"La experiencia en Cuba comienza a principios de los años 90, teniendo en cuenta las necesidades energéticas difíciles, y hubo que ingeniárselas para seguir funcionando sin el petróleo. La política del Estado fue buscar soluciones por donde fuera, entonces surgen los molinos de viento, los paneles solares y los biodigestores", explica.

La primera generación, propia de las experiencias asiáticas, fue con sistemas bajo tierra (soterrados) y de manera muy rústica, por lo cual los resultados eran relativamente ineficientes. La segunda generación tuvo su centro en Brasil y Estados Unidos, de mucha eficiencia productiva pero con un altísimo costo por la gran cantidad de acero inoxidable y otros materiales costosos utilizados para su fabricación.

La tecnología que implementa el equipo que integra Beato Castro pertenece a una tercera generación, con biodigestores que funcionan en serie, soterrados y protegidos para evitar transferencias o perdidas de temperatura. Estos sistemas tienen un bajo costo relativo y se construyen con materiales disponibles en el mercado local, ofreciendo asimismo muy buena eficiencia de producción.