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El informe de la ONU sobre cambio climático pasó bastante inadvertido en la Argentina: cayó en medio de la campaña electoral, cuando las disputas de poder eclipsan los temas importantes. Fundamentalmente, el sufrimiento de las gentes. Los datos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) esbozan un panorama sombrío para el planeta en el corto plazo. Y este territorio de los pies del mundo no discute ni difunde temas ambientales que vayan más allá de un calentamiento global que siempre parece obra de una mala providencia. Un país sometido a 500 millones de litros de agrotóxicos anuales, la transgénesis como base de las exportaciones, la tala indiscriminada fundante del monocultivo de commodities, la desertificación como consecuencia del agotamiento del suelo, la megaminería contaminante y la fractura hidráulica (fracking) como forma de explotación de hidrocarburos no convencionales (que son los que quedan). Todo esto es la base de la economía argentina, un rompecabezas armado por el poder económico y las multinacionales.

Mientras se hace viral un video donde la gente cruza caminando de orilla a orilla el río Paraná seco de toda sequía, recuerda la periodista ambiental Marina Aizen: "un día de 1986 que en Washington hacía paradójicamente mucho calor, más que el de costumbre, el científico de la NASA James Hansen advirtió ante un panel del Congreso que la temperatura terrestre se estaba calentando peligrosamente. El motivo, les dijo, era la acumulación de dióxido de carbono (CO2) que resulta de la quema de petróleo, gas y carbón. Desde entonces, la industria no ha hecho otra cosa que sembrar dudas sobre esta afirmación para convencer con sus cánticos a poderosos lobbies económicos y políticos y retrasar la acción". El resultado, 35 años después, es el diagnóstico del IPCC: un planeta con "daños irreversibles". De ésos que no tienen vuelta.

Lo que vendrá

El mismo Ministerio de Ambiente de la Nación, sin conciencia del problema ambiental propio originado en el extractivismo (el sistema de agotamiento de los recursos naturales por codicia) habla de lo que vendrá en el futuro en el espacio de vida que implica al centro del país: "aumento de la frecuencia y duración de las olas de calor, presiones incrementales en la infraestructura existente, por ejemplo, en la limitación de la distribución eléctrica en momentos de alta demanda, pérdidas en la actividad agrícola ganadera por inundación o sequía, afectaciones ecológicas, turísticas, residenciales y de infraestructura por erosión costera y aumento del nivel del mar, daños incrementales en la infraestructura y en viviendas ubicadas en zonas bajas e inundables por precipitaciones extremas de corta duración". La respuesta oficial ante esta realidad, lejos de ser un cambio de paradigma, pone en marcha un trigo transgénico que resiste a la sequía.

Desde 1960 se duplicó la cantidad de días al año con olas de calor, "en particular en las regiones próximas a la ciudad de Buenos Aires", dice el Ministerio cuya cara visible es Juan Cabandié. Eso significa que el conurbano será cada vez más inviable para cualquier intento de vida humana sustentable.

Los hidrocarburos (gas y petróleo) son los más destructores del planeta. Y desde hace 35 años no hay intentos serios de alternativas energéticas. Los convencionales se acaban y hay que explotar aquellos que están insertos en las piedras, a través del fracking, que utiliza millones de litros de agua, la devuelve contaminada y genera movimientos sísmicos en los alrededores. El proyecto Vaca Muerta se inscribe en esa falla estructural.

La destrucción en el planeta no permite regreso para "las masas polares, los glaciares, el nivel del mar o, por caso, el aumento de la temperatura. Se destruyeron en dos siglos complejísimos sistemas terrestres que necesitaron de millones de años para existir", dice Aizen. Todo lo que se puede hacer es ralentizar, evitar que avance desaforadamente. Pero para eso hay que tomar medidas fuertes que el capitalismo feroz no está dispuesto a asumir porque no acepta perder un ápice de rentabilidad. A pesar de que cuesta la vida. Y se sabía desde hace 35 años.

Otra producción es posible

Es una falacia decir que el cuidado del ambiente (ambientalismo bobo, le dicen los voceros del establishment) se enfrenta al desarrollo: hay otras maneras de producir, claramente. Hay otras formas de generar energía sustentable. Alternativas que implicarán menos ganancias para concentrar y más vida para acumular. Depende de las prioridades que cada uno valorice.

La producción agroecológica sin agrotóxicos ni transgénesis es posible. 5.000 hectáreas de agroecología en Guaminí y 20.000 en Lincoln lo demuestran, bajo el asesoramiento del ingeniero agrónomo Eduardo Cerdá, hoy Director de Agroecología de la Nación. Un contrasentido en el país donde gobiernan la tecnología agropecuaria y las macroempresas (nacionales y multinacionales) que superan las grietas y trascienden los gobiernos.

El modelo de producción imperante asocia al estado con la concentración económica: la exportación de commodities (soja transgénica en su mayoría) ha enriquecido a los grandes productores en las última dos décadas y ha sostenido con divisas provenientes de la salida de materia prima a los gobiernos sucesivos. Los gobiernos, tímidamente, han conseguido sostener un porcentaje más o menos importante de retenciones para intentar usufructuar al menos un mínimo de esa ganancia, cuyas migajas a veces se transfieren a la supervivencia de los sectores más postergados.

Soja y desnutrición

El avance de la frontera agropecuaria para la cría vacuna y la siembra de soja es una fuente de emisiones, de agotamiento de la tierra, de ruptura de la biodiversidad. Pero además, el cultivo del forraje para los animales del primer mundo –es eso la leguminosa en las grandes extensiones- se vende como panacea para la victoria sobre el hambre. De la supersopa del duhaldismo y la soja en los comedores populares en un país arrasado por el neoliberalismo, pasaron casi veinte años. A pesar de todo lo estudiado, lo vivido y lo demostrado, la provincia de Buenos Aires, a través de su Ministerio de Asuntos Agrarios, produjo madalenas (muffins les dicen) con sabor a dulce de leche y vainilla, hechas con trigo y soja. Un alimento super proteico, dicen. Como el 98% de la soja que se produce es transgénica, ésa será la soja de los muffins. Atravesada por agrotóxicos, especialmente su compañero inseparable, el glifosato. Que irán directamente a los cuerpos de los niños.

El otro dato, saludado calurosamente por ciertos sectores, es que las madalenas de soja bonaerenses fueron testeadas en 30 niños de la etnia wichí de Santa Victoria Este, Salta. La zona más pobre del país, donde los niños se mueren los veranos de malnutrición y deshidratación. Porque no hay más monte ni hay más aguadas.

La soja no es apta para el consumo humano. Lo dijo la Sociedad Argentina de Pediatría en el 2002: no la pueden consumir los niños de 2 a 5 años porque genera "alteraciones hormonales". Un año después, a siete de la entrada de Monsanto y la transgénesis al país, el médico entrerriano Darío Gianfelici, en su consultorio del gran Paraná, observó una mudanza en el perfil sanitario de sus pacientes, coincidente con la profusión sojera en los comedores. "Noté problemas en los nacimientos, cáncer en personas de menos de 40 años, esterilidad, labio leporino, malformaciones", dijo a Agencia de Noticias Pelota de Trapo. Y no sólo: "en los primeros años, cuando los productores llevaban soja a los comedores escolares, la cantidad de hormonas hacía que los nenes tuvieran desarrollo mamario y las nenas comenzaran a menstruar aceleradamente".

Entre los wichí de Santa Victoria Este la mortalidad infantil supera el 17 por mil y en los menores de 5 años, sube casi al 32 por mil. La media nacional no alcanza al 10 por mil.

La desnutrición y la mal nutrición de los niños no se soluciona con soja. Sino con una alimentación saludable y variada, con acceso a las frutas y verduras sin veneno, lejos del ultraprocesamiento industrial. La soberanía alimentaria es un concepto fundacional.

Mientras tanto, los desmontes indiscriminados dejan sin freno a la lluvia y a los rayos ultravioletas. La tierra padece y duele. Sin que exista una conciencia en el poder de que la crisis ambiental es igualitaria. No habrá, salvo el proyecto de Jeff Bezos de mudarse al espacio exterior, cómo huir del desastre.