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No se puede predecir cómo serán analizadas dentro de 100 años las noticias de estos tiempos. Aquellas que hablarán de la pandemia o de los más de 280 feminicidios de este año. En todo caso, lo que sí se puede es viajar un siglo atrás para descubrir aquellos hechos que sacudieron a la sociedad, que la tuvieron en vilo e, incluso, indagar en modos de vivir y de morir.

Más de cien años atrás, las presiones de quien en 1922 se transformaría en el segundo presidente radical de la historia a la cantante de ópera Regina Pacini no eran percibidas como acoso, tal como se las podría ver hoy. Marcelo Torcuato de Alvear –cuenta la historia- quedó prendado de esa soprano ligera nacida en Lisboa, cuando la escuchó en "el Barbero de Sevilla" y no pudo más que llorar. De ahí en más, no hizo otra cosa que perseguirla por cuanto teatro europeo ella pisase, hacía llenar de rosas blancas y rojas su camarín y compraba todas las entradas para ser su único espectador. Intentar regalarle anillos costosísimos a pesar de los rechazos sostenidos de aquella joven nacida el 6 de enero de 1871, hija de una andaluza y de un italiano director escénico y autor de casi un centenar de óperas, eran parte de aquellos avances sistemáticos.

Tampoco hoy sería vista con buenos ojos la determinación de aquel dandy oligarca -nacido en una de las familias más ricas del Buenos Aires del siglo XIX- de conminar a esa joven cantante portuguesa a abandonar su carrera y la mansa aceptación de ella de hacerlo para casarse con él. Regina era una cantante selecta. Gobernadores, reyes, fervientes seguidores de la ópera se contaban de a ramilletes entre sus admiradores.

Contra viento y marea y la oposición férrea de las familias de los dos, finalmente se casaron. Los Alvear la resistían por ser Regina Pacini una mujer del espectáculo. Los Pacini, porque eran artistas de la ópera y sólo deseaban que su hija continuase en ese camino que parecía cincelado para ella.

Huellas familiares y la crónica roja

Algunos años pasaron desde esa ceremonia secreta tras la que permanecieron viviendo años en Europa, hasta que Marcelo T. de Alvear fuera elegido presidente de la Argentina. La historia va y viene con anécdotas y nombres que se repiten en el tiempo. El procurador general de la Nación nombrado por Alvear sería Horacio Rodríguez Larreta, tío abuelo del intendente de CABA, que convalidó la acordada de la Corte que legitimó el golpe del dictador José Félix Uriburu contra Hipólito Yrigoyen.

El triunfo de Alvear para la Nación tendría su correlato en Olavarría. En el libro de los 100 años de El Popular, José María González Hueso escribía: "Todas las elecciones realizadas en 1922 fueron ganadas por la UCR. En Olavarría triunfaron tanto Alvear para la presidencia como Cantilo para la gobernación a principios de año como los candidatos a concejales a fin de año. En esos comicios, incluso el segundo lugar fue para una fracción, la Juventud Radical, escindida de lo que todavía no era ´el viejo tronco´ y que se encocoró ´con los que se han infiltrado en el partido´".

Regina Pacini, en tanto, interpretaría con maestría sus óperas con un piano de cola que se había instalado en la Casa Rosada en eventos para los más cercanos. Su carrera artística quedó definitivamente en el pasado al dar el sí en la ceremonia nupcial. A casi medio siglo de su muerte, hoy Regina es recordada por gran una obra: la Casa del Teatro, que impulsó y en la que obtuvo el apoyo de Alvear. Un lugar en el que residen casi 40 artistas sin un lugar en el que vivir. Y, en el mismo edificio, el teatro que lleva su nombre sobre la porteña avenida Santa Fe.

Por estas tierras, en Parish exactamente, integrantes de las clases altas se verían en esos años envueltos en escándalos de la crónica roja. El estanciero Mateo Banks destruía las vidas de ocho integrantes de su familia y trabajadores de las estancias en las que vivían. A pura estricnina y balazos Banks copó las páginas de los diarios locales, regionales y nacionales de la época en una historia retorcida al punto de que un diario sueco llegó a describir a Banks como "el jefe de una tribu de antropófagos que mató a sus parientes para comerles el corazón porque no encontró animales en los bosques" (Libro de los 100 años).

Mientras Banks asesinaba a ocho personas (crímenes que lo tuvieron 25 años preso) y Marcelo T de Alvear estaba en pleno cierre de su campaña presidencial, en una "sencilla pero hermosa fiesta inaugural", se abrían las puertas de lo que alguna vez fue el Banco de la Edificadora. Con banda de música, discursos y comilona. Todavía no había elecciones directas para el cargo de intendente y el Concejo elegía para ese puesto al director de la Escuela Normal que, por incompatibilidad de cargos, decidió no aceptar y asumió en su lugar, Ramón Rendón. Con un déficit financiero municipal que lo puso en el incómodo lugar de utilizar una filosa tijera para talar el presupuesto: recorte de sueldos, anulación del alumbrado en determinados lugares, disolución de la banda de música, entre tantos otros. Medidas que lo enfrentaron al HCD y derivaron en su renuncia y, poco después, en su retiro a Buenos Aires. En la memoria, sólo quedó como calle.

De la bonanza al final

Eran, los de 100 años atrás, los años de bonanza económica para el país. Por fuera de las persecuciones a inmigrantes anarquistas y socialistas, de los crímenes durante la huelga de los trabajadores del quebracho o de la reciente represión en la Patagonia trágica que derivó en la ejecución de unos 1500 obreros, fueron los años de la opulencia financiera. En los que, en un sello que tendría continuidad familiar hasta el presente, los hermanos Mauricio y Sara Braun (tíos abuelos del jefe de gabinete de Macri) se alzaban con un millón y medio de hectáreas que incluían más de un millón 200.000 ovejas en esa misma Patagonia.

En tanto, Regina Pacini asistía con una concurrencia sarmientina a las funciones del Teatro Colón, inaugurado en su ubicación actual en 1908.

Inimaginable hoy ver a Alberto Fernández rodeado de jóvenes escritores para lecturas poéticas en alguno de los llamados bares notables como se lo solía encontrar a Marcelo T. en el Tortoni junto a poetas como Borges o González Tuñón.

Crónicas de reconstrucción de la época recuerdan a Regina cruzando en una pequeña barca el río de la Plata para llevarle comida y ropa al amor de su vida preso en un barracón de la isla Martín García, por las traiciones de Agustín P. Justo. El mismo penal al que la dictadura de Uriburu llevó a Hipólito Yrigoyen y que, años más tarde, encontraría a Perón detenido en un episodio medular en la historia nacional que derivó en el mítico 17 de octubre.

Alvear no alcanzó a ver ese tramo de la historia de reconocimiento a los derechos de los trabajadores que, probablemente, le hubiera erizado la piel en una alergia de raíz política. Murió antes. Había dilapidado casi toda su riqueza en una vida de placeres pero también en la inversión para el sostén de su carrera política. Le quedaban pocas propiedades, un auto y un capital de 150.000 pesos, menor aún, al déficit que obligó a Rendón -20 años antes- a reducir la planta municipal y que lo llevó a la renuncia a su cargo.

Fue el 23 de marzo de 1942, en que, de la mano de su amada Regina murió de un ataque cardíaco.

Ella lo sobrevivió 23 años más. Cuando murió, el lugar de la mujer ya era otro en el mundo político, artístico y social. Corría 1965 y en Olavarría, asumía su banca Dina Pontoni, la primera mujer concejal.

El 23 de cada mes, Regina llevaba a la tumba de Marcelo Torcuato, en el cementerio de la Recoleta, un ramo enorme de rosas blancas y rojas, como las que él le regalaba a ella antes de cada una de sus actuaciones en los teatros europeos.

Cuentan las crónicas de la historia de esos días que le hablaba, en soledad, a quien había sido el amor de su vida mientras derramaba unas lágrimas sentadita, con más de 80 y de 90 años frente a la bóveda de la familia Alvear.