Silvana Melo

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A las 4 y media de la mañana del 17 de julio de 2008 Julio Cobos (hasta su propio nombre se enlazó con el mes ofrendado al César) cortaba con cuchilla filosa el equilibrio institucional del país y todo tembló, en una sacudida sísmica. En la oscura historia de los vicepresidentes en un país golpeado por traiciones, dictaduras e intrigas, Cobos merece un capítulo dorado. Aunque por distintas razones Amado Boudou se está ganando un glorioso pergamino, Eduardo Duhalde, Daniel Scioli y Carlos Ruckauf, entre otros, han sufrido del síndrome del sucesor. En Olavarría, el único episodio traumático llegó, también, de la mano de Cobos: Julio "Chango" Alem, histórico sucesor de Eseverri El Padre, luego heredado por El Hijo, eligió la postura del vicepresidente en momentos en que el campo escrachaba al intendente (entonces kirchnerista) en su casa. La institucionalidad también hizo crack en la ciudad.

Históricamente los sucesores políticos han resultado prenda de desconfianza y la vicepresidencia, de por sí, se ha convertido en un problema institucional, como lo define el periodista José Natanson (El Dipló). Casi invariablemente la fórmula ha generado tensión política interna o bien un conflicto que salpica la salud institucional. En la Argentina el vice se elige en tándem con el presidente y surge de acuerdos políticos que buscan un equilibrio tanto territorial como partidario.

En las provincias el mecanismo es el mismo pero en los distritos, al menos en la provincia de Buenos Aires, se elige un intendente que puede ser reemplazado por el primer concejal elegido en la nómina que encabezó el mandatario. Es decir que es fundamental husmear el primer lugar en la lista cuando se vota a un jefe comunal. En Olavarría, desde el regreso de la democracia hasta hoy, existe una primacía del apellido Eseverri en la titularidad y Alem en la suplencia. Roto recién en 2011 cuando Chango se corre a partir de las diferencias de 2008 pero, fundamentalmente, por los episodios alérgicos que le ha provocado al abogado maratonista la cercanía con el peronismo.

Territorios y partidos

En la prehistoria de las instituciones, el vicepresidente se buscaba como a una pieza que concediera equilibrio territorial en un país naciente y atravesado por los enfrentamientos.

"Se buscaba resolver la federalización de Buenos Aires en el siglo XIX y tratar de equilibrar la asimetría entre Buenos Aires y el resto", escribe Natanson. Por eso se buscaba un nombre del interior y otro bonaerense.

Aparecen, en esta balanza pendular, "Mitre de Buenos Aires, Marcos Paz de Tucumán, Juárez Celman de Córdoba, Carlos Pellegrini de Buenos Aires, Quintana de Buenos Aires, Figueroa Alcorta de Córdoba". Así se va dibujando un delicado equilibrio entre provincias.

Después de la insostenible fórmula Perón - Perón (que dejó la presidencia en manos de María Estela Martínez en un momento catastrófico del país cuando la sangre empezaba a derramarse desde las estructuras del Estado), el regreso de la democracia en 1983 marcó la necesidad del equilibrio entre los partidos políticos y sus diferencias internas.

La fórmula de Raúl Alfonsín y Víctor Martínez, definía la mixtura entre el radicalismo de la renovación y el cambio con el balbinismo conservador de Martínez. De hecho, el vicepresidente siempre resultó una figura entre las sombras a la que tantas veces se le adjudicó una supuesta actitud conspirativa. La fórmula del PJ derrotada en 1983 se componía de una manera similar: Italo Lúder, peronista ortodoxo, ligado inexorablemente con los últimos momentos democráticos del 76 y firmante del decreto de "aniquilación del accionar de los elementos subversivos". Y Deolindo Bittel, tratando de representar un peronismo más moderno y progresista.

En 1989, cuando la elección presidencial llegó en medio del derrumbe (hiperinflación, alzamientos militares, crisis energética), la fórmula Angeloz - Casella unía un antialfonsinista neoliberal y un alfonsinista. Pero también un bonaerense y un cordobés. Y la ganadora, con el escudo del PJ y la foto del General, fue Carlos Menem y Eduardo Duhalde. Un imprevisible del interior, con poncho, patillas y tonada y un bonaerense con aparato, renovador del bando de Antonio Cafiero.

De Menem a la Alianza

Justamente fue Eduardo Duhalde quien planteó el desafío letal al sueño hegemónico de Menem. Fue el gobernador bonaerense quien logró frenar la re-reelección cuando amenazó con un plebiscito en la Provincia, que el menemismo sabía que iba a perder. Por lo tanto, se descartó la ya célebre re-re a la que echan mano todos (los que pueden) porque todos terminan asumiendo sueños de reinado en un país republicano.

El segundo vicepresidente de Carlos Menem fue Carlos Ruckauf. Y se alejó del menemismo para ser el candidato a gobernador de Duhalde, como Duhalde se había ido como niño enfurruñado para ser gobernador de la Provincia. Los dos terminaron mal con Menem. Y los dos dejaron a la estructura institucional sin sucesión directa.

Acaso la peor de las crisis se generó en el país cuando Chacho Alvarez renunció a la vicepresidencia alcanzada en la fórmula de la Alianza. Tal vez fue el tándem donde más marcado aparecía el sesgo ideológico de cada uno, surgida la pareja después de las elecciones primarias entre el radicalismo y el Frepaso. Para quienes militaron con mediano convencimiento en la segunda agrupación (surgida del solitarísimo Grupo de los Ocho diputados que enfrentaron a Menem desde un justicialismo combativo) la figura de De la Rúa como presidente fue un sapo de muy compleja digestión. Y todo terminó mal, muy mal, como podía imaginarse cualquiera que objetivamente pensara en una mezcla entre agua y aceite. El fallecido ex diputado y fundador de la CTA Germán Abdala nunca se hubiera imaginado a Chacho haciendo lobby para el regreso de Domingo Cavallo a Economía.

Scioli, la imagen

Después de la hecatombe político social de 2001, la política ya no tenía que rendir cuentas territoriales ni partidarias. Comenzaba el imperio de la imagen. Los dirigentes no asomaban de elecciones internas sino de encuestas y pruebas televisivas con Bonelli y Silvestre.

El caso de Daniel Scioli es un ejemplo cabal: surgido de la no política, fue un producto de la cultura menemista. Pero supo sobrevivir en el reino de la imagen hasta ser una de las dos figuras prominentes que puede convertirse en Presidente el año que viene.

Néstor Kirchner, desconocido y devaluado candidato a presidente, elegido de Duhalde por descarte, acudió al ex motonauta justamente por una cuestión de imagen: era conocido y su figura atlética, bronceada y golpeada por la crueldad del destino aportaba lo imprescindible en la fórmula.

Pero apenas un par de meses después de asumidos, Scioli habló públicamente de un aumento de tarifas y se mostró contrario a la anulación de las leyes de impunidad. El escándalo fue magnífico y Kirchner le propinó un castigo ejemplar. A tal punto, que hasta hoy el Gobernador se ha cuidado con esmero de sacar los pies del plato con declaraciones públicas. Néstor escuchó a su vice y lo colocó en el freezer durante un tiempo lo suficientemente humillante. Le echó al secretario de Deportes, único funcionario que Scioli había podido colar y no lo recibió en el despacho. Walter Curia (periodista de Clarín) recuerda haberlo visto en la sala de espera (o de castigo) y, después de preguntarle cómo aguantaba la represalia, la respuesta de Scioli fue "peor estaba en el río buscando el brazo".

El bluff Boudou

El peso político de ciertos vicepresidentes no tiene un premio acorde: las atribuciones institucionales son mínimas y, si no les toca asumir, están apenas para tocar la campanita en el Senado. O para un desempate al estilo Cobos. En la mayoría de los casos, se trata de dirigentes ambiciosos, conocidos y de buena imagen que sirven de equilibrio para la figura presidencial. Ante el ostracismo, terminan desafiando a los presidentes y diferenciándose como una manera simple de construir política.

Fue lo que quiso evitar Cristina cuando, en el 2011, eligió a Amado Boudou como vice. Glamoroso, estético, proveniente de la derecha mariajulista, era de extrema confianza y hasta se podía soñar con un sucesor moldeado especialmente para que Cristina gobernara en las sombras en 2015.

Con la impunidad que concede el poder, atravesado por la corrupción, a Boudou lo sorprende el 2015 bajo proceso penal y con la imagen devastada.

Otro vice fallido. Y ningún final feliz para las parejas políticas de los últimos cuarenta años.

Cleto - Chango

Julio Chango Alem ya había sentado su postura en la apertura de sesiones ordinarias del Concejo, en abril de 2008. Re - reelecto en octubre de 2007 con Eseverri - Scioli - Cristina en la boleta, el conflicto con el campo aceleró su rechazo a cualquier olor que le supiera a peronismo y dejó clarita su posición chacarera y estanciera en una sesión donde la estrella debía ser el Intendente. Que entonces era rabioso K y había recibido la promesa de un megaplan de obras públicas para asegurar su lealtad.

La ruptura (que muchos creen que fue tan sólo para "la gilada") se evidenció en julio -Alem también es Julius-, cuando Cobos, en la madrugada del 17 de julio, habló nerviosa y pausadamente en el Congreso como presidente del Senado. Debía desempatar el 36 a 36 en que se había empantanado la sesión después de 18 horas de tratamiento de la resolución 125 que determinaba el carácter móvil de las retenciones al campo y que desató uno de los conflictos de intereses más profundos y peligrosos de la democracia reciente.

Cobos era el vicepresidente de Cristina Fernández, en nombre de una concertación intentada con los radicales K, rémora de la transversalidad que a Néstor le había fracasado estruendosamente. Era muy costoso el precio de recolectar votos radicales con una fórmula conjunta. Cobos no pudo con su naturaleza y generó un voto contrario al que esperaba el Gobierno y por el que había sostenido en clímax una disputa que desabasteció al país y lo bañó de incertidumbre.

"La historia me juzgará", dijo. Y redondeó: "mi voto no es positivo". No dijo "voto en contra" o "mi voto es negativo". Tenía la boca pastosa y la garganta seca. Y buscó la forma menos ruidosa de definir una decisión que lo dejaría durante tres años en la situación política más incómoda que se recuerde.

En Olavarría, Julio Alem adhirió a la postura de Cobos. Y se convirtió en su émulo local. Alem era el sucesor directo de José Eseverri. Y aparecía como el hijo político más claro del intendente fallecido. Más que José. Hasta 2009 se dedicó a visitar barrios, a probar cómo lo recibían, se reunió con Cobos vía (el entonces diputado nacional Rubén) Lanceta y con Duhalde vía (el ex diputado provincial Daniel) Basile. Mientras Eseverri trataba de mantener en pie su kirchnerismo maltratado.

En 2011 José ganó la intendencia por las suyas. Y Alem desapareció de la escena política.