El maestro Walter Nogal
Surgió de Ferro, y ha sido considerado como el mejor futbolista olavarriense de la historia.
Golpeé, pero la puerta de madera tardó varios segundos en abrirse. Me dije: "A ver si hoy, que tengo la nota que estoy buscando desde hace tiempo, no la puedo hacer". Falsa alarma, se abrió la puerta y apareció doña Elba, y con su voz cálida me dijo: "¿Usted debe ser del Diario, no? Viene por la nota con Walter. Pase, tome asiento. ¿No se quiere tomar un juguito?".
Me acomodé sobre el confortable sillón de madera, tapizado en brocato, en un coqueto living en dos niveles, con paredes muy bien decoradas, que de tanto en tanto intercalaban un tramo de ladrillos a la vista.
Esperé un par de minutos, se abrió una inmensa puerta balcón de madera, con vidrios repartidos, y apareció ese hombrecito de quien tantas maravillas escuché cuando mis tíos me llevaban a la tribuna del "Colasurdo", a mediados de 1970.
Me tendió su diestra. Era Walter Nogal, el crack del que hablaban siempre los mayores cuando Ferro tenía una mala tarde. "Hoy tendríamos que tener a Nogal; ese era un maestro, no estos pataduras", se quejaban los más veteranos, apoyados sobre la cabina de transmisión que ya no está, después de lidiar con los chicos que se sentaban sobre el techo y no les dejaban ver el partido.
Cosas de hinchas, como siempre, con merecido reconocimiento hacia una gloria del pasado y demasiada de ingratitud para sus jugadores del presente.
"¿Está cómodo?", me preguntó don Walter, y después me empezó a contar que nació el 23 de agosto de 1925 en Guaminí, y al año y medio su padre fue trasladado por el Ferrocarril a Olavarría. Que de soltero vivió en Hornos casi Pringles y que cuando unió su vida con la de Elba Angélica Santomauro se hizo "una casita en la calle Victorino de la Plaza (la actual Pelegrino), a la vuelta de la cancha de Ferro".
Walter Nogal vivió en Azul desde 1962, cuando dejó su oficio de maquinista del Roca y se radicó en la vecina ciudad para trabajar en la mueblería Santa Rosa.
Llegó a Ferro en 1938. Pasó un año a Racing y fue campeón de cuarta, pero inmediatamente regresó a la Pringles; enseguida se produjo su aparición en primera y a los 17 años debutó con la casaca de la selección de Olavarría, en un partido con Azul.
Sentado frente a mí, me apuntó que un compañero de trabajo nativo de Las Flores, Rafael Fischer, se lo llevó para Banfield, donde llegó a jugar en primera división cuando "El Taladro" estaba en el ascenso.
"Podría haber hecho una buena carrera, pero mi padre, pobre, se enfermó, y como yo era el mayor de los cinco hermanos, entre el fútbol y la familia, opté por la familia. Llegué a Olavarría, volví a Ferro y en 1946 salimos campeones" me contó, y les puso a sus palabras esa pausa que siempre encontraba para manejar los ataques de sus equipos.
Algunos de sus compañeros en Banfield fueron nada menos que Castellani (después centrohalf de Boca), el gran "Gallego" Mouriño (figura de Boca y la selección), Juan José Pizzuti y Farro (que años más tarde, en el San Lorenzo de 1946, fue compinche de Imbelloni, Pontoni, Martino y Silva).
"Tuve suerte de que en todos los equipos que jugué, salí campeón" comentó con modestia, y enseguida describió que dio vueltas olímpicas en cuarta con Racing en Olavarría y Banfield en Buenos Aires; con Ferro en 1946 y con Estudiantes en 1953, después de 16 años sin títulos albinegros. Pero se lamentó de que con la recordada selección de 1950 no pudo ser.
Me relató que el Ferro campeón de 1946 formaba con Rikal; Angilello y Musotto; Pendones, Salomón y Piervitore; Víctor Rodríguez, Nuncio Riposo, Horacio Torres, "quien les habla" -continuó don Walter- y Luengo.
Después siguió con Estudiantes de 1953, de su hermano Copérnico al arco; Gómez y Del Canto; Pereira, Alvarez y Targiano; Piriz, Borzi, Pérez Berot, Nogal y Arroyo. "Cuando faltaba un wing, lo poníamos a Maitini, que jugaba de todo", acotó.
No me quedó más remedio que preguntarle cómo jugaba, y me respondió: "Jugaba de 10. Nunca me gustó bartolear un fútbol. Me gustaba moverme mucho en la cancha, porque quería tener siempre la pelota, pero no era egoísta para jugar; cuando tenía que hacer un gol, lo metía, pero si no se la daba a un compañero mejor ubicado. Mi gran virtud era que paraba muy bien la pelota con el pecho".
"A veces me salía de las casillas, porque había jugadores que salían a buscarme con la lengua o me entraban fuerte, pero por suerte nunca me lastimaron", agradeció.
Escuché atentamente sus palabras y pensé, pero no se lo dije, "qué lástima que no lo pude ver jugar".
Walter Nogal se retiró a los 34 años, jugando para Ferro. "Porque me di cuenta de que había engordado demasiado", se justificó con una sonrisa.
Miré mi muñeca izquierda y me di cuenta de que había pasado demasiado tiempo, aunque don Walter no me lo hacía sentir, pero me paré y fui yo quien tendió su diestra; después le di a beso a doña Elba y juntos salieron a despedirme en la puerta de su casa.
Mientras busqué una remisera por la avenida Mitre, oteé el horizonte y me sonreí sin motivo aparente. "Este tipo está loco", sé que pensó la señorita que me cruzó a metros de la casa de don Walter Nogal.
No me importó. Yo, lleno de satisfacción, para mis adentros me justifiqué: "Una contratapa tenía que engalanarse con este maestro".
(*) Nota aparecida en la contratapa de EL POPULAR