios del FMI que viajan a auditar a los países endeudados durante años se alojaron en hoteles de lujo, exigían comidas y bebidas cuyo valor podía alimentar meses a cualquiera de las familias pobres de esas naciones en desgracia.

No era tanto para el disfrute de los tecnócratas del Fondo. Era la forma de dejarle en claro a los gobiernos quien tenía el poder. Más allá de las observaciones morales que pueda merecer esta clase de métodos, para quienes lo ejercen se trata solamente de una herramienta de negociación.

Lo primero es poner en situación de inferioridad psicológica al oponente. Hasta donde se sabe, ningún gobierno denunció públicamente esas actitudes o expulsó a los burócratas desalmados, como sin duda merecían.

En la negociación actual con los buitres, previsiblemente, los representantes de los carroñeros usan esa clase de armas, aunque quedaron un tanto descolocados cuando el país depositó los pagos en los bancos intermediarios, incluyendo el de Nueva York.

Ahora hay unos cuantos millones de dólares pertenecientes a los bonistas que aceptaron la reestructuración de la deuda inmovilizados en bancos y un nuevo conflicto judicial en ciernes, pero esta vez sin la Argentina como demandada.

Los buitres, es cierto, son carroñeros. Ellos no fueron los que vampirizaron a la Argentina en su momento y la llevaron a la crisis de 2001-2002. Gobernantes corruptos, incapaces o ambas cosas, usureros internacionales, los poderes centrales del mundo fueron los que cazaron a la Argentina.

Cuando estaba moribunda llegaron los buitres. La madre naturaleza es sabia, pero cruel, llegando a veces a ser una reverenda hija de perra.

Hay depredadores que cazan, carroñeros que se alimentan de las sobras de los grandes carnívoros. Y presas.

Los ciervos, las palomas, los conejos no eligieron serlo.

En la selva humana a veces ser la presa es apenas una cuestión de convicciones y templanza de ánimo. Hay muchos argentinos que hoy quieren para la Argentina un destino de presa y postulan la rendición rápida, sin importar que eso no sólo condene a esta generación de argentinos, sino a la próxima y tal vez unas cuantas más.

A quienes amenaza hoy el tiempo no es al país. Es a los buitres y a los bancos, ya que si la cuestión se demora unas cuantas semanas se vendrá otra catarata de juicios que pondrá en problemas a unos cuantos, entre ellos al propio juez Thomas Griesa, uno de los magistrados con peores calificaciones en su país y cuyo fallo puede llegar a ser revisado por otros pares, aunque no lo hizo en su momento la propia Suprema Corte norteamericana.