Tucídides y la Primera Guerra Mundial
Por José Luis Toro. Periodista y abogado
Muchos historiadores coinciden en llamar a la Guerra del Peloponeso, tan magníficamente narrada por Tucídides, el historiador griego del siglo IV (A C), la Primera Guerra Mundial. Y no les falta razón, porque en aquella contienda, que duró cerca de treinta años, intervinieron casi todos los pueblos que en aquella época habitaban los territorios de la Europa mediterránea y los del Asia cercano. Por un lado, estaba la Liga Peloponeso, a cuyo frente se encontraba Esparta, y, por otro lado, la Liga Ática, liderada por Atenas.
Se dice que la verdadera causa de esa guerra era el miedo que infundía la próspera Atenas entre sus vecinos, ya que se trataba de una potencia naval, con una economía en auge, con una organización social democrática, y con ambiciones imperialistas. Esparta, también era un Estado de significativa importancia militar, pero, a diferencia de Atenas, representaba una sociedad menos activa, menos innovadora, y más anclada tradicionalmente, que miraba con recelo a la próspera Atenas. Y en medio de estos dos grandes se encontraban los pequeños estados que buscaban protección.
Los lacedemonios, que habían logrado convencer a muchos para formar la Liga Peloponeso, enviaron a Atenas un ultimátum. Los atenienses se consideraron ofendidos y, tomando en cuenta su superioridad militar y social, respondieron con el silencio.
Así, el año 431 (AC) se iniciaron las hostilidades que dieron lugar a la Guerra del Peloponeso.
Tucídides, que provenía de una distinguida y acaudalada familia, (que tenía el derecho de explotación de minas de oro) fue nombrado, por elección, uno de los estrategos. Y así, al entrar en contacto de forma directa con las hostilidades, se puso a contar lo que veía y a investigar los hechos de los que no había sido testigo directo.
Con un estilo que abominaba de las ampulosidades efectistas, de la locuacidad fácil pero insignificante, y cuyo único propósito era narrar los hechos tal como se desarrollaban, Tucídides compuso durante más de veinte años esa cumbre de la narración que es: “Historia de la Guerra del Peloponeso”. Su manera de escribir la historia es rigurosa y científica, busca encontrar la conexión causal de los hechos, pero sin prescindir de lo elevado, de lo poético, del ímpetu trágico en muchos pasajes.
Nietzsche afirmaba: tanto Tucídides como Tácito han pensado en la inmortalidad al confeccionar sus obras: si no lo supiéramos por otros medios, lo adivinaríamos por su estilo.
A diferencia de Heródoto, que en su excelsa historia cuenta los hechos y las acciones humanas como un resultado de las decisiones divinas, Tucídides se propone descubrir en los acontecimientos históricos las causas objetivas y humanas que las provocan, las pasiones, ilusiones, las consideraciones precipitadas, el arrojo, la temeridad, lo “humano, demasiado humano” que se encuentran en su base. “Tal vez la falta del elemento mítico en la narración de estos hechos restará encanto a mi obra ante un auditorio, pero si cuantos quieren tener un conocimiento exacto de los hechos del pasado y de los que en el futuro serán igual o semejantes, de acuerdo con las leyes de la naturaleza humana, si estos la consideran útil será suficiente. En resumen, mi obra ha sido compuesta como una adquisición para siempre más que como una pieza de concurso para escuchar un momento”, nos dice Tucídides en una de las primeras páginas del libro.
La “Historia de la Guerra del Peloponeso” contiene escenas que incluso tratándose de realidades ásperas y dolorosas alcanzan cumbres de refinamiento lírico, de exaltación dramática. Así también lo describe el célebre “Discurso fúnebre” del político ateniense Pericles, elogiando los ideales de un Estado por el que aquellos ofrendaron sus vidas. Recalca Pericles que los hombres de su generación acrecentaron, no sin esfuerzo, el poder económico y militar que les había sido legado, y que llegaron a preparar el imperio heredado para que fuese completamente autosuficiente en cualquier circunstancia, de paz o de guerra. Recuerda también que tienen un régimen político que no emula las leyes de otros pueblos, y que más que imitadores son un modelo a seguir.
Otro, entre tantos pasajes memorables del mismo libro, es el del llamado “Dialogo de Melos”, cuando los atenienses intentaban convencer a los melios,que constituían un pueblo de poca importancia político y militar, de que se sometieran a su poder. Al ver rechazada su demanda, después de un largo diálogo, que Nietzsche califica de “terrible”, los atenienses tomaron por asalto la isla de Melos, mataron a todos los varones, esclavizaron a las mujeres y niños, y repoblaron el lugar enviando quinientos colonos. Este hecho, de una crueldad abominable, debió indignar enormemente a Tucídides, tanto que ocupa el lugar de una de las escenas más relevantes del libro.
Es enormemente importante la descripción que hace de la aparición de la peste, el segundo año de la guerra, y de sus devastadoras consecuencias. Debió de tratarse de una epidemia causada por un virus del tipo que está rodeado de espículas, como la que asoló el mundo hace cinco años.
Tucídides lo cuenta así:
“Apareció por primera vez, según dicen, en Etiopia, la región situada más allá de Egipto, y luego descendió hacia Egipto y Libia, y a la mayor parte del territorio del Rey. En la ciudad de Atenas se presentó de repente y atacó primeramente a la población del Pireo (el puerto), por lo que circuló el rumor entre sus habitantes de que los peloponesios habían echado veneno en los pozos, dado que todavía no había fuentes en la ciudad…yo, por mi parte, describiré cómo se presentaba; y los síntomas con cuya observación, en el caso de que un día sobreviniera de nuevo, se estaría en las mejores condiciones para no errar en el diagnóstico, al saber algo de antemano, también voy a mostrarlos, porque yo mismo padecí la enfermedad y vi personalmente a otros que la sufrían”.
La descripción que hace de la enfermedad encierra un amplio catálogo de dolencias cada cual más atroz. Dolores de cabeza y de abdomen insoportables, dificultad para respirar, calentamiento general del cuerpo, más por dentro que por fuera, lo que hacía que no se pudiera soportar el contacto con la ropa, arcadas sin vómitos, con violentos espasmos, y una sed extrema, insaciable. Las aves y otros animales que comen carne humana, a pesar de la abundancia de cadáveres insepultos, o no se acercaban a ellos, o si los probaban perecían.
Tucídides fue condenado al destierro durante veinte años a causa del fracaso en la defensa de Anfípolis. Esa dolorosa y triste experiencia la aprovechó para componer su obra. Cuando regresó a Atenas, el año 404, beneficiándose de la paz que al final se había establecido tras la derrota de Atenas, ésta ya no era ni sombra de lo que había sido. La impresión que le causó ésa enorme tragedia le inspiró la composición de su ejemplar historia. Maquiavelo diría más tarde que, “al ser los hombres esencialmente los mismos, en circunstancias similares, las mismas causas producen los mismos efectos”, como lo experimentamos ahora, con las violentas sacudidas del panorama geopolítico que estamos viviendo.