Imagínese en una feria navideña, rodeado de luces parpadeantes y niños corriendo con algodones de azúcar en la mano. Entre los juegos de destreza destaca uno particularmente frenético: el famoso “Juego del Topo”. El objetivo es simple, pero agotador. Tienes un mazo de goma y tu misión es golpear las cabezas de los topos que emergen al azar de distintos agujeros. No importa cuán rápido seas, siempre hay otro topo asomando la cabeza en algún lugar inesperado. Ahora bien, ¿qué tiene que ver este juego con la inflación y la economía? Más de lo que parece.

En un escenario de inflación, los precios de los bienes y servicios comienzan a comportarse exactamente como esos topos. La desestructuración de los precios relativos implica que los precios ya no suben de forma uniforme ni predecible. De repente, un día, el precio del arroz sube de golpe. Las autoridades económicas, alarmadas, intervienen con controles de precios, subsidios o amenazas a los productores. “¡Bum!”, golpean el topo del arroz y lo devuelven a su agujero. Pero apenas el martillo ha golpeado, otra cabeza emerge rápidamente: el precio del aceite. Vuelven a intervenir, esta vez con campañas de control en supermercados, requisando productos o imponiendo sanciones. Golpean el topo del aceite y creen haber triunfado, pero al instante el precio de la carne se dispara.

Este ciclo de golpes y emergencias es interminable. La inflación no es un enemigo que se pueda someter con la fuerza bruta de los controles de precios, sino una fuerza difusa que se manifiesta de forma aleatoria y ubicua. Lo que las autoridades suelen olvidar es que la inflación no es solo una suma de aumentos de precios individuales, sino la expresión de un desequilibrio general en la economía. Al igual que los topos, los precios no se mueven de forma aislada. Cada golpe en uno de los agujeros provoca una reacción en otro. Esta lógica explica por qué, aunque los gobiernos fijen precios máximos para ciertos bienes (como el arroz, la gasolina o el pan), el desajuste se traslada a otros productos no controlados, como la carne, el pollo o las verduras.

El error del Gobierno: creer que puede golpear todos los topos. El gobierno, armado con su martillo de regulaciones azul, cree que con un control férreo puede vencer al juego. Pero aquí radica la trampa: la inflación no se comporta de forma lineal ni estática. Los precios no suben “uno por uno”, sino que lo hacen de forma interdependiente. Cuando se controla el precio de un producto, los costos de producción para otros bienes relacionados se ven afectados. Si se congela el precio del trigo, el panadero enfrenta un problema, y para compensar, eleva el precio del panetón. Si se obliga al productor de aceite a vender a un precio bajo, este recorta la producción y la escasez resultante presiona al alza los precios de otros bienes sustitutos.

Además, los agentes económicos (empresarios, comerciantes y consumidores) no son pasivos. Al ver que los precios son reprimidos, los productores retienen mercadería o reducen la oferta, mientras los consumidores, temiendo la escasez, compran más de lo necesario (acaparamiento), lo que agrava la situación. Esta interacción hace que los topos aparezcan con mayor frecuencia y velocidad. Las cabezas emergen más rápido de lo que se pueden golpear.

El martillo del gobierno se desgasta, pero los topos no se cansan. A diferencia del martillo de goma en el juego de la feria, el martillo del gobierno no solo se desgasta, sino que también puede causar daño. Controlar precios con amenazas o sanciones legales tiene costos de reputación, desalienta la inversión y ahoga la producción. Al igual que en el juego del topo, la energía del jugador se agota antes que la del sistema. La inflación, alimentada por déficits fiscales, emisión monetaria excesiva y falta de confianza en la moneda, no se resuelve con la represión de los precios.

El martillo del gobierno, que puede ser en forma de controles de precios, eliminación de aranceles, subsidios o medidas punitivas, solo ataca los síntomas visibles (los topos) y no la raíz del problema. La verdadera causa de la inflación es el el déficit público, el exceso de dinero en la economía, la pérdida de confianza en la moneda y la desarticulación de la producción. Por más martillazos que dé, nunca podrá controlar todas las cabezas al mismo tiempo, porque el “juego” está diseñado para que el jugador siempre pierda, es decir, la gente.

No se trata de golpear, se trata de cambiar la máquina. Si el gobierno quiere salir de este círculo vicioso, debe dejar de jugar al “Juego del Topo”. La solución no está en seguir golpeando cada precio que sube, sino en atacar la raíz del problema. En lugar de intentar controlar los precios individualmente, debe enfocarse en controlar la causa de la inflación: la emisión monetaria descontrolada, el déficit fiscal y la confianza en la moneda. Así como un operador sensato entendería que la forma de ganar el “Juego del Topo” no es golpear más rápido, sino desconectar la máquina o reducir la velocidad de aparición de los topos, el gobierno debe abordar la inflación controlando las causas estructurales.

En el juego de la economía, los topos nunca dejan de emerger, y el martillo del gobierno se vuelve ineficaz. La lección final es clara: en lugar de desgastarse intentando golpear precios, mejor es desconectar la máquina de la inflación. Porque en este juego, no importa cuán rápido golpees, siempre habrá otro topo listo para salir.