Ser indiferentes significaría para nosotros ser moralmente insensibles o criminalmente egoístas. Los que así se definan serán aquellos que han dejado de ser jóvenes y se conforman con haber encontrado la seguridad en el número, la felicidad en el anonimato y la dignidad en la rutina.

No nos une una bandería política ni religiosa, sino una actitud común de amplitud mental que encuentra su sentido en la afirmación y la defensa del más alto valor humano: la libertad.

Queremos ser fieles a aquellos que han llegado a ofrecer su vida en defensa de una idea constante en la historia de la humanidad: su resistencia a ser tratado como una cosa.

Defendemos una idea de sociedad que responde a toda una filosofía de la vida: aquella que afirma el derecho inalienable de cada individuo a asumir el compromiso social que impone la vida en comunidad.

Ser libres en la intimidad de nuestras casas no significa nada para nosotros, porque no transmitimos la conciencia de esa libertad a nuestros semejantes. Debemos ser libres en el seno de la sociedad.

Frente a las fuerzas conservadoras y retrógradas que han avasallado continuamente a nuestra Nación, sumiéndola a través del genocidio, la explotación, el subdesarrollo, la ignorancia, el asesinato o el destierro, proclamamos bien alto el sagrado derecho a la resistencia y la justicia.