Daniel Puertas

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Sin embargo, el escepticismo profesional inherente a este oficio me hace pensar que casi todos olvidarán la efectividad proverbial de la sencillez a la hora de pensar propuestas para temas tan importantes como salud pública, comunicación, economía, seguridad o educación.

A lo largo de una carrera periodística aunque no brillante al menos larga, he tropezado en más de una oportunidad, como víctima o simple testigo, con situaciones malas o peligrosamente malas que el Estado podía haber prevenido con pocos recursos más que el poco frecuente recurso de la reflexión y el desprenderse de las cadenas de los usos y costumbres.

Hoy en Olavarría se debatirá sobre planificación urbana por un lado y seguridad por el otro, junto con otros temas agrupados por afinidades lógicas, pero separados de otros que están directamente relacionados con los mencionados en este párrafo.

En esta misma ciudad hay un ejemplo claro de esos vínculos, aunque nadie pareciera haberlo advertido. Precisemos: pocos años atrás la plaza central era ocupada apenas caían las primeras sombras por grupos de jóvenes de los que casi siempre causan pavor en la buena gente clasemediera.

He oído decir "a las siete ya hay un sabalaje en la plaza. No dejo que mis hijos ni siquiera pasen por allí". Aunque esa frase es una evidente exageración -si bien había peleas en la que en alguna ocasión se usaron cuchillos-, lo cierto es que existía un choque cultural que le quitó ese espacio público a muchas personas.

Hoy todo cambió. No hubo necesidad de policías bien dispuestos a usar el garrote o medidas discriminatorias. ¿Cómo se logró? Simplemente, construyendo el Paseo Jesús Mendía, el que, al margen de las protestas de comerciantes y tradicionalistas, cambió para mejor el paisaje ciudadano. Un marco estéticamente agradable, limpio y ordenado, no solamente llevó a que toda la población recuperara un espacio público, sino que además influyó sobre los comportamientos. La fuerza del contexto, que le dicen.

Si alguien duda, piense que descampados que serían vistos como lugares siniestros por los vecinos al ser convertidos en parques bien iluminados son hoy terrenos por donde avanzada la noche corren los amantes del ejercicio o enemigos de los kilos de más sin demasiados temores.

La planificación urbana es esencial para mejorar la seguridad y mitigar la sensación de inseguridad y no hacen falta demasiados recursos para desmalezar terrenos, sembrar luminarias y mejorar estéticamente los barrios olvidados.

Y ya que estamos en seguridad, podemos mezclarla con la comunicación y no sólo para reclamar al periodismo que no exagere para acentuar la sensación de inseguridad. Se trata de que el Estado aclare bien que la inseguridad objetiva y la sensación de inseguridad son dos fenómenos distintos, si bien uno influye sobre otro, aunque a veces no demasiado.

Y la mejor forma de hacerlo es comprender que se debe actuar también sobre la sensación de inseguridad, porque sus efectos sobre la sociedad son tanto o más dañosos que la inseguridad real. Obstaculiza la conformación de una identidad común, arruina los días de la gente, traba los necesarios proyectos comunes. No se la combate con medias de corte policial o judicial para combatir la inseguridad real.

Se la combate, como ya dijimos, con una mejor planificación urbana, profundizando y ampliando programas sociales como las Callejeadas, impulsando proyectos colectivos, haciendo saber a todos -y traducirlo en los hechos, por supuesto- que "son parte de" con herramientas culturales, ya que distribuir la riqueza de forma tal de darle a todos la posibilidad de que se fabriquen sus propias oportunidades es una tarea capaz de insumir un par de generaciones más y hay más de un interesado en que eso no ocurra nunca.

Si hablamos de salud, ¿por qué en el país que tiene el mayor número de psicólogos no hay en la mayoría de las hospitales especialistas en tratar a la gente en emergencias? La enfermedad de un ser querido o la propia es una emergencia, claro está. Ya a veces una noticia que requiere de una cuidadosa preparación queda en manos de un médico estresado y tan habituado a ver humanidades descalabradas o directamente extinguidas que da informaciones clave sin ninguna preocupación por el impacto que causará en el otro.

Volvamos al tema más caro a la gente: la seguridad.

Es necesario establecer mecanismos de reparación a las víctimas. Si bien existen centros de asistencia a las víctimas que manejan protocolos teóricamente irreprochables -aunque casi nunca se cumplen, a pesar de la ya mencionada superabundancia de psicólogos- la ayuda psicológica no es suficiente.

Las víctimas por lo general requieren de un apoyo práctico. ¿Exigiría cuantiosas inversiones una entidad pública dedicada a solucionar los problemas urgentes? Estos pueden ser desde la reparación de una cerradura violentada o colocar el vidrio de una ventana hasta la provisión de elementos básicos para que pudieran vivir en su hogar saqueado en lo inmediato.

Se puede instrumentar incluso un sistema crediticio para que luego el beneficiario de la ayuda pudiera devolver el monto del auxilio práctico recibido. Si tuviera medios claro está,

Y es necesario establecer mecanismos legales rápidos para que los damnificados pudieran actuar judicialmente con celeridad exigiendo al ladrón la reparación económica necesaria. Es cierto que muchos ladrones son indigentes, pero otros cuentan con recursos económicos propios. Y los menores tienen padres que deberían responder con sus bienes por los actos de sus hijos, con lo que se terminaría con esa famosa convicción de "son impunes porque son menores".

Si el Estado implementara centros de asistencia a las víctimas que se ocuparan de los aspectos prácticos del asunto podría ser el que accionara legalmente exigiendo judicialmente a los delincuentes el dinero que invirtió en proteger a los damnificados.

Hay más sugerencias, pero el espacio se terminó.