Virtú y fortuna
Por Jorge Roberto Marquez Meruvia. Politólogo
Los ingenuos que se encuentran en cargos políticos electivos creen que existen nuevas formas de hacer política. Dejan de lado a Catón, Cicerón, Augusto, Julio César, Baltasar Gracián o Nicolás Maquiavelo, por mencionar algunos. Más allá del uso de la fuerza para demostrar y detentar el poder, es necesario que tengan la habilidad suficiente y necesaria para conocer cómo se desenvuelve el quehacer político. Negar ello es tomar el camino del vencido, del idealista, del que no ve la realidad y forja no solamente su ruina, sino también la de su sociedad. El maestro florentino, después de sus largas meditaciones, lecturas de los clásicos, conversaciones e intercambio epistolario, dio significado a dos conceptos de su época: virtú y fortuna.
La virtú es la capacidad del político y del gobernante de tomar decisiones, no quedar exento de su responsabilidad entregando la toma de decisiones a terceros que pueden ser ministros, asesores o el pueblo. Hacerlo es una muestra de incapacidad de su liderazgo y de que es la cabeza de un mal gobierno. La fortuna no es solamente como aquel río que se desborda y se lleva todo a su paso; saber domar la fortuna implica saber tomar las decisiones en el momento correcto, antes de que los males superen todos los escenarios posibles. Lo anteriormente mencionado puede que resulte desconocido para el presidente Luis Arce. Tras años de crisis con falta de dólares y carburantes, en su discurso del 6 de agosto, tras haber negado todos los males que aquejan a su gobierno, los terminó reconociendo y, al parecer, tomará medidas al respecto. Lo más llamativo del mensaje presidencial ante la crisis, que ya es difícil de negar, fue que llamará a un referéndum sobre la subvención de los hidrocarburos, poniendo en manos de la población la decisión, olvidando que más allá de la voluntad popular es una medida altamente técnica; la redistribución de escaños parlamentarios, los cuales se encuentran en la constitución y en la ley correspondiente, con la excusa de que no se conviertan en una bandera política de las regiones; y la reelección, olvidando generosamente el referéndum de 2016, una sentencia constitucional y lo que manda la constitución.
El presidente Arce se encuentra en el peor escenario posible, signado por su quietud y neutralidad ante la realidad. Sin mayoría parlamentaria y cada vez con menos posibilidades de negociación con los sectores perjudicados por la falta de divisas y carburantes, y las pugnas internas dentro del Movimiento Al Socialismo. Encerrado en su círculo palaciego, donde día tras día se abre una grieta y la realidad va interrumpiendo la felicidad de sus integrantes. Crisis es la palabra que resuena junto a su nombre y las buenas intenciones, discursos o victimización, como la acontecida con el autogolpe (tilinazo) del 26 de junio, no cambian el escenario en el cual se desenvuelve. Los vítores desaparecen y se convierten en reclamos para prontas soluciones. Llegar hasta el mayor desgaste posible de su imagen y del gobierno no es una estrategia inteligente, pero es la muestra del perverso círculo palaciego que lo rodea. Ejemplo de esto es el exvocero que pasó de ser un ferviente defensor del gobierno a un ácido crítico. Todo indica que, al momento de dejar el poder, se podrá ver mejor el día a día del boliviano.
Los males de Arce, su incapacidad de tomar decisiones en el momento oportuno para evitar el desastre, son una muestra de diversas autoridades en los tres niveles del Estado y que particularmente padecemos los paceños. Desde las largas colas en las gasolineras, el abandono del departamento y la falta de autoridades municipales de la sede de gobierno, donde los discursos son más importantes que la realidad y su negación constante nos muestran que es necesario nuevos liderazgos para un país, un departamento y una ciudad en crisis.