Desde el obvio "Chacal" hasta el más lírico "El Angel Negro", a partir de 1972 no fueron pocas los nombres que se aplicaron para definir con más exactitud al personaje Carlos Eduardo Robledo Puch, considerado el máximo asesino serial de la historia criminológica argentina con la evidente excepción de los hombres de la última dictadura militar.

Su figura tiene un peso tan grande en el imaginario colectivo que es improbable que algún magistrado estampe de buen grado su firma en la orden de libertad de Robledo Puch, más allá que en la legislación argentina haya desaparecido hace tiempo la reclusión perpetua.

Los informes conocidos sobre diagnósticos sobre su personalidad son lapidarios. Por ejemplo, el médico forense Osvaldo Raffo y el psiquiatra Hugo Marietan lo ubicaron firmemente en la categoría peligrosa de los psicópatas.

Raffo sostuvo en el análisis que hizo para la Justicia "lo que Carlos Eduardo Robledo Puch no puede es convivir en el mundo de los seres que adaptan su conducta a la norma moral y jurídica" y lo definió como "un criminal peligroso, no un enfermo peligroso".

En una monografía, Marietan enumeró todas las razones que ubican a Robledo Puch entre los psicópatas con predominio histérico.

Los psicópatas no pueden ser rehabilitados porque, como plantea Raffo, no están enfermos, no hay nada que rehabilitar. Simplemente, son así.

Pero las leyes no contemplan estas conclusiones de la psicología. Por ejemplo, Miguel Alberto Gobbia, considerado un asesino serial, condenado por tres asesinatos, fue liberado cuatro años atrás por cuestiones técnicas, aunque en 1998 había sido condenado a reclusión perpetua.

La culpabilidad o inocencia de Robledo Puch no está en juego ahora. Lo que la Justicia debe decidir es, simplemente, si cabe en este caso la aplicación irrestricta de la ley o si existe margen para que los magistrados hagan una excepción, tal como vienen haciendo hasta el momento.