Claudia Rafael

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La historia suele tener una pertinaz coincidencia de fechas. Que el mismo 22 de septiembre comiencen las audiencias por dos juicios medulares para la ciudad de Olavarría parece, más bien, una terca burla de la realidad. El punto en común son las torturas. En un caso, como parte de un plan de terror estatal para imponer un modelo socioeconómico. En el otro, como engranaje de esa violencia policial de la que la Bonaerense ha sido diosa y señora a lo largo de las décadas, en un episodio del que no se puede perder de vista una frase clave que dijo escuchar la víctima, Diego González: "dónde está la plata, que repartimos entre los tres".

Será el 22 de septiembre, un día después de que la primavera anuncie su estallido, en que un grupo de hombres se sentarán en el banquillo de los acusados ante los jueces Roberto Falcone, Néstor Parra y Mario Portela, y otro, ante los jueces Carlos Pagliere, Alejandra Raverta y Gustavo Abudarham. Las dos historias que protagonizarán esos juicios ocurrieron en la misma ciudad: Olavarría. Una, 37 años atrás. La otra, hace dos años y cuatro meses.

"Uno acá, en Olavarría, los puede ver (a los torturadores), se los cruza. Creo que no podría hablar con un tipo que sin mediar nada te tortura o te tiene reducido a la servidumbre. Aspiro a que se los juzgue", contó alguna vez Carmelo Vinci, ex desaparecido y luego detenido político por más de cinco años. Y, una vez más las coincidencias temporales, el día en que inicie el juicio por el centro clandestino de detención Monte Peloni, se cumplirán 37 años desde su secuestro. Aquella noche -relató- "creí que había llegado el final. Había mucha neblina, eran las 4 de la mañana. Llego, me acuesto y a la media hora golpean la puerta. Sentía mucha presión esa noche. Mi vieja y mi viejo estaban en casa, me levanté, abrí el postigo y vi un caño que me apuntaba. Cuando abrí empezaron a patear la puerta, a zapatear arriba del techo. Yo no tenía nada en casa, no tenía armas. No me podía defender de nada y hubiera sido una locura. Era todo un despliegue en la calle, la manzana rodeada, en las esquinas...".

Mochilas de vida

Esa otra Olavarría, que hoy parece tan lejana pero que será depositada sobre la mesa del debate oral y público a partir del próximo mes, cargaba sobre sus hombros con otra seguidilla de secuestros. Con todo un universo de jóvenes en esa etapa de la vida de adrenalina y vitalidad, cuando la muerte no suele existir como precepto, pero que se les presentó, de la mano del Estado, como una presencia que los rodeó por años. Había sido ese mismo septiembre de 37 años atrás el mes de la enorme mayoría de los secuestros. De los que algunos, como Alfredo Maccarini, Jorge Oscar Fernández, Graciela Folini, Rubén Villeres, Isabel Pichuca Gutiérrez y Juan Carlos Ledesma nunca volvieron. Otros quedaron destrozados para siempre.

Aquella misma frase de Carmelo Vinci ("no podría hablar con un tipo que sin mediar nada te tortura") se podría fácilmente escuchar en la voz de Diego González. En su caso la historia fue otra. Por empezar, ocurrió en un país diametralmente diferente. Aquellos jóvenes de 37 años atrás luchaban -aún entre esos jirones de oscuridad- por construir otra Argentina. Tenían una utopía. Soñaban con parir otra historia. Aunque en el momento de sus secuestros sólo aspiraban a sobrevivir porque los desaparecedores los esperaban en cada esquina, en cada boliche, en cada bar, en cada salón de clases, en cada trabajo. La de Diego González fue, en cambio, una crónica vital transcurrida en la supervivencia. Sin sueños. Sin palabras ni alfabetos que lo ayudaran a escribir su calvario. Hijo en una familia de 13 hermanos, hundida en la precariedad socioeconómica y emocional, vulnerado y vulnerable, nunca pudo hacer pie para escapar a esa marca de la inequidad. Hacía apenas dos meses que había llegado a la ciudad, pero en su mochila de vida llegó cargado también con los dolores y las cicatrices, con ese alcohol en el que se refugiaba para olvidar. El 12 de mayo de 2012 su gran pecado fue que "simplemente me quedé dormido en una cancha de golf, quedé tomado, me había quedado dormido de la borrachera que tenía, había tomado vino, cerveza y una botellita de ginebra. Me quedé dormido en el club, como daba mal aspecto el de seguridad llamó a la policía y me llevaron a la comisaría. Ahí comenzó el calvario. Todo el tiempo me pedían plata, me tiraban agua caliente y me pegaban en la boca del estómago porque gritaba del dolor, les pedía por favor que no me echen más agua, que plata no tengo. Me echaron una, me echaron como seis o siete teteras, pero estuve prácticamente como una hora, todos los golpes, me exigían plata, me gritaban echale agua...". Los policías habrían confundido a González con un homónimo, presuntamente fugado, que habría cometido un robo por una suma muy elevada de dinero.

Sólo gritar

Los hechos que se juzgarán en la sede de la Facultad de Ciencias Sociales de la Unicén ocurrieron en Monte Peloni, un lugar acondicionado para funcionar como campo de concentración a principios de 1977. Pero que fue habilitado como tal a mediados de septiembre con la caída de una veintena de jóvenes olavarrienses. Allí fueron torturados, masacrados, vejados. "Cuando te dan máquina poco te queda para aferrarte. Lo único que hacés es gritar", decían. En ese paisaje bucólico, de belleza salvaje, rodeado de pájaros y de vida la muerte se había adueñado de todo, bajo el mando de Ignacio Aníbal Verdura, jefe máximo del Regimiento de Tanques 2 hasta diciembre de ese año. Será uno de los juzgados. Los restantes: Omar "Pájaro" Ferreyra, Horacio Leites y Walter "El Vikingo" Grosse.

Los hechos que se juzgarán en el Tribunal Oral en lo Criminal 2 de Azul ocurrieron, en cambio, en la comisaría Primera de Olavarría. Allí los juzgados serán el capitán Néstor "El Nene" Rodríguez y los oficiales Nicolás Manuel y Edgardo Constancio. Y, además, el subcomisario Pablo Blúa, el sargento Miguel Angel Rodríguez y el médico Oscar Briscioli, por omisión de denuncia. Los tres primeros, detenidos en la cárcel de Alvear, fueron reivindicados en asambleas y marchas policiales que clamaban por su libertad.

La misma comisaría Primera ya ostentó tristemente otras historias. Donde fueron llevados jóvenes, en los últimos años, y golpeados duramente. Y donde, más de tres décadas atrás, se produjeron -según declaraciones judiciales incluidas en los expedientes por el juicio de Monte Peloni- "secuestros y detenciones clandestinas de personas jóvenes (...) que no figuraban en Registro alguno y que se ordenaba al personal el máximo silencio, ya que esas detenciones no las realizaba el personal ordinario de tropa, sino que eran efectuadas por personal de confianza del grupo que componían policías locales de alta graduación, militares de la Guarnición local y hombres de la Jefatura de Policía, que generalmente eran comandados por el teniente coronel Filiberto Salcerini".

A unos y otros la tortura los concibió como objetos. Compañera indispensable de los portadores del horror, tuvo en una de sus hijas dilectas a la picana eléctrica, la gran creación de Polo Lugones como jefe de la policía del dictador Uriburu. El que fuera hijo del poeta y padre de Pirí, torturada con el instrumento parido por su padre, a quien ella tanto odiaba (no casualmente se presentaba como "nieta del poeta, hija del torturador").

El 22 de septiembre hará historia. Se juzgarán delitos de lesa humanidad, de humanidad dañada para siempre. Se juzgará el delito de tortura institucional en tiempo presente. Ese día, 24 horas después del inicio de la primavera, será el puntapié para repensar los hilos y las razones profundas y medulares que conectan al ayer con el hoy.