UN DESAFÍO MAYÚSCULO. Acaso como hacía mucho tiempo no debía afrontar la Selección Argentina, sin espacio para dudas el mejor equipo del fútbol mundial en la actualidad. Un desafío, en definitiva, que resultó imposible de decodificar: la Selección de Uruguay, con el sello indiscutido de Marcelo Bielsala venció por 2-0 en la Bombonera sin haber dejado detalle librado al azar.

El campeón del mundo, que llevaba casi un año entero sin perder desde aquella sorpresiva caída ante Arabia Saudita en Qatar -22 de noviembre de 2022- que ofició como impulso emocional para la conquista venidera del título, no tuvo las herramientas necesarias para romper el cerco que propuso un equipo de rasgos llamativos.

Llamativo, por cierto, a partir de una fusión infrecuente de dos características bien inherentes de cada una de las partes: la esencia uruguaya y la naturaleza de la idea futbolística de Bielsa.

Tan efectivo fue el plan del entrenador rosarino, combinado con la fiereza de los futbolistas charrúas y sostenido por la fricción permanente en la mitad de la cancha, que la Argentina quedó minimizada a un equipo sin repentización, sin espacios. Sin vuelo.

En el fútbol que pregona por estos tiempos, en efecto, los equipos sin vuelo propio no consiguen gravitar. Bielsa le fagocitó la mitad de la cancha a Lionel Scaloni, que reaccionó demasiado rápido con cambios que no resultaron concomitantes con la necesidad coyuntural. No hubo ni un atisbo de las decisiones que supo tomar el mejor técnico del mundo.

El primer gol tiene impresa la marca del Loco, con los dos laterales uruguayos al ataque en simultáneo. Hubopresión alta de Matías Viña sobre Nahuel Molina hasta forzar el error del argentino y luego ejecutar un centro quirúrgico para la aparición al espacio de un Ronald Araújo tan oportuno como solitario.

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Valverde, Ugarte y De La Cruz construyeron el sostén de un equipo que representó un cerco inquebrantable para la Argentina. Y el sacrificado Darwin Núñez, acaso el jugador más solo del partido, que tuvo su premio personal para liquidar el resultado cuando todo ya estaba escrito más de media hora antes. En el conjunto local transitó apenas una sombra de Alexis Mac Allister, quien saliera para el complemento. De Paul, siempre de atrás. Enzo Fernández no pudo acompañar.

El vuelo de un grupo con un plan marcado empieza a edificarse en el mediocampo, el sitio que dominó Bielsa y, cuando ya lo había perdido, no supo repoblar Scaloni: ya con el gol de Araujo, la derrota parcial y la escasez de resolución, el entrenador argentino partió el armado en dos porciones y "entregó" el partido. El Loco movió primero y provocó una reacción que convirtió al local en un equipo inconexo.

Si Lionel Messi apenas había podido sorprender, aunque bien rodeado, entonces ahora ya ni siquiera podría aspirar a mejorar lo poco que había podido exhibir. La diferencia, en pocas palabras, fue táctica. El rosarino de extenso recorrido, uno de los máximos exponentes del tacticismo a nivel internacional, le dio una clase de pizarrón y de ocupación de espacios al santafesino que necesitó una corta carrera para erigirse como el más destacado del mapa mundial.

La Selección Argentina de este ciclo, la que se adueñó de la triple corona, emergió desde hace más de dos años como el mejor equipo del mundo. La descripción es tan cierta y empírica como que en la Bombonera -en su primer partido como tricampeón mundial en la casa de un equipo argentino que también acumula tres estrellas- fue superado como nunca antes. La mirada cenital desde las cabinas de la segunda bandeja ofrecieron el planisferio completo: Uruguay le comió cada parcela a un Scaloni sin resoluciones. 

Los intentos de Messi tuvieron sabor a poco. Imagen: Gonzalo Colini.
Los intentos de Messi tuvieron sabor a poco. Imagen: Gonzalo Colini.

"Nunca estuvimos cómodos. No encontramos los caminos; ellos merecieron el triunfo. No somos imbatibles; de las derrotas se aprende. Uruguay fue superior, muy sólido, y cerró bien los espacios para salir rápido de contraataque",sintetizó Scaloni luego de haber dejado el doble invicto: el de las Eliminatorias -tenía puntaje ideal tras cuatro fechas- y el de su propio ciclo en condición de local.

Hasta los números lo corroboraron. La primera derrota desde la caída ante Arabia en Medio Oriente trajo un dato sugerente: la Selección acumulaba 41 partidos sin que le convirtieran el primer gol. La última vez había sido cuatro años atrás -noviembre de 2020-, casualmente en la Bombonera, cuando perdía ante Paraguay y al cabo igualó 1-1.

Los destellos de Messi, a veces, no alcanzan. Intentó bailar. Supo acumular marcas, como de costumbre. Ofreció ciertos arrestos, como el tiro en el travesaño y alguna otra jugada que sólo representó un impulso suelto.

Esta Selección había logrado lo que ninguna: abandonar la Messi-dependencia. Creció como un equipo que destila dinámica, que tiene cimientos para cuando el Diez no halla lugar para la magia, que supo desarmar cada desafío táctico en situaciones límite. Lo hizo con México, aquel partido de ajedrez que pudo haberla dejado jaque mate. Lo hizo con Países Bajos, con el rey del tacticismo. También lo hizo cuando parecía que Francia se quedaba con la Copa del Mundo. Pero siempre hay una primera vez. Y fue con el sello Bielsa.