Te lo digo por tu bien
Peralta se tomó su tiempo antes de llamar a la puerta de los Grimaldi. La noche anterior, tras deambular por la ciudad hasta muy tarde, había regresado a su casa con la cabeza baja y una docena de disculpas en los labios para evitar que su querida Eulalia no lo amonestase. Había estado a punto de meterse en un bar y beber hasta ahogar en una botella de ginebra la rabia que sentía debido a la maldita nota que Madariaga había publicado en el diario; sin embargo, cuando estaba a punto de entrar al local de la calle San Martín en donde solía ir a emborracharse, desistió de hacerlo. No supo discernir si fue para no causarle otro disgusto a Eulalia o porque llevaba a Gardelia en sus pensamientos. Y ahora se encontraba allí, parado frente a la casa de los padres de Alcira para indagar sobre su pasado. Trató de recordar la última vez que había hablado con ellos y descubrió que no los veía desde el funeral de su prometida. Ellos no se habían preocupado en mantener el contacto, seguramente porque lo culpaban de no hallar a su asesino y él, quizá buscando alejarse de todo lo que lo lastimaba en el peor momento de su vida, tampoco los había ido a visitar.
Un bocinazo lo apartó de sus pensamientos y le dio el coraje necesario para sujetar la aldaba con fuerza. Cuatro golpes rotundos a la sólida construcción de madera bastaron para ser atendido. Quien abrió la puerta fue Dante Grimaldi, el hermano mayor de Alcira. Después de vencer la gran sorpresa de verlo allí, por fin lo saludó.
-¡Martín, esto sí que no me lo esperaba! -comentó con cierto sarcasmo. -¿A qué viniste?
-Hola, Dante -respondió Peralta haciendo caso omiso a su tono burlón-. Estoy aquí en calidad de policía...
-¡Eso sí que es una novedad! -se jactó su ex cuñado apoyándose en el marco de la puerta-. En todo este tiempo ni siquiera te has dignado a venir a ver a mis padres para contarles cómo va la investigación... Lo poco que hemos sabido, ha sido gracias al periodista ese que escribe en el diario. Supongo que amigo tuyo no es, por la manera en la que se expresa de vos.
El comisario Peralta prefirió no contestarle. Tenía derecho a estar enojado con él, pero estaba allí para subsanar sus errores del pasado y nadie le impediría hablar con los padres de Alcira. Ni siquiera un sujeto tan altanero como Dante Grimaldi.
-¿Puedo pasar o tendré que venir más tarde?
Dante se hizo a un lado y le dio el espacio suficiente para atravesar la puerta.
-Mi padre se encuentra en el salón, escuchando la radio. Mi madre está en la cocina, preparando el almuerzo -le anunció mientras lo conducía a través del patio interno de la casa. Seguía casi todo igual. Incluso el viejo banco de madera en donde Alcira y él se sentaban a conversar cada vez que la visitaba estaba allí.
Alberto Grimaldi, curioso de saber con quién hablaba su hijo, se asomó por la puerta. No hubo sorpresa en su semblante. Apenas descubrió de quién se trataba, arrugó la frente y se acomodó los anteojos sobre el puente de la nariz con nerviosismo.
-Papá, Martín quiere hablar contigo y con mamá.
-Buenos días, don Alberto. -Peralta sonrió, pero solo recibió una mirada hostil del hombre que había estado a punto de convertirse en su suegro.
-Usted no es bien recibido en esta casa y lo sabe -zanjó, dispuesto a encerrarse nuevamente en el salón para seguir escuchando la radio.
-Créame que si he venido hasta acá después de casi un año es por un asunto importante... se trata de Alcira.
La mención del nombre de su hija, evitó que se marchara y dejara al comisario con la palabra en la boca.
-Hable -lo exhortó con un gesto severo.
Martín Peralta comprendió que no iba a invitarlo a pasar al salón, ni siquiera a sentarse, por eso, lo mejor era ir directamente al grano.
-Ha surgido una nueva pista en el caso y por eso he venido. Necesito saber si Alcira se estaba viendo con alguien más antes de su muerte. Una fuente fiable asegura haberla visto en un sitio, acompañada de otro hombre.
-¿Quién ha inventado semejante mentira? ¡Mi hija solo tenía ojos para usted, comisario! ¡Estaba muy ilusionada con la idea de convertirse en su esposa! -saltó don Alberto, indignado.
-¿Dónde la vieron? -preguntó Dante, un poco más calmado que su padre.
-Ese dato no es relevante ahora -respondió Peralta. No quería empeorar la situación, contándoles que había sido en un cabaret. -Solo importa averiguar si es posible que tuviese un conocido o algún amigo con el que acostumbrase a salir.
Dante Grimaldi negó con la cabeza.
-Los días previos a su muerte corría de acá para allá, ultimando los detalles de la boda. Vos deberías saberlo mejor que nadie.
Peralta lamentaba que su visita resultara en vano. Aunque había llegado hasta allí con la esperanza de descubrir por fin la identidad del misterioso hombre que había sido visto con Alcira, era posible que ni los padres ni su hermano estuviesen al tanto de sus andanzas.
-¿Qué hay de sus amigas? -Necesitaba aferrarse a cualquier pista para seguir adelante con la investigación-. ¿Nunca mencionaron a nadie?
-Busque a Teresita Ugarte. Si hay alguien que sabía en qué estaba metida mi hija, es ella.
Peralta se volteó al escuchar la voz de Mónica Grimaldi. La madre de Alcira, más avejentada, pero con el mismo brillo en la mirada de siempre, lo saludó con un leve movimiento de cabeza y tras darse media vuelta, regresó a la cocina.
-Ya oyó a mi esposa, comisario. Vaya a ver a esa muchacha y a nosotros déjenos en paz. -don Alberto le apuntó con el dedo-. No regrese hasta que no tenga el nombre del asesino de mi hija.
Martín Peralta y Dante Grimaldi se quedaron en silencio, con la vista clavada en la puerta que acababa de cerrarse.
-Será mejor que te vayas, Peralta -dijo el hermano de Alcira, indicándole la salida. Parecía que tenía más prisa que su padre en que él se fuera. -Te lo digo por tu bien.
El comisario asintió. Ya no tenía nada que hacer en ese lugar. Aun así, tomaría en cuenta las palabras de Alberto Grimaldi y volvería el día que consiguiera meter al asesino de su hija tras las rejas.