Daniel Puertas

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Hay dos razones de peso para que les cueste eludir el riesgo mayores responsabilidades ante sus electores sin demasiado poder sobre las fuerzas de seguridad extra que patrullará las calles de sus distritos. La primera es que durante largos meses levantaron la creación de policías comunales como bandera electoral; la segunda es que, sea como sea, tendrían más policías y eso podría tranquilizar un poco los ánimos de sus votantes, en buena parte exasperados y temerosos por la actividad delictiva.

Es cierto que, como repiten cada vez que tienen la oportunidad, los nuevos cuerpos policiales no tienen nada que ver con lo que proponían, ya que en la práctica son apenas un apéndice de la Bonaerense. Pero no menos cierto es que fue precisamente el Frente Renovador el que se negó a aprobar la ley que consiguió la media sanción en Diputados.

En realidad, del proyecto original del Ejecutivo que apoyó el massismo al texto aprobado en Diputados -con cambios introducidos en parte por La Cámpora y en parte por Marcelo Sain, el legislador de Nuevo Encuentro, y apoyado masivamente por los diputados del Frente para la Victoria- no había diferencias sustanciales, aunque sí importantes.

No dejarle llevar el arma a la casa a los efectivos y determinar que el estado policial dure solamente durante el turno de servicio en la práctica no perjudica la operatividad de un cuerpo policial. A lo sumo evita que un policía de franco tenga la obligación de intervenir al toparse con la ejecución de un delito poniendo en riesgo su vida.

Claro que esto no le impide, como a cualquier ciudadano, actuar para tratar de evitarlo. Simplemente, no lo obliga.

No poder detener a alguien por averiguación de antecedentes tampoco es una herramienta imprescindible para prevenir el delito, aunque sí lo es para ejercer una represión muchas veces peligrosa contra quienes han tenido la mala fortuna de ser pobres o no responder a los cánones de belleza occidentales y cristianos.

En Gran Bretaña, donde la creación de cuerpos de policías originó fuertes debates hace dos siglos ya que muchos creían que iba en contra de la concepción liberal, los bobbies fueron armados desde 1828, cuando se crearon, solamente con una porra que tenían la obligación de portar de la forma más disimulada posible.

Recién en los últimos años, cuando creció la violencia en todo el mundo e Inglaterra no estuvo al margen, se autorizó a muchos efectivos a llevar armas de fuego.

Observando las cosas desde otro ángulo, que los policías municipales se llevaran el arma a su casa o pudieran practicar detenciones por averiguación de antecedentes tampoco significaba que se convirtieran en matones dedicados con fervor a perseguir a los pobres.

Dicho de otra manera, si realmente todos hubieran querido una policía municipal para mejorar la prestación de seguridad, podrían haber llegado a un acuerdo con relativa facilidad.

¿Por qué no lo hicieron entonces? Aunque todos lo negarán, las especulaciones políticas coyunturales eran para todos más importantes que las policías municipales.

Cada uno se dedicó con rigurosa disciplina a esmerilar la imagen del adversario, a idear estrategias tendientes a tratar de evitar que el otro consiguiera más rédito político. Tal estrechez de miras no podía tener otro resultado que el de sepultar una iniciativa que representaba un avance respecto de un modelo de organización policial que desde hace años trae más problemas que soluciones.

Scioli utilizó la ventaja que le da tener en sus manos el Poder Ejecutivo y descolocó al massismo, que repentinamente se encontró sin chance alguna de explotar electoralmente la creación de un nuevo cuerpo policial pero sin poder rechazar la llegada de más policías, una exigencia de muchos de sus electores.

En su estrategia electoral ahora debe encontrar alguna herramienta para evitar que el Gobernador capitalice para sí mismo la tranquilidad que tendrá, al menos al principio, mucha gente por tener más policías cuidándolo, y eludir el riesgo de que al mantenerse la sensación de inseguridad las broncas se dirijan ahora a la cabeza de los intendentes.

Hay un detalle que debe estar desvelando a más de un massista por estas horas. Si ponen todos sus esfuerzos y tienen las capacidades como para lograr que las Unidades Locales de Prevención funcionen bien llevarán algo de agua para su molino, pero quizá la mayor cantidad sea para el molino de Scioli, hoy por hoy el principal obstáculo para las aspiraciones presidenciales de Sergio Massa.

El dilema no es sencillo, pero ellos se metieron solos en la trampa.