"Un poema sinfónico es buscar una idea literaria que uno quiera transmitir a través de la música"
"Aguará Guazú" se llama la obra que Jesús Cañete compuso en sólo 20 días y que entrecruza la mitología argentina con la protección de un animal en peligro de extinción. Este domingo, la Orquesta Sinfónica Municipal la llevó al escenario del Teatro Municipal en la Velada de Gala.
Por Rodrigo Fernández - [email protected]
"Hago música porque es la manera en que puedo ordenar las cosas que siento y pienso", dice de entrada Jesús Cañete. Está ansioso y feliz porque finalmente hoy el poema sinfónico que compuso se podrá disfrutar en el Teatro Municipal como parte del concierto que brindará Orquesta Sinfónica Municipal por los festejos del 83 aniversario de la gran sala cultural. Pero además se ejecutará el "Concierto para violín y Orquesta" (Op. 64) de Félix Mendelssohn, que contará con el joven solista Juan José Kunert en el violín, quien debutará internacionalmente a sus 13 años. Luego se interpretará la "Sinfonía N° 4" (Op. 60) de Ludwig van Beethoven.
" `Aguará Guazú' lo escribí este año, en abril, y el 5 de mayo lo terminé. Fue una obra donde fluyó muy rápido en la escritura. El proceso lo disfruté un montón realmente. No era una obra que tenía pensada escribir porque recientemente, en noviembre del año pasado, terminé de escribir una sinfonía que se estrena este año. Pero no dejé de investigar y de leer y de buscar", cuenta el músico y compositor.
Fue en esa búsqueda que se cruzó con "la leyenda mitológica del lobizón argentino, del séptimo hijo varón que se transforma en lobizón en las noches de luna llena. Dentro de ese mito muchos se lo atribuían al aguara guazú y por eso tan perseguido y lo mataban por esta razón" y así "empecé a escribir un texto en el cual mezclaba esta idea del lobizón argentino con su transformación en una especie de lobo que era el aguará guazú. En esa fatiga, en ese cansancio, esa persecución, finalmente consigue una metamorfosis final y definitiva donde se transforma en el aguará guazú y en una forma de representación divina llega a la tierra, pero no para hacer maldad".
"Mi forma de componer es muy programática, porque propongo un programa en el cual baso una escritura que voy diseñando como un hilo temporal y desarrollando las ideas muy de a poco y consciente de cómo lo quiero transmitir", señala Jesús Cañete.
"La obra empieza representando el trastabilleo de este séptimo hijo varón en los pastizales en una noche de luna llena. Entonces se van a escuchar en los violines, en las cuerdas, se van a escuchar los trastabilleos en unos cinco octavos, la luna llena representada por los vientos y la transformación de esa lucha por mantener su humanidad representada por los metales", explica, y comenta que "esto se va a ir mutando y atravesando la obra".
Sobre el proceso de creación explica que "en el transcurso de la composición tenía ideas vagas y sabía de lo que estaba hablando y qué era lo que estaba representando. Pero finalmente lo ordené en palabras hace muy poco y ese es el texto que me dio definitivamente la representación del poema sinfónico. La obra se termina de culminar también con una representación gráfica. Haciendo una búsqueda también sobre el aguara guazú me encuentro con el ilustrador tandilense Salvador Barja Villabona". Así, su obra también su sumó a la creación de Jesús Cañete, con el objetivo de llevar el mensaje de "que hay que proteger al aguará guazú porque es un animal que está en peligro de extinción".
Un pequeño compositor curioso
"Empecé a estudiar piano a los 12. Inmediatamente me empezó a dar curiosidad, qué había atrás de la partitura que estaba tocando, quién la hizo. Entonces yo le preguntaba a mi profesora Graciela Rossi de dónde, quién hacía esto, quién lo escribía y claro había un compositor detrás de eso", recuerda. Luego su profesora le presentó a su padre, el compositor Alfredo Rossi, y a los 14 años se metió de lleno a componer. "Con él estudié algo de composición y en el Conservatorio fui aprendiendo teoría. Ya empezaba también a escribir mis piezas para piano. Eran bastante vagas, no escribía figuras rítmicas, simplemente ponía alturas en el pentagrama, pero con eso ya podía plasmar las ideas y guardarlas, tener un registro de lo que estaba creando. Después a partir de los 15 ó 16 años ya las partituras esas las empezaba a poner ritmo, ya empezaba a aprender a escribir mejor. A los 18 ó 17, con la ayuda de Alfredo Rossi, empezaba a escribir obras sinfónicas. Había escrito también música de cámara", señala.
"Ya cuando me vine a Capital a estudiar composición, el conocimiento que tenía y todas las obras que había compuesto me permitieron hacer la carrera de composición con mucha más facilidad. Tenía material y cosas con las que había trabajado previamente y experimentado mucho", explica, y comenta que finalmente la carrera que había comenzado quedó trunca "porque empezó a salir mucho trabajo de pianista acompañante, de concursos, de conciertos, etc. Entonces tuve que empezar a priorizar el trabajo. Pero la composición jamás la dejé, como tampoco de estudiar por cuenta propia".
Su primera obra orquestal se estrenó cuando tenía a los 20 años con la Orquesta Sinfónica. Se llamaba "La procesión" y era un relato sinfónico, donde contaba una pequeña historia, una pequeña imagen que era lo que representaba la música".
"La forma de composición de un poema sinfónico es libre. La forma finalmente se le da el compositor en base a una idea literaria que salir de un libro o de creación propia. En este caso fue en base a una investigación, llevarlo a la orquestación y empezar a darle forma", dice el músico olavarriense, y comenta que "toda esta búsqueda es apasionante. Una vez que ya tengo todo estructurado, tengo toda la forma, ya sé dónde moverme, tengo el espacio donde poder expresarme, donde poder expresar estas ideas con total libertad. Entonces, empiezo a buscar colores en cuanto a la combinación orquestal, en cuanto a las ideas motívicas, qué representa para mí la luna llena, qué representa para mí el pastizal, qué representa para mí la transformación y la metamorfosis misma de estos elementos. El proceso es largo, por lo general me lleva mucho tiempo, o por lo general a veces va cambiando", dice y comenta que el poema sinfónico le llevó sólo 20 días.
"En ese proceso de búsqueda también hay que mantener una coherencia en el discurso temporal, porque la obra de pronto es una obra grande y tiene que mantener tanto el interés del espectador en ese juego de tirar y de aflojar constantemente con la sorpresa o dar a entender algunas cosas que se puedan predecir musicalmente".
"En síntesis, componer un poema sinfónico es buscar una idea literaria que uno quiera transmitir a través de la música", afirma y señala que para la creación musical "hago muchos bocetos, tanto en el piano como directamente en la partitura orquestal, experimentando sonoridades, cosas que para mí representarían tal momento".
"Escribo por lo general en la plantilla orquestal donde voy combinando los colores musicales, de instrumentos distintos, consiguiendo distintos timbres por secciones. Eso me permite a mí más allá de la idea musical, ir expresándolo con distintos tintes".
Felicidad y melancolía en partes iguales
"Siempre vivo con mucha ansiedad los momentos previos a que se estrene una obra", confiesa y agrega que la ansiedad se intensifica cuando la fecha se acerca "porque creo que el hecho de que está fuera de mi poder, está en el poder del director hacer sonar lo que yo escribí. Es una responsabilidad de mi parte".
"Haber hecho el trabajo bien y que sea claro para los músicos como para él también y placentero para todos, tanto para el director como para los músicos, hacer esta música y que suene por primera vez, lo que significa un estreno y más allá de eso, me da mucha felicidad y ya tengo ganas de estar ahí, escuchando la orquesta, haciendo la música de uno", afirma.
"En el momento que se estrena una obra, que yo lo he vivenciado, siempre me pasa esto de ver a la gente escuchando lo que uno escribió, ver a tanta gente tocando lo que uno escribió en la intimidad, en ese proceso de búsqueda y de exploración, sentís que por fin nació aquella idea que estaba encerrada en tu cabeza", describe y agrega que "toma forma toda esa cosa abstracta por fin y sale a la luz. Y ya deja de ser de uno, ya deja de ser mía, ya es parte de todos a partir de que empieza a sonar".
Para el músico olavarriense, "una vez que se termina el estreno, una vez que termina la obra, siento un poco de vacío, también un poco de alegría mezclada con angustia o melancolía", confiesa.
"Es la como la idea del hijo que se va de casa, que se va de mí y sale para ser conocido por todos, por el resto", dice. Sin embargo, también afirma que es un momento que "se vive con mucha ansiedad, mucha alegría, una mezcla de cada cosa. Pero yo soy muy feliz", concluye.